No existen pruebas... ¿ni existirán?

Por Pedro J. Ramírez, director de El Mundo (EL MUNDO, 23/07/06):

Desde que Miguel Barroso abandonara la nómina de Moncloa para convertirse en proveedor externo del presidente -ingeniosa jugada de outsourcing político que ha beneficiado a ambos-, Zapatero ha hecho de su tocayo Miguel Sebastián poco menos que la niña de sus ojos. Que si Miguel es el que siempre acierta en sus predicciones, que si tendrías que ver la sencilla profundidad con que Miguel explica los grandes asuntos, que si no hay informes más brillantes que los que Miguel me envía periódicamente... No tiene ninguna prisa por hacerle ministro, pero el presidente bebe los vientos por las tesis estratégicas de su asesor económico.

De ahí la importancia de la OPA ideológica que el susodicho lanzó el pasado lunes en el curso de El Escorial organizado por nuestros colegas y amigos del diario Expansión. Su planteamiento tiene unas cuantas trampas, pero los líderes del PP harían mal en tomárselo a chacota. En síntesis, se trata de presentar al actual PSOE como el partido que, en función de la agenda de Gobierno de Zapatero, puede colmar mejor las aspiraciones de los liberales españoles tanto en materia social como -pásmense- económica.

Si esto fuera así, siquiera para una proporción significativa de esos decisivos votantes de centro, la suerte electoral estaría echada durante bastante tiempo, pues los datos de adscripción ideológica que manejó Sebastián parecen bastante fiables a la luz de la experiencia: un 22% de los españoles se consideran conservadores y demócratas de tradición cristiana, un 18% nos consideramos liberales, un 37% se sienten socialistas o socialdemócratas, un 3% se declaran comunistas y el 21% restante se divide entre los nacionalistas de diverso pelaje y pequeños nichos de ecologistas y algunas ideologías extremistas. Esto explicaría que, aun en los momentos de sus peores desmanes, el PSOE haya conservado un suelo de apoyo popular muy alto y que al PP le cueste más que a la izquierda mantener movilizada y satisfecha a una base social más heterogénea que la de su gran adversario.

Bastaría pues que una cuarta parte de ese 18% de liberales picara en el anzuelo de Sebastián para que el equilibrio entre los dos bloques se rompiera rotundamente en beneficio del PSOE. González lo consiguió nada menos que durante tres legislaturas y ahora va a intentarlo un Zapatero con ansias de mayoría absoluta. Si en nuestra entrevista de abril ya daba un primer paso al detectar y balizar un espacio de supuesta orfandad política -«Mucha gente echa de menos en España un partido de centro, aunque yo no estaré en él»-, ahora, con el llamamiento sin complejos de Sebastián, parece haber entrado en una fase más abiertamente electoralista.

Con una técnica muy de jefe de servicio de estudios, Sebastián presentó una serie de cuadros de power point sobre las virtudes liberalizadoras de la acción de Gobierno de su jefe, barriendo siempre para casa. Como digo, algunos de sus trucos resultaron tan patentes y burdos como el jactarse de que durante el primer bienio de Zapatero sólo ha cambiado el presidente de una gran empresa, mientras en los años de Aznar cambiaron nueve, obviando el dato decisivo de que fue el PP quien impulsó la privatización de todas ellas. Pero en general sus reflexiones sirvieron para poner de manifiesto que en materia social el centroderecha perdió grandes oportunidades -si el PP hubiera aprobado una buena ley de parejas de hecho, la reivindicación del matrimonio homosexual habría quedado vaciada de contenido- y que en materia económica el actual PSOE está asumiendo paulatinamente la fe en el mercado, atreviéndose incluso a afrontar la eterna asignatura pendiente de la reconversión de RTVE. Falta vigor en materia de reformas estructurales, pero la mera asunción de la ortodoxia fiscal por un Gobierno tan impredecible en otros ámbitos, tiene de por sí un valor indiscutible.

