No estamos hechos para vivir en el momento

Nuestro nombre es erróneo. Todos nos llamamos Homo sapiens, el “hombre sabio”, pero eso es más una jactancia que una descripción. ¿Qué nos hace sabios? ¿Qué nos separa de los otros animales? Se han propuesto varias respuestas: el lenguaje, las herramientas, la cooperación, la cultura, que nuestro sabor no es el mejor para los depredadores… pero ninguna es exclusiva de los humanos.

Lo que mejor distingue a nuestra especie es un atributo que los científicos apenas comienzan a valorar: contemplamos el futuro. Nuestra singular previsión creó la civilización y sostiene a la sociedad. Suele levantarnos el ánimo, pero también es fuente de casi toda depresión y ansiedad, ya sea que estemos evaluando nuestras propias vidas o preocupándonos por nuestra nación.

Otros animales tienen rituales primaverales para educar a los niños, pero solo nosotros los sometemos a discursos de “graduación” para informarles con grandiosidad que hoy es el primer día del resto de sus vidas.

Un nombre más apropiado de nuestra especie sería Homo prospectus, ya que prosperamos mediante la consideración de nuestros prospectos. El poder de prospección es lo que nos hace sabios. Mirar al futuro, consciente e inconscientemente, es una función central de nuestro enorme cerebro, como han descubierto los psicólogos y los neurocientíficos… algo atrasados porque en el siglo previo la mayoría de los investigadores supusieron que somos prisioneros del pasado y el presente.

Los conductistas concebían el aprendizaje animal como la inculcación del hábito por medio de la repetición. Los psicoanalistas creían que tratar a los pacientes era cuestión de desenterrar y confrontar el pasado. Incluso cuando surgió la psicología cognitiva, se enfocó en el pasado y el presente, en la memoria y la percepción.

Pero cada vez es más claro que la mente apunta principalmente al futuro, mas no es impulsada por el pasado. El comportamiento, la memoria y la percepción no pueden ser entendidos sin apreciar el papel central de la prospección. No aprendemos almacenando registros estáticos, sino retocando continuamente los recuerdos e imaginando posibilidades futuras. Nuestro cerebro no ve el mundo procesando cada pixel en una escena, sino enfocándose en lo inesperado.

Nuestras emociones reaccionan menos al presente de lo que guían hacia una conducta futura. Los terapeutas están explorando nuevos modos para tratar la depresión que ya no se basan en los traumas del pasado y las presiones del presente como sus principales causas, sino en las visiones distorsionadas de lo que se aproxima.

La prospección nos hace más sabios pero no solo a partir de nuestras experiencias, sino también al aprender de los demás. Somos animales sociales únicos, que vivimos y trabajamos en grupos muy grandes de extraños porque así hemos construido el futuro. La cultura humana —nuestro lenguaje, nuestra división del trabajo, nuestros conocimientos, nuestras leyes y tecnología— es posible solo porque podemos anticipar lo que nuestros congéneres van a hacer en el futuro distante. Hoy hacemos sacrificios para luego obtener recompensas, ya sea en esta vida o en la siguiente que prometen tantas religiones.

Los animales comparten algunos de nuestros poderes inconscientes de prospección, pero es muy difícil que cualquier otra criatura sea capaz de pensar más que unos cuantos minutos por adelantado. Las ardillas entierran las nueces por instinto, no porque sepan que se acerca el invierno.

Las hormigas cooperan para construir su morada porque están programadas genéticamente para hacerlo, no a raíz de que se hayan puesto de acuerdo sobre un plano. Se sabe que, en ocasiones, los chimpancés han ejercido una previsión de corto plazo como el macho gruñón de un zoológico sueco que fue observado amontonando piedras para arrojarlas a humanos embobados, pero no tienen nada del Homo prospectus.

Si eres un chimpancé, pasarás buena parte del día en busca de tu siguiente comida. Si eres humano, puedes confiar usualmente en la previsión del gerente de tu supermercado o hacer una reservación en un restaurante para el sábado en la noche gracias a una hazaña notablemente complicada de prospección colaborativa.

