No es posible destruir agentes nerviosos de guerra

Por Miguel Ángel Sogorb, investigador de la División de Toxicología, y Eugenio Vilanova es catedrático de Toxicología, en el Instituto de Bioingeniería de la Universidad Miguel Hernández de Elche (EL PAÍS, 15/03/03):

La situación internacional actual nos muestra a unos Gobiernos exigiendo al Gobierno de otro país que destruya su armamento químico con la amenaza de un conflicto bélico. El Gobierno interpelado dice que ya lo ha hecho. La realidad es que la destrucción de dicho armamento no es técnicamente viable dentro de unos márgenes razonables de seguridad. A continuación ofrecemos una versión científico-técnica que la opinión pública debería conocer (y que seguro que los gobernantes de los países implicados conocen por sus asesores técnicos) de por qué esto no es posible. Sabemos que corremos un riesgo, pero nuestra obligación como científicos y nuestra conciencia nos obliga a hacer pública nuestra opinión.

Las armas químicas se utilizaron a gran escala por primera vez durante la I Guerra Mundial, donde se liberaron unas pocas toneladas de cloro, gas mostaza y fosgeno, provocando unas 90.000 muertes y más de 1.000.000 de afectados. En 1925 varios países firmaron en Ginebra un protocolo prohibiendo el uso de armas químicas en las batallas. Sin embargo, el protocolo de Ginebra no prohibió el desarrollo y almacenamiento de nuevas armas químicas. Desde 1930 a 1940 Alemania desarrolló los actuales agentes nerviosos. Más tarde otros países, como EE UU, la antigua URSS y Francia, crearon arsenales con miles de toneladas de dichos agentes.

Las sustancias mal denominadas gases de guerra, gases nerviosos o simplemente agentes nerviosos, constituyen el tipo de arma química más peligroso y mortífero inventado por el hombre. En realidad, estas sustancias son líquidas a temperatura ambiente, pero en el momento de ser utilizadas se vaporizan mediante el uso de explosivos, de aerosoles u otros medios para aumentar su radio de acción.

Los agentes nerviosos actúan mediante un mecanismo similar al de los insecticidas organofosforados, aunque son muchísimo más tóxicos para los mamíferos, incluyendo los humanos. Ambos tipos de compuestos inhiben la enzima responsable del cese de la transmisión del impulso nervioso y de la contracción muscular. Los síntomas de intoxicación aguda también son los mismos para ambos tipos de compuestos e incluyen salivación, sudoración, aumento de la secreción nasal, vómitos, flacidez muscular, confusión, coma. La causa de muerte suele ser el fallo respiratorio. Las víctimas supervivientes de los ataques terroristas con sarín producidos en Japón en 1994 y 1995 todavía sufren secuelas como fatiga, astenia, visión borrosa, pérdida de memoria, etcétera.

La síntesis química de los agentes nerviosos es relativamente rápida, sencilla y económica. Sin embargo, su almacenamiento, transporte y sobre todo eliminación con apropiadas medidas de seguridad es muchísimo más difícil y costoso. Los agentes nerviosos de guerra más comunes son: tabun, sarín, soman y VX. La Organización para la Prohibición de Armas Químicas informó en el año 2000 de que existían legalmente declaradas por los países creadores dos toneladas de tabun, más de 9.000 de soman, unas 15.000 de sarín y 20.000 de VX.

En 1993, el Congreso de Estados Unidos ordenó a su Ejército la destrucción de todo el arsenal de armas químicas existentes en el país. El plazo inicial otorgado finalizaba en el año 1997. Llegado ese año no se había cumplido el mandato y el plazo se amplió hasta 2004. Actualmente ya está ampliado hasta 2007 y empieza a oírse hablar de una nueva prórroga hasta 2012. ¿Qué ocurre? Pues simplemente que en el momento actual nadie dispone de la tecnología necesaria para hacerlo de una manera controlada y con unos riesgos aceptables.

Los técnicos y el Gobierno estadounidense saben que no es posible eliminar estas armas químicas, y también saben que otros países con menos medios técnicos tampoco disponen de la tecnología necesaria para ello.

Hoy en día existen dos métodos para la destrucción de este tipo de compuestos: la incineración y la hidrólisis química. En los últimos años se ha abierto la vía biotecnológica, que pasa por la utilización de proteínas capaces de degradar estos compuestos.

El primer método (la incineración) es el técnicamente más complejo y consiste en tratar los compuestos a unos 14.000 grados centígrados hasta conseguir su completa mineralización. El principal inconveniente de este método es que produce residuos potencialmente peligrosos que generan un problema de dimensión todavía desconocida. Además se debe considerar el problema de las emisiones al medio ambiente. También requiere un estricto control del proceso para asegurar que la incineración sea completa y no emitir residuos peligrosos o el propio compuesto intacto. Es fácil prever la posibilidad de accidentes con consecuencias inaceptables para la salud humana y el medio ambiente si se procede a la incineración masiva de estos compuestos, lo que ha llevado a los EE UU a descartar este sistema.

El método químico consiste en disolver el agente nervioso en agua y tratar la disolución resultante con hidróxido sódico para que se produzca la desactivación por hidrólisis. Esta reacción de desactivación genera calor y no está exenta de complicaciones. El método químico es análogo al empleado en nuestro laboratorio para destruir pequeñísimas cantidades de insecticidas organofosforados. Si extrapolamos las condiciones empleadas en nuestro laboratorio a la destrucción de un kilo de sarín (la situación sería similar para cualquier otro de los agentes) encontramos que sería necesario disolver este material en unos 700.000 litros de agua y utilizar unos 40 kilos de hidróxido sódico. Tras completar la reacción de desactivación, estos 700.000 litros de agua quedarían contaminados y requerirían posteriores tratamientos de depuración. ¡Y eso sólo para un kilo! Además, se debe considerar que estos compuestos son mucho más tóxicos que los insecticidas empleados en nuestro laboratorio y, por tanto, sería necesario aplicar un factor de seguridad adicional que conllevaría la utilización de mayores cantidades de agua y de hidróxido sódico. Trasladando estas cifras a escala de miles de toneladas es fácil imaginar la magnitud del problema de manejar millones de toneladas de desechos acuosos contaminados.

La vía biotecnológica implica modificar ciertas proteínas para que sean capaces de catalizar la misma reacción que el hidróxido sódico, pero sin generar calor y sin emplear grandes volúmenes de agua. Existen varios laboratorios de investigación en Estados Unidos y otros países trabajando en estas proteínas. Estos laboratorios son financiados por fondos públicos y sus resultados se publican en revistas científicas. Por el momento los resultados son prometedores, pero todavía se está lejos de disponer de una metodología apropiada para resolver el problema de una manera técnica y económicamente viable.

Así pues, debería imponerse la cordura y que un Gobierno no justificara sus acciones ante la opinión pública exigiendo a otro, con menos medios técnicos, que haga en semanas algo que él mismo no ha sido capaz de realizar en más de dos décadas. Al igual que el otro Gobierno no debería provocar diciendo que ya ha hecho algo que ambos saben que no es técnicamente viable.

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