El recuerdo de los espectaculares avances de la política asistencial de los últimos años del PP completa una fotografía en la que las distancias ideológicas se han acortado notablemente, y lo que de verdad separa a los dos grandes partidos -broncas puntuales aparte- son los caminos por los que uno y otro pretenden llegar al mismo sitio. En mi opinión, Zapatero está profundamente equivocado al intentar defender el Estado constitucional y la paz mundial mediante constantes concesiones a quienes practican la violencia para intentar sustituir el presente orden imperfecto por modelos menos democráticos y más totalitarios. Sin embargo, aunque la temeridad e inconsistencia de su apuesta por el apaciguamiento terminarán quedando al descubierto, lo más probable es que a corto plazo su respaldo social se mantenga alto. Todos queremos que la paz nos salga gratis y muchos están dispuestos a creer en el milagro, hasta que la dura realidad les derribe del caballo y ponga en evidencia el estropicio.

Si hay tres cosas que caracterizan a los verdaderos liberales una es tener los pies en el suelo, otra sentir un fuerte apego por la Ley y las instituciones democráticas y la tercera exigir siempre al Gobierno claridad y transparencia en su conducta. De ahí que el sentido de la proporción, pero sobre todo el respeto a las formas que en definitiva moldean el sistema político, sean valores decisivos a la hora de intentar captar a ese electorado potencialmente fluctuante que ambas partes anhelan. El PP debe tener mucho cuidado en no pasarse de frenada en su acoso crítico a las transgresiones gubernamentales del espíritu y la letra de la ley durante el proceso de negociación con ETA -que Patxi López y sus 17 enanitos le hagan la ola a Otegi es ya suficientemente grave como para no tener que recurrir a la exageración de la rosa y la serpiente-, pero en cambio está situándose cada vez más acertadamente en el espacio exacto en el que empieza a germinar un gran debate nacional que, por su envergadura, marcará toda una época.

Me refiero, naturalmente, a las diversas actitudes que, en aproximada correspondencia con los tres primeros bloques ideológicos acotados por Miguel Sebastián, mantienen los españoles respecto a la investigación de la masacre del 11-M. Existe, sin duda, una primera y muy nutrida minoría compuesta por quienes creen -o quieren creer- a pies juntillas la versión del Gobierno, la Fiscalía, la Policía y el juez Del Olmo: lo hicieron los islamistas como protesta por el apoyo de Aznar a la guerra de Irak y punto. Una segunda minoría tampoco vacila en sus conclusiones: fue una conspiración en la que el Partido Socialista, ETA y el grupo Prisa -con el malvado Rubalcaba en el papel estelar- utilizaron de pantalla a los «pelanas de Lavapiés» para cambiar, no ya de Gobierno, sino de régimen. Y queda por fin el tercer grupo, que, por el contrario, no lo tiene nada claro, escucha con perplejidad los argumentos de ambos bandos y sigue con creciente pasión las revelaciones y los planteamientos siempre razonados de EL MUNDO. De lo que terminen pensando estos terceros españoles dependerá la percepción mayoritaria sobre este asunto y por lo tanto la interpretación final de la actual encrucijada de la Historia de España.

Pues bien, ésta que hoy termina ha sido la semana en la que el acueducto de la versión oficial de los hechos acreditados ha sufrido el hundimiento de algunas de sus arcadas clave. La suma de las declaraciones ante el juez del jefe de los Tedax y de su subordinada, la química responsable de los análisis de las muestras de explosivos, más la negativa del Parlamento a requerir explicaciones al ministro del Interior por las flagrantes contradicciones entre la nueva versión y lo manifestado ante la Comisión de Investigación han dejado todo el tinglado construido en torno a los explosivos del 11-M al borde del colapso.

Conozco a muchos ciudadanos con nombre y apellido que se han quedado atónitos: ahora resulta que después de la deflagración de una docena de bombas de más de 10 kilos de peso en tres estaciones diferentes de Madrid los máximos especialistas policiales en explosivos declaran que nunca se podrá saber cuál fue el tipo de dinamita utilizada en ninguna de ellas... Resulta inverosímil que una y otra vez, foco de explosión tras foco de explosión, se nos diga que había «componentes de la dinamita» sin poder especificar en ningún caso de cuáles se trataba. Como si alguien que encuentra «restos humanos» por doquier no pudiera determinar si lo descubierto es un cartílago, una víscera o un hueso.

