Ningún país para los palestinos

Una campaña electoral extraña se está caldeando en Israel. El primer ministro actual, Benjamin Netanyahu, se ha convertido en el primer candidato en la historia del país en buscar la reelección al mismo tiempo que enfrenta cargos criminales. Mientras tanto, el tema más importante –la ocupación de los territorios palestinos- no se ha mencionado. Los candidatos, en cambio, compiten para ver quién puede ser más duro con los palestinos.

La mayor amenaza proviene de Netanyahu. Mientras pelea por su vida política en medio de acusaciones de fraude, soborno y abuso de confianza, aumentan los temores de que utilice mal el enorme poder que ejerce (también se desempeña como ministro de Defensa), haciendo que escalen las tensiones tanto dentro como alrededor de Israel para fortalecer su propia posición.

Lejos de calmar esos miedos, Netanyahu los ha venido atizando. Una vez más ha ordenado el cierre de Bab al-Rahmeh en el complejo de la Mezquita Al-Haram Al-Sharif/Al-Aqsa en Jerusalén, el tercer sitio más sagrado del islam. El complejo, parte de un sitio que es Patrimonio Mundial de la UNESCO, ha estado administrado por musulmanes durante más de 14 siglos.

No existe ninguna justificación legal para el cierre de Bab al-Rahmeh. El edificio fue clausurado en 2003, porque era utilizado como sede del Comité del Patrimonio Islámico, presidido por un jeque islámico (y ciudadano israelí) de línea dura, Raed Salah. Pero ese razonamiento ya no es relevante: Salah no ha pisado Al-Aqsa en más de diez años, y el Comité del Patrimonio Islámico ha sido desmantelado desde entonces.

Para Netanyahu, sin embargo, cualquier excusa insignificante sirve. Sus seguidores radicales quieren que Israel esté un paso más cerca de construir una sinagoga en el sitio de Bab al-Rahmeh. Netanyahu les está dando la conformidad a estos extremistas en un intento por impulsar su capital político entre un bloque clave de votantes. En la misma línea, Netanyahu puede encontrar provechoso políticamente desatar un conflicto en otras áreas, como Gaza, el sur del Líbano o con fuerzas iraníes o respaldadas por Irán en Siria.

Desafortunadamente, el principal opositor de Netanyahu, el teniente general Benny Gantz, no es una opción mucho más deseable. Gantz, ex jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel, lidera una coalición de centroderecha. Pero también ha pregonado sus credenciales anti-palestinas, como cuando en 2014, bajo su comando, las Fuerzas de Defensa de Israel hicieron que partes de Gaza “regresaran a la Edad de Piedra” durante una campaña que dejó miles de palestinos muertos, heridos o sin casa.

Luego está el partido recientemente creado Hayamin Hedadash, copresidido por los salientes ministros de Educación y Justicia, Naftali Bennett y Ayelet Shaked, respectivamente. Bennett ha declarado que quiere anexar más del 60% de la Cisjordania ocupada. Shaked también quiere anexar gran parte de la Cisjordania ocupada. Y, en un ataque extraño al supuesto activismo judicial de la Corte Suprema de Israel, recientemente difundió un anuncio paródico del perfume “Fascismo” que, dice, “huele a democracia para ella”.

Todos los partidos principales que se presentan a la elección en Israel parecen saber lo que no quieren: el fin de la ocupación, la división de Jerusalén, un estado palestino y el derecho de los refugiados palestinos a regresar. Pero, más allá de intensificar la ocupación y anexar territorios, ninguno de ellos ha ofrecido una visión para el futuro de la región, mucho menos una hoja de ruta para la paz con los palestinos.

Esto beneficia a quienes nunca quieren que se resuelva el conflicto. Después de todo, si bien la política del gobierno puede divergir de las promesas de campaña, ganar una elección en base a una propuesta de línea dura podría atarle las manos al futuro primer ministro, aun si éste decidiera buscar la paz.

Los líderes israelíes no son los únicos que no están interesados en terminar la ocupación militar de décadas de casi cuatro millones de palestinos -ni siquiera lo conciben-. Estados Unidos bajo la conducción de Trump ha decidido, por primera vez en más de cincuenta años, retirar el término “ocupado” de las referencias a Gaza, Cisjordania y las Alturas del Golán en su informe anual sobre derechos humanos. Estos territorios, según dice ahora el gobierno norteamericano, están simplemente “controlados” por Israel. Esta estrategia no hará más que seguir debilitando la motivación de los líderes israelíes para encontrar soluciones. Al reconocer la anexión por parte de Israel de las Alturas del Golán, Trump incluso fue más lejos y legitimó, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la adquisición de tierra por la fuerza.

La elección general israelí debería haberles dado a los israelíes la oportunidad de elegir entre guerra y paz. Por el contrario, los israelíes tendrán una opción entre guerra y más guerra, entre ocupación y más ocupación, aún si los candidatos evitan usar esos términos. Y la realidad sigue siendo que, sin una solución de dos estados o un acuerdo de distribución del poder dentro de un estado único en el que todos los ciudadanos tengan iguales derechos, la región está destinada a seguir atrapada en su ciclo de violencia.

Daoud Kuttab, a former Ferris Professor of Journalism at Princeton University, is the head of the press freedom committee in the board of the International Press Institute.

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