No es una guerra justa

Por Jimmy Carter, presidente de EEUU de 1976 a 1980 y ganador del Nobel de la Paz en el año 2002 (EL MUNDO, 10/03/03):

En la política exterior norteamericana se han introducido unos profundos cambios que subvierten los compromisos tradicionales entre los dos partidos que durante más de dos siglos han cimentado la grandeza de nuestra nación.

Dichos compromisos se han basado en unos principios religiosos esenciales, en el respeto a la legislación internacional y en unas alianzas que han dado como resultado unas decisiones cargadas de prudencia y la contención mutua. Nuestra aparente determinación de emprender una guerra contra Irak sin apoyo internacional constituye una violación de estas premisas.

Como cristiano y como presidente que tuvo que afrontar provocaciones sin cuento a raíz de crisis internacionales, hube de empaparme a fondo de los principios de una guerra justa, y está claro que un ataque a Irak, que es esencialmente unilateral, no se atiene a esas pautas.

Esta es la creencia prácticamente universal de los dirigentes religiosos, con la excepción más notable de algunos portavoces de la Convención Baptista del Sur, enormemente influidos por su compromiso con Israel, que se basa en la teología escatológica o de las postrimerías de la creación.

Para que una guerra sea justa, debe cumplir determinados criterios claramente definidos como los que cito a continuación:

-La guerra tiene que emprenderse exclusivamente como último recurso, una vez agotadas todas las alternativas no violentas.En el caso de Irak, es evidente que existen alternativas claras a la guerra. Dichas alternativas, previamente propuestas por nuestros propios dirigentes y aprobadas por las Naciones Unidas, quedaron expuestas una vez más el viernes pasado en el Consejo de Seguridad.

No obstante, en estos momentos da la impresión de que, aunque nuestra seguridad nacional no está directamente amenazada, y a pesar de las abrumadora oposición de la gran mayoría de los pueblos y gobiernos del mundo, los Estados Unidos han tomado la determinación de llevar adelante una intervención militar y diplomática que prácticamente no tiene precedentes en la historia de las naciones civilizadas.

La primera fase de nuestro plan de guerra, a la que se ha dado publicidad a bombo y platillo, consiste en lanzar alrededor de 3.000 bombas y misiles contra una población iraquí relativamente indefensa, concentradas en las primeras horas de una invasión, con el objetivo de producir tal sufrimiento y tal desmoralización en el pueblo que éste opte por cambiar a su detestable jefe, que lo más probable es que se mantenga a buen recaudo y a salvo durante el bombardeo.

-Los medios bélicos deben discriminar entre combatientes y no combatientes. Los bombardeos aéreos masivos, por más que se extreme la precisión, van a producir inevitablemente «daños colaterales».El general Tommy R. Franks, comandante de las fuerzas norteamericanas en el Golfo Pérsico, ha manifestado su preocupación porque muchos de los objetivos militares se encuentran próximos a hospitales, centros escolares, mezquitas y viviendas particulares.

-La violencia debe ser proporcional a los daños que se hayan sufrido. A pesar de los demás graves delitos de Sadam Husein, los esfuerzos norteamericanos por vincular a Irak con los atentados terroristas del 11 de Septiembre no han sido convincentes.

-Los que atacan deben contar con autoridad legítima, sancionada por la sociedad que ellos afirman representar. Todavía se está a tiempo de respetar y cumplir el voto unánime de aprobación del Consejo de Seguridad a la propuesta de que se eliminen las armas de destrucción de masas de Irak, mientras que nuestros objetivos, según se acaba de anunciar, son los de proceder a un cambio de régimen y establecer una Pax Americana en esa parte del mundo, quizás mediante la ocupación de ese país étnicamente dividido durante nada menos que una década. Carecemos de autoridad internacional para estos objetivos.

Hasta ahora, otros miembros del Consejo de Seguridad han conseguido plantar cara a las enormes presiones económicas y políticas que se están ejerciendo desde Washington, y nos enfrentamos a la posibilidad tanto de fracasar a la hora de conseguir los votos necesarios como de que Rusia, Francia y China ejerzan el veto.

Aunque todavía se pueda convencer a los turcos de que nos ayuden, con los señuelos de una sustanciosa recompensa económica y de un control parcial de los kurdos y del petróleo del norte de Irak en el futuro, su parlamento democrático ha terminado por sumar su voz a las expresiones de inquietud generales en todo el mundo.

-La paz que se establezca debe representar una mejora sustancial respecto a la situación existente. Aunque se manejan escenarios de paz y democracia en Irak de cara al futuro, lo más posible es que las consecuencias inmediatas de una invasión militar sean una desestabilización de esa parte del mundo y una provocación a que los terroristas pongan aún más en peligro nuestra seguridad interior. Por otra parte, al desafiar la abrumadora oposición de todo el mundo, los Estados Unidos van a acabar con las Naciones Unidas como institución viable de la paz mundial.

¿Qué va a ser de la posición de los Estados Unidos en el mundo si no desencadenamos la guerra después de tan descomunal despliegue de fuerzas militares en esa zona? La simpatía y la amistad sinceras que los Estados Unidos recibieron en respuesta a los atentados del 11 de Septiembre, incluso de regímenes en otro tiempo antagonistas, se han desvanecido considerablemente; una política cada vez más unilateral y tiránica ha reducido la confianza internacional en nuestro país a los más bajos niveles que se recuerdan.

La estatura de los Estados Unidos mermará todavía más, con toda seguridad, si emprendemos una guerra en manifiesto desafío a las Naciones Unidas. Sin embargo, hacer sentir nuestra presencia y la amenaza de toda nuestra potencia militar en obligar a Irak a cumplir las resoluciones de las Naciones Unidas, reservando la guerra como última opción, reforzará nuestro estatus como campeones de la paz y la justicia.

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