¿No deberíamos todos hacer bien los deberes?

Una vez pasados los días y hechas múltiples valoraciones sobre el célebre incidente diplomático, la XVII Conferencia Iberoamericana de Santiago de Chile sobre Cohesión Social en Iberoamérica, así como los seminarios paralelos que la precedieron, debería merecer que le dedicáramos nuestra atención. No sólo debido al país y el momento del encuentro, el Chile de Michèle Bachelet en una etapa en que a Latinoamérica se le plantea el reto de un modelo de desarrollo cohesionado, sino por el propósito de la Conferencia, la cohesión social, y el método a él asociado, la acción estructural. Ésta es una conclusión que se ha venido proponiendo en las reuniones paralelas: más institucionalización, más capacidad presupuestaria para la cohesión, más control judicial, más transparencia.

Vayamos por partes. En primer lugar, el momento: Iberoamérica está en una encrucijada. La región está creciendo en muchos casos a tasas superiores al 5%, y en varios países, como Chile, se trata de un crecimiento sostenido desde largos años. ¿Pero va acompañado el crecimiento de otros resultados positivos? Veamos: la inversión extranjera en la región ha disminuido, o no ha aumentado a buen ritmo, y la fractura social se ha ido profundizando, aumentando la exclusión. Nunca como ahora los pobres son tan pobres.

Los países iberoamericanos están en el mapa mundial con muchas opciones de futuro. Pero se encuentran en el momento en el que deben dar respuesta a la cuestión de qué modelo de desarrollo seguir. ¿Un modelo nacionalista, soberanista, radicalmente populista? ¿O un modelo de integración regional, abierto, compartido, resultado de un mercado con las debidas correcciones estructurales y un control visible?

Veamos el momento histórico en relación a España. En la década de los noventa las empresas españolas de grandes infraestructuras de energía, telecomunicaciones, transportes o construcción, así como los grandes servicios financieros, volaron a Latinoamérica a cumplir con una misión casi hasta entonces no asumida, envueltas también como estaban en la construcción democrática y europea de nuestro país. La misión de construir allí Estados modernos y abiertos, cooperando a ello por primera vez en la historia y haciendo de España una suerte de metrópoli económica. Plausible, hasta extraordinario; nada que decir sobre su salida y sobre su presencia. Pero lo que ni esas empresas ni las administraciones mencionaron entonces es que, haciéndolo, colateralmente escapaban -al menos durante un tiempo- al control de iure y de facto de su comportamiento económico, tantas veces monopolístico, acumulado durante las pasadas décadas en nuestro país. Un control exigible en el modelo europeo. Ni tampoco se dijo que algunas de ellas posiblemente apuraran hasta la última gota los mecanismos locales para la obtención de grandes contratos, mecanismos que no son siempre limpios.

En fin, España actuó más como metrópolis colonial que como transferente de experiencias, aquello que tan bien hicimos cuando fuimos un referente en transiciones democráticas y en elaboración de consensos, aguas pasadas. En cualquier caso, España, con excelente voluntad y mejor o peor suerte, propone hoy construcciones menos obvias pero más deseosas de resultados que aúnen desarrollo y cohesión económica y social.

Recordemos ahora el propósito y el método de la Conferencia: la cohesión social. Se dijo hace siglo y medio que "entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, la libertad oprime y la regla de derecho libera". Se ha dicho que se puede perder una década de la mano de la pobreza y de la deuda, pero también de la riqueza si no se sabe utilizarla, si no se ajusta esta última a la realidad iberoamericana que nos muestra una estructura social de enormes desigualdades.

Hay que saber, de ambos lados del Atlántico, hacer los deberes, porque el crecimiento sin más no resuelve ningún problema si no va ligado a la cohesión social. Y aquí es donde reaparece nuestro país: si en algo la Europa comunitaria se muestra eficaz es en saber "tejer" nuestras sociedades civiles y económicas mediante su lenguaje estructurante y corrector. Y los dos países ibéricos, en particular una España descentralizada y multipolar, lo han sabido aprovechar.

Éste es el método a comunicar a Iberoamérica, trasladando nuestra reciente experiencia como destinatarios de esa acción, y no como metrópoli. Sólo así entendemos que la corrección de desigualdades mediante intervenciones financieras concertadas en un contexto de apertura de mercados es capaz de generar una suerte de círculo virtuoso en el seno de los procesos de integración que recurren a este tipo de instrumentos de solidaridad.

Desarrollando -junto a una mayor institucionalización y construcción jurídica seria- mayores recursos financieros, transparencia y visibilidad de esta acción y de las estructuras necesarias para ella, y construyendo unas políticas de responsabilidad social corporativa que ya están dando resultados eficientes también en términos económicos. Ése es el debate y no otro. Sólo así nuestro país sabrá estar a la altura en un momento en que, de este lado también, estamos ensimismados sin saber cuál es nuestro papel en el mundo. Sabiendo "mirar" así, sabremos "ver" al mismo tiempo qué modelo queremos para Europa y para España en ella.

Blanca Vilà, catedrática de Derecho Internacional Privado, UAB.