No es lo mismo... ¿y?

Por Enric Berenguer, psicoanalista (EL PAIS, 07/03/04):

Se espera que un psicoanalista defienda a papá y mamá. En parte es lógico: Freud salvó al padre, le dio una razón de ser. Pero contribuyó a demoler lo que quería rescatar, pues sus investigaciones revelaron admirablemente cómo funcionaba eso por lo que nadie se planteaba preguntas. Sacó muchas cosas a la luz, y no pocos trapos sucios. Lacan, a partir de 1968 -tomen nota de la fecha- pone las bases para pensar al padre como un mito. Lo hace explícitamente un año más tarde, cuando, fíjense qué cosas, se refiere en su seminario a la inseminación artificial, con una chanza traducible más o menos como el "padre enlatado". Malas noticias: no voy a defender nada en nombre del psicoanálisis. Pero tampoco voy a decir que todo sigue igual.

Debido a los efectos del capitalismo, que trabaja en las profundidades con la ciencia y con la técnica, sin que nos demos cuenta, muchas cosas que antes parecían naturales revelen ser artificios. Los fundamentalistas de todo signo lo saben -se equivocan cuando creen que hay vuelta atrás-. Y su error cuesta mucho sufrimiento.

El matrimonio homosexual, la adopción de niños por parejas gay y lesbianas, todo ello es un discreto asalto a la Bastilla. Esas parejas, aunque a ellas quizás no se les haya ocurrido pensarlo, son simpáticos piquetes revolucionarios que abren las puertas de un último reducto. ¿Es eso un drama? No, claro, la Bastilla producía sus presos, a quienes les encantó ser liberados, aunque en su mayoría fuesen... aristócratas caídos en desgracia. Es sólo una metáfora, pero no está mal, de paso, recordar al Marqués de Sade, que se pasó trece años en chirona por tocarle las narices a su suegra, Madame de Montreuil, con sus impresentables gustos sexuales. Ella tenía muy claro qué era una familia de verdad; el Marqués, no tanto. Los tiempos han cambiado.

Ahora no sólo tenemos que "preocuparnos" por el padre, vieja figura de la que ya sabemos que ni siquiera bajo el Imperio Romano tuvo tanto poder como decían las Doce Tablas (el pater nunca ejercía su supuesto derecho sobre la vida del hijo y tenía que lidiar con su señora, aunque se buscara el consuelo de alguna esclava, véase Jack Goody, The Oriental, the Ancient and the Primitive, CUP, 1990). ¡Pero es que ahora también las suegras están en cuestión!

¿Y las madres? Mater certisima est, se decía. La adopción, la maternidad de alquiler, muestran otra cosa. Dos mujeres que adoptan, o deciden que una sea inseminada, por varón conocido o desconocido... ¿son dos madres? Son dos... ¿comadres? Quizás para que ninguna de ellas tenga la preeminencia materna, lo cual introduciría una desigualdad, prefieran adoptar. Y no hablo por hablar, ocurre.

Algún lector habrá sonreído con lo de comadres, término caduco. Pero háganlo más moderno añadiendo un guión (co-madre) y tendrán una de las opciones que ya se están tomando en las nuevas formas de definir el parentesco generadas por parejas gay y lesbianas con hijos.

Toda esta reorganización, inventiva e inestable, en la que hay un alto grado de particularidad y de negociación del parentesco, es un fenómeno muy interesante que analiza un libro publicado hace poco en España por la etnógrafa francesa Anne Cadoret: Padres como los demás (col. Punto Crítico, Gedisa, 2003). Este libro, que me encanta y cuya lectura me parece imprescindible para entender lo que está pasando -por eso recomendé su publicación-, muestra algo que aparentemente se contradice con su título: ya nada es igual, todo se tiene que volver a definir y se establecen nuevas formas de relación de un enorme grado de sutileza, que no sólo afectan a la relación entre los "padres" y los "hijos", sino a toda una constelación que rodea a ese objeto peculiar que es un niño. Y, por si esto fuera poco, está luego el niño como sujeto, que a su vez decidirá qué es un padre y qué no lo es, o también, con los tiempos que corren, qué es una madre, etc. No se suele tener en cuenta que al fin es el niño quien adopta a sus padres (aunque sean "biológicos"). Volviendo al libro de Cadoret, ¿qué sigue igual? Que la gente sigue teniendo problemas, y uno de ellos es el de tener que devanarse los sesos para ponerle un nombre a las relaciones que inventa, justificar sus deseos más íntimos en lo que éstos tienen siempre de escandalosos. Hasta ahora se creía que "hacerle un hijo" a una mujer era menos escandaloso que otras cosas. No era cierto. "Padres como los demás" quiere decir: gente que, como todo el mundo, tiene que hacer algo con su deseo y anudarlo con la ley, entendida ésta en su dimensión, ante todo, subjetiva: la certeza de que no todo puede ser posible, pues hay que poner algún límite para que el deseo sea digno. Y, vayan a verlo con sus propios ojos, la responsabilidad que demuestran esas parejas gay y lesbianas en los testimonios recogidos por Cadoret es impresionante. Su lectura nos mueve a un gran respeto por esas personas, que están muy lejos de hacer cualquier cosa con un niño como algunos creen.

Con las nuevas invenciones vendrán nuevos malestares. Lo más interesante de las nuevas familias serán los nuevos fallos que produzcan, los nuevos síntomas. Eso se sabrá cuando un hijo que tenga dos co-madres suelte su lengua en un diván. Aprenderemos mucho, no lo duden. Como aprendimos del relato de los síntomas de la familia "tradicional".

Al psicoanálisis los síntomas no le asustan. El síntoma es lo más real que tenemos, muchas veces lo mejor. El padre es una forma de síntoma (por algo siempre se ha denunciado que falla). Las nuevas formas no serán iguales. No he dicho más graves, ni menos.

Cito a Jacques-Alain Miller: "A mí no me parece esencial preservar el antiguo semblante del matrimonio. Hagamos uno nuevo". Y añade que no hay nada que esperar de mirar hacia el siglo XIX y la época victoriana (El síntoma charlatán, Paidós, 1998, pág. 51).