Niños y sexo

¿Puede admitirse que «todas las niñas, los niños, les niñes... tienen derecho a tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas eso sí en el consentimiento»? Las recientes declaraciones de una ministra del Gobierno merecen un comentario y una valoración bioética.

La diferencia sexual, biológicamente estructurada hacia la fecundidad mediante la unión complementaria de lo masculino y lo femenino, proyecta a los mamíferos hacia la mera reproducción. Pero a los seres humanos lo hace, además, hacia la relación. Su naturaleza inteligente y con capacidad de decisión libre requerirá de sus progenitores mucho más que asistencia biológica de supervivencia. Necesitará entrenamiento, aprendizaje, adiestramiento, cura y fortalecimiento para poder comprender, valorar, elegir y responsabilizarse de sus elecciones.

Dado que la pulsión ligada al instinto sexual es biológicamente una de las más intensas, adquirir la capacidad de autodominio que permita dirigir este instinto hacia el bien, es una labor que lleva toda la vida, pero que ha de iniciarse desde bien pronto en el seno de la familia. Y debe encauzarse porque la libertad personal nos permite, además de elegir lo que nos conviene, optar por lo que nos destruye. Hablar de sexualidad humana en una dimensión meramente hedonista, «tener relaciones sexuales con quien les dé la gana» como se ha afirmado, amando o no, asumiendo responsabilidades o no, donándose o no, empuja inexorablemente a la frustración del que busca construirse solo en sí mismo, renuncia a la donación sincera, al bien del otro, y articula su conducta en base a sus pulsiones, renunciando a la construcción de relaciones edificantes, amorosas, fecundas y responsables.

Sin información suficiente, y sin capacidad para entenderla, evaluarla correctamente y sopesar las consecuencias que se derivan de las elecciones posibles, no existe elección libre. Consentir en tales circunstancias sitúa al que lo hace en situaciones de enorme riesgo, optando, desde la ignorancia, por alternativas que pueden serle lesivas o destructivas. Por ello la potestad de otorgar el consentimiento se limita en determinadas circunstancias.

Una de ellas es la inmadurez, esto es, la incapacidad de evaluar convenientemente la naturaleza de las opciones y las consecuencias de las decisiones. De otro modo, el menor podría ser embaucado, manipulado, sometido o abusado por quien sepa confundirle.

Este límite se extiende a otras muchas circunstancias, como la de poder abortar, que ahora ha sido rebajado otorgando a las menores la posibilidad de decidir sin madurez suficiente sobre opciones cuyas consecuencias no pueden calibrar debidamente.

La educación en el autodominio, que consiste en canalizar la demanda instintiva hacia el bien y no solo hacia el placer, toma su tiempo y su trabajo constante. La exposición al reclamo hedonista, como la pornografía o las relaciones sexuales prematuras o promiscuas, supone una interferencia en el complejo y lento proceso madurativo que debe conducir al ser humano hacia la búsqueda y consecución de su sentido vital, y no solo de su experiencia placentera. Educar la sexualidad es contribuir a este proceso desde la intimidad personal, donde la experiencia de «ser para otro» se convierte en exclusiva, intensa, sincera y fecunda.

Julio Tudela del Observatorio de Bioética.

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