Tú y el anfitrión de un restaurante imaginan un tiempo futuro —el “sábado” existe solo como una fantasía colectiva— y anticipan las acciones del uno y el otro. Confías en que el dueño del restaurante va a adquirir la comida y que el chef la cocinará para ti. Ellos confía en que te presentarás y les darás tu dinero, el cual aceptan porque esperan que su arrendador lo tome a cambio de dejarlos ocupar su edificio.

El papel central de la prospección ha surgido en estudios recientes de los procesos mentales lo mismo conscientes que inconscientes, como uno en Chicago que analizó a cerca de 500 adultos durante el día para registrar sus ideas y estados de ánimo inmediatos. De haber sido correcta la teoría psicológica tradicional, estas personas habrían pasado mucho tiempo rumiando.

Pero, en realidad, pensaron en el futuro tres veces más de lo común que en el pasado e inclusive esas pocas ideas sobre un hecho pasado siempre involucraron consideraciones sobre sus implicaciones futuras. Al hacer planes, mostraron mayores niveles de felicidad y menores de tensión que otras veces, presumiblemente porque planear convierte una masa caótica de preocupaciones en una secuencia organizada. Aunque sintieron temor por lo que podía salir mal, en promedio hubo el doble de pensamientos sobre lo que esperaban que sucediese.

Mientras casi toda la gente tiende a ser optimista, quienes padecen de depresión y ansiedad tienen una visión sombría del futuro, y esa parece ser la causa principal de sus problemas, no sus traumas del pasado ni su visión del presente. Aunque los traumas tienen un impacto duradero, la mayoría de la gente resurge mucho más fuerte después de experimentarlos. Otros siguen luchando porque exageran en sus predicciones de fracaso y rechazo. Hay estudios que han revelado que la gente deprimida se distingue de la norma por su tendencia a imaginar menos escenarios positivos y sobrestimar los riesgos futuros.

Se retraen socialmente y se quedan paralizados por dudar en exceso. Un estudiante brillante y exitoso imagina: si repruebo el próximo examen, voy a decepcionar a todos y revelaré la clase de fracasado que soy en realidad. Los investigadores han comenzado a probar con éxito terapias diseñadas para romper este patrón al entrenar a los afectados a visualizar resultados positivos (imaginar que pasan el examen) y a ver los riesgos futuros con más realismo (pensar en las posibilidades restantes aun si reprueban el examen).

Casi toda la prospección ocurre en el nivel inconsciente cuando el cerebro filtra la información para generar predicciones. Nuestros sistemas de visión y oído, como los de los animales, se abrumarían si tuviéramos que procesar cada pixel de una escena o cada sonido a nuestro alrededor. La percepción es manejable porque el cerebro genera su propia escena, de modo que el mundo permanece estable aunque los ojos se muevan tres veces por segundo. Esto le da libertad al sistema perceptivo para ocultar rasgos no previstos, lo cual es el motivo de que no oigas el tictac de un reloj a menos que este se detenga. También es el motivo de que no te rías cuando te haces cosquillas a ti mismo: ya sabes lo que viene a continuación.

Los conductistas solían explicar el aprendizaje como la inculcación de hábitos por la repetición y el refuerzo, pero su teoría no podía explicar por qué los animales se interesaban más por las experiencias desconocidas que por las conocidas. Resultó que incluso las ratas de los conductistas, lejos de ser criaturas de hábitos, ponían especial atención a las novedades inesperadas porque así era como aprendían a evitar castigos y a ganar recompensas.

La memoria a largo plazo del cerebro ha sido comparada frecuentemente con un archivo, pero ese no es su propósito primario. En lugar de registrar con fidelidad el pasado, se mantiene reescribiendo la historia. Recordar un suceso en un nuevo entorno puede llevar a que se inserte nueva información en la memoria. Entrenar a testigos puede causar que la gente reconstruya sus recuerdos de modo que no quede rastro del suceso original.

La fluidez de la memoria puede parecer un defecto, en especial para un jurado, pero tiene un propósito mayor. Es una característica, no un defecto, ya que la meta de la memoria es mejorar nuestra habilidad de enfrentar el presente y el futuro. Para aprovechar el pasado, lo metabolizamos extrayendo y recombinando la información relevante para rellenar situaciones nuevas.

