No dejar a ningún refugiado a un lado

El mundo ha ingresado en una era en la cual el desplazamiento de personas ha alcanzado un nivel sin precedentes. En 2014, el conflicto y la persecución obligaron a 42.500 personas por día a huir de sus hogares, casi cuatro veces más que en 2010. Hoy hay casi 60 millones de personas desplazadas por la fuerza -una crisis sin equivalentes desde la Segunda Guerra Mundial.

Esto es inaceptable, pero no inevitable. En 1945, el mundo respondió al conflicto más letal en la historia de la humanidad creando las Naciones Unidas. Hoy, como jefes de las agencias de las Naciones Unidas para los refugiados y el desarrollo, instamos al mundo a responder a esta turbulencia monumental dándole a la gente las herramientas que necesita para reconstruir sus vidas. Creemos que el camino hacia adelante empieza con los Objetivos de Desarrollo Sustentable de 2030, que Naciones Unidas adoptó de manera unánime en septiembre afirmando la promesa de "no dejar a nadie a un lado" en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

La estrategia actual de la comunidad internacional frente al desplazamiento se basa esencialmente en la ayuda humanitaria, que ofrece un alivio rápido y de emergencia mientras que se trabaja en una solución permanente. Pero las soluciones están resultando más elusivas que nunca. Apenas el 1% de los refugiados pudo regresar a sus hogares en 2014. La gran mayoría de las personas desplazadas no pasan días o meses en exilio sino años o décadas, inclusive vidas enteras. Corren el riesgo de ser dejados de lado.

Consideremos el caso de Somaya, una refugiada de tercera generación en Kenia. Hace décadas, su abuela huyó al campo de refugiados Hagadera para escapar del conflicto brutal en Somalia. Allí nació su madre, al igual que ella. Ninguna de las dos pudo poner un pie fuera del campo de 13 kilómetros cuadrados. Todavía viven de las maletas de su abuela, a la espera de una oportunidad para irse de allí.

Al igual que Somaya, la mayoría de los refugiados viven en el mundo en desarrollo. Y aun así, muchas veces las organizaciones dedicadas al desarrollo que podrían brindarles una mano a los refugiados enfrentan un financiamiento insuficiente y regulaciones rígidas que les impiden atender las necesidades de los refugiados.

El desplazamiento prolongado inflige una carga profunda en personas como Somaya. Los refugiados muchas veces se ven limitados en su capacidad para trabajar y moverse libremente, lo que les impide mantener a sus familias o aportar a las comunidades que los albergan. Viven en el limbo, sin otra opción más que la de depender de la ayuda humanitaria. O se ven obligados a ganarse la vida en la economía informal, donde corren el riesgo de ser víctimas de cautiverio, explotación sexual, mano de obra infantil u otros abusos.

Consideremos otro ejemplo: Anas, un refugiado sirio de 13 años en el Líbano. Su familia no puede sobrevivir sin los 5 dólares que él gana cada día. De manera que, en lugar de ir a la escuela, clasifica bloques de carbón que se venden como combustible. Anas y otros refugiados como él luchan por ejercer precisamente esos derechos -a educación, atención médica, libertad de movimiento y acceso a trabajo, tierra y vivienda- que son esenciales para escapar de la pobreza.

Reparar esta situación exigirá cambios políticos y económicos que permitan que la comunidad de desarrollo ofrezca más apoyo. La relación entre desarrollo y desplazamiento es clara, y necesitamos empezar a considerar esos desafíos como áreas de responsabilidad conjunta.

El desplazamiento a gran escala satura los recursos públicos, inclusive en países con ingresos medios; sin suficiente ayuda externa, puede deshacer años de progreso. Hasta que el mundo brinde más y mejor apoyo a los países anfitriones y a los refugiados que viven allí, es de imaginar que pagaremos sumas aún mayores por programas humanitarios que no terminan nunca.

Sin embargo, hay otra cara de la moneda. Cuando a la gente desplazada se le permite desarrollar sus habilidades y perseguir sus aspiraciones, crea nuevas oportunidades de crecimiento. Es por eso que las agencias de desarrollo deben ser más flexibles a la hora de encarar nuevos ciclos de pobreza y fragilidad -donde aparezcan- antes de que se disparen fuera de control.

Ha llegado la hora de descartar la imagen estereotipada de los refugiados como receptores pasivos de ayuda, sentados ociosamente con la mano extendida. En todo caso, esa imagen refleja circunstancias que les han sido impuestas a los refugiados y que la respuesta incompleta del mundo no hizo más que reforzar. Los refugiados son emprendedores. Son artistas. Son maestros, ingenieros y trabajadores de todo tipo. Son una fuente rica de capital humano que no estamos cultivando.

La comunidad internacional ya no puede darse el lujo de ignorar tanto potencial o sentarse a mirar cómo los más vulnerables son empujados a los márgenes de la sociedad. Mientras los titulares noticiosos llaman la atención sobre los costos humanos de esas tragedias, debemos recordar que tenemos la posibilidad de responder con algo más que conmoción.

Podemos rechazar la exclusión económica de quienes viven entre nosotros pero nacieron en otra parte. Podemos redoblar nuestros esfuerzos por buscar soluciones políticas al conflicto y la persecución. Podemos empoderar a los socios humanitarios y de desarrollo para trabajar en conjunto desde el momento en que estalla una crisis. En resumen, podemos honrar nuestra promesa de "no dejar a nadie a un lado".

Helen Clark, a former prime minister of New Zealand, is Administrator of the UN Development Programme.
Filippo Grandi is United Nations High Commissioner for Refugees.

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