Ninotchka

Pocas críticas del comunismo son tan certeras como la película de Lubitsch de 1939, con guión de Billy Wilder y protagonizada por Greta Garbo, que da título a este artículo. Además de varios apuntes irónicos sobre atrocidades del marxismo-leninismo, por aquel entonces desconocidas para la mayor parte de la opinión pública occidental, el filme ilustra lúcidamente la radical incompatibilidad entre la naturaleza humana y el comunismo.

Recordemos el argumento. Nina Ivanovna Yakushova, ‘Ninotchka’, llega a París para reconvenir a unos subordinados que han caído en las garras del capitalismo. Su fervor soviético es innegable, como lo atestigua su respuesta a la pregunta que le formulan estos camaradas sobre cómo van las cosas en Rusia: «Muy bien. Los últimos juicios en masa fueron todo un éxito. Habrá menos rusos, pero serán mejores rusos». Sin embargo, Ninotchka termina sucumbiendo a las tentaciones del capitalismo, representadas en un sombrero de alta costura que contempla en el escaparate de una tienda de moda en el hotel. El sombrero y, de forma más general, la vestimenta como afirmación de la individualidad, es la cabeza de puente por la que el capitalismo se abre paso en su férreo armazón ideológico. Acaso vislumbra la potencialidad de un sistema económico en el que las necesidades y los gustos de los consumidores dirigen la producción. Sobre todo, puede constatar que, contra lo que sostiene la propaganda anticapitalista en la que creía ciegamente, la libertad y las condiciones de vida del pueblo llano no son peores sino mucho mejores que las que rigen en su adorado país.

NinotchkaVuelve a Rusia por patriotismo, a sus marchas colectivas, a su vivienda comunal, que tiene la suerte de compartir sólo con otras dos mujeres, al temor de los delatores y al racionamiento, esa gran piedra angular del comunismo. Pero ha perdido la fe y ya sabe que todo eso no es la antesala de un mundo mejor. Finalmente, entre vivir en Rusia siendo una mala comunista y la libertad, Ninotchka elige la libertad.

Me cuentan que se está escribiendo un guión para otra película con el mismo título de mujer. En esta versión, Ninotchka es un apelativo cariñoso en lugar de un nombre de pila. El personaje comparte con el de Lubitsch su pasión por el comunismo y por la moda. Pero su vida ahora transcurre en una democracia capitalista, por lo que puede compaginar con total libertad las delicias burguesas con su actividad para horadar este sistema económico y allanar el camino para la llegada del suyo. Además, ha alcanzado la vicepresidencia de un gobierno de coalición con un partido socialista, algo insólito en cualquier otra democracia capitalista, con lo que se ha elevado notablemente su capacidad para disfrutar de lo uno y trabajar en lo otro. En cuanto a lo primero, se deleita demostrando que la ideología comunista no tiene por qué estar reñida con el buen gusto en el vestir. En cuanto a lo segundo, sigue al pie de la letra las recomendaciones estratégicas del coautor de su admirado manifiesto comunista, «Los marxistas que viven en sociedades no marxistas deben reclamar la igualdad como un instrumento de agitación para levantar a los obreros contra los capitalistas» (Engels, en ‘Anti-Dühring’).

Utiliza las palancas que le brinda su poder gubernamental para intentar conseguir esa mayor igualdad alentando subidas de impuestos a los «ricos», reforzando el sindicalismo de clase, multiplicando el empleo público, sobre todo para los afines, e impulsando intervenciones en los mercados. Poco importa que estas políticas sean contraproducentes y tiendan a mermar el crecimiento y aumentar la desigualdad. El aumento de las desigualdades genera una demanda de nuevas intervenciones sociales por parte de la opinión pública que mayoritariamente desconoce la responsabilidad gubernamental en el origen de las mismas y aparentemente no les culpa por ellas. En el proceso, desplaza cada vez más a la izquierda la acción del Gobierno que vicepreside y configura una situación social que considera propicia para su partido.

Es evidente que las tensiones entre la ideología y la realidad que pueda sentir esta Ninotchka no son comparables a las de aquella otra. La Ninotchka de Lubitsch se plantea intelectualmente la bondad relativa del capitalismo frente al comunismo y cuando resuelve la cuestión actúa en consecuencia. Para esta otra Ninotchka la ideología comunista es genética e incuestionable, al menos mientras pueda vivir en una sociedad capitalista. Pero el guion sugiere que su vida política no está exenta de inquietudes, aunque sean mucho menos dramáticas. Entre ellas, destaca la duda entre seguir defendiendo la doctrina comunista a capa y espada o aceptar, siquiera retóricamente, el capitalismo e intentar apoderarse del territorio electoral de la socialdemocracia, tan aborrecida por los padres fundadores de la doctrina. La elección no es fácil. Lo primero le garantiza un nicho del mercado electoral que, aun siendo reducido, siempre le ha reportado un ‘modus vivendi’ muy decoroso. Lo segundo es una aventura incierta pero el premio, un poder mucho mayor que el que puede tener por la otra vía, es muy tentador.

No voy a destripar la decisión de Ninotchka ni el final de la película, que concluye con una escena en la que se muestra el resultado de las próximas elecciones generales. Sí puedo contar que Ninotchka y los suyos, así como sus aliados gubernamentales, confían en que seguirán siendo el refugio electoral de los pobres y de los más débiles. Hasta que llegue la convocatoria electoral continuarán engañando a la gente sobre los efectos de las políticas socialistas en sus condiciones de vida (el guion no deja claro si también se engañan a sí mismos). Como dijo un ilustre economista, al que se cita en la película, el socialismo consiste en hacer creer a los que han sacado boletos sin premio en la lotería de la vida que eliminando los premios ellos conseguirán boletos premiados. El guion, sin embargo, apunta la posibilidad de que la conexión entre los más desfavorecidos y el voto a los partidos socialcomunistas se puede estar debilitando. Quizá porque los comunistas han vivido de los pobres hasta que los pobres han visto cómo viven los comunistas. O tal vez porque el electorado empiece a atisbar que el amor de estos partidos a los pobres es como el de Mitterrand a Alemania, que la quería tanto que prefería que hubiera dos.

José Luis Feito es economista y miembro de la Junta Directiva de la CEOE.

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