Este vínculo entre la memoria y la prospección ha surgido en las investigaciones que muestran que la gente con daños en el lóbulo temporal medio del cerebro pierde los recuerdos de experiencias pasadas al igual que la capacidad de elaborar simulaciones ricas y detalladas del futuro. De manera similar, hay estudios del desarrollo de los niños que muestran que ellos no son capaces de imaginar escenas futuras hasta que adquieren la capacidad de retrotraer experiencias personales, por lo general en algún momento entre los tres y los cinco años.

Tal vez la evidencia más notable proviene de la investigación cerebral más reciente. Al recordar un hecho pasado, el hipocampo debe combinar tres tipos diferentes de información —qué sucedió, cuándo y dónde— cada uno de los cuales están almacenados en partes distintas del cerebro. Los investigadores han encontrado que los mismos circuitos se activan cuando la gente imagina una escena novedosa. Una vez más, el hipocampo combina tres tipos de registro (qué, cuándo y dónde), pero en esta ocasión revuelve la información para crear algo nuevo.

Incluso cuando estás relajado, tu cerebro está recombinando continuamente la información para imaginar el futuro, un proceso que los investigadores se sorprendieron de descubrir cuando hicieron resonancias de los cerebros de gente que realizaba tareas específicas como la aritmética mental. Siempre que se hizo una pausa en la tarea hubo cambios repentinos de actividad en el circuito cerebral “omiso”, el cual es usado para imaginar el futuro o retocar el pasado.

Este descubrimiento explica lo que sucede cuando tu mente vaga durante una tarea: está simulando posibilidades futuras. Así es como respondes tan rápido a variaciones inesperadas. Lo que se puede sentir como una intuición primigenia, una corazonada, se hace posible por esas simulaciones previas.

Supón que recibes una invitación a una fiesta en un correo electrónico de un colega del trabajo. Por un momento, estás atónito. Recuerdas vagamente haber rechazado una invitación anterior, lo que te hace sentirte obligado a aceptar esta, pero entonces imaginas pasar un mal rato porque no te agrada cómo es él cuando bebe. Entonces también piensas: tú no lo has invitado nunca y piensas con incomodidad que si no asistes le causarás resentimiento, lo que podría resultar en problemas en el trabajo.

Sopesar metódicamente estos factores costaría mucho tiempo y energía, pero eres capaz de tomar una decisión veloz al recurrir al mismo truco que el buscador de Google cuando responde tu consulta en menos de un segundo. Google puede ofrecer un millón de opciones al instante porque no empieza de la nada. Predice continuamente lo que podrías preguntar.

Tu cerebro se engancha en el mismo tipo de prospección para ofrecer sus propias respuestas instantáneas, las cuales vienen en forma de emociones. El propósito principal de las emociones es guiar el comportamiento y los juicios morales futuros, según los investigadores de un nuevo campo llamado psicología prospectiva. Las emociones permiten simpatizar con otros al predecir sus reacciones. Una vez que has imaginado cómo se van a sentir tú y tu colega si rechazas su invitación, sabes por intuición que deberías responder “Claro, gracias”.

Si el Homo prospectus opta por la vista extensa, ¿se torna morboso? Esa fue una vieja suposición en la “teoría del manejo del terror” de los psicólogos, la cual sostenía que los humanos evitaban pensar en el futuro por temor a la muerte.

Pero existe escasa evidencia de que la gente pasa mucho tiempo afuera del laboratorio pensando en su muerte o administrando su terror por la mortalidad. Ciertamente no es lo que los psicólogos hallaron en el estudio que se ocupó de los pensamientos cotidianos de las personas de Chicago. Menos del uno por ciento de sus ideas involucraban la muerte e, incluso, estas se referían a la muerte de otras personas.

El Homo prospectus es demasiado pragmático para obsesionarse con la muerte por la misma razón por la que no vive en el pasado: no puede remediarlo. Se hizo Homo sapiens aprendiendo a ver y moldear su futuro, y tiene la sabiduría suficiente para seguir mirando hacia adelante.

Martin E. P. Seligman es profesor de psicología en la Universidad de Pensilvania y junto a Peter Railton, Roy F. Baumeister y Chandra Sripada, es autor de Homo Prospectus, el libro en el que se basa este ensayo. John Tierney escribe una columna de ciencia para The New York Times.

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