Es tan absurda la explicación de Manzano de que cuando estaba hablando con toda concreción de lo que sucedió a partir de las 12.00 horas del 11-M, en realidad divagaba sobre los efectos de cualquier explosión y por eso mencionó erróneamente la nitroglicerina, que sólo ha servido para acentuar la sensación de que está escondiendo la evidencia debajo de la alfombra de las propias vías de la muerte. Sólo si en los análisis de los focos apareció esa sustancia -ajena a la Goma 2 ECO que tenían los islamistas- puede comprenderse que las agencias de noticias lo divulgaran a primera hora de la tarde del día de autos y Manzano lo corroborara cuatro meses después, sin ser consciente de su trascendencia.

Y si ya sólo queda el razonamiento deductivo para sostener que el explosivo tuvo que ser el mismo que se encontró en Leganés y se pretendió utilizar en el AVE -los que intentaron este atentado necesariamente debieron cometer el otro-, ¿quién podría objetar a que, correlativamente, tomáramos por mentirosos a Manzano y su ayudante en relación a la nitroglicerina, después de haberles pillado en una doble falsedad flagrante en relación a la metenamina?

Que nadie se me pierda porque lo de la metenamina es capital para demostrar el dolo, la intencionalidad aviesa con que, a juzgar por todos los indicios, el jefe de los Tedax trató de predeterminar el resultado de los análisis de los explosivos. No siendo tampoco un componente de la Goma 2 ECO, su detección tanto en los restos de papel parafinado, supuestamente encontrados en la Kangoo, como en la muestra patrón significativamente enviada para su cotejo al laboratorio, sólo se explica si ambas habían salido del mismo tarro, y éste había quedado, en efecto, contaminado de forma accidental durante su anterior manejo por los Tedax. Esto significaría, fíjense bien en ello, que nunca se habría encontrado resto alguno de explosivo en la Kangoo. Por eso los perros no olieron nada. Por eso los policías que examinaron el vehículo juran que estaba vacío.

Que alguien nos dé otra explicación alternativa. En las altas esferas del Ministerio del Interior se barajó, al parecer, la conveniencia de divulgar la hipótesis de que la contaminación se hubiera producido en el propio laboratorio, durante las pruebas de cromatografía que forman parte de los análisis. Es decir, que en el disolvente que se emplea o en la propia plancha hubieran quedado restos de metenamina de otras analíticas, como si el laboratorio de los Tedax fuera una especie de freiduría de mala muerte donde se utiliza el mismo aceite y la misma sartén tanto para la chistorra como para los calamares. Personas que han realizado durante años cientos de veces ese tipo de pruebas han asegurado a nuestro periódico que ni en el más rudimentario laboratorio del Africa Central sería creíble que sucediera algo así. Además, si la metenamina estaba en los fogones, ¿por qué sólo contaminó a esas muestras números 2 y 3 y no también a la muestra número 1, que resultó corresponder a uno de los dos únicos focos -vaya por Dios- en los que no se encontró resto alguno de explosivos?

En todo caso, cuando la trapisonda queda completamente en evidencia es cuando Manzano incluye también la metenamina entre los componentes de la Goma 2 ECO de la mochila de Vallecas con el obvio propósito de que todo encajara a la perfección. Cuando la Guardia Civil le hace ver ante el juez que eso es imposible, el jefe de los Tedax alega que se ha producido un error «mecanográfico». ¡Qué mecanógrafa tan rara la que tuvo ese día la ocurrencia de teclear una palabra tan especial como «metenamina» sin que nadie se la dictara o la pudiera copiar de ningún sitio!

El que el ministro del Interior no se haya desembarazado aún de un presunto sinvergüenza y probado incompetente como Manzano, pese a la demanda unánime de los sindicatos policiales, sólo puede obedecer a que entre ellos haya lazos inconfensables o, más probablemente, a que Rubalcaba trate de impedir que el gran público se entere del estado ruinoso en que ha quedado el sumario del 11-M tras la confesión de los teóricos máximos expertos de que ignoran lo que estalló en los trenes.

Nada tan insensato, por cierto, como el apremio con que la Fiscalía y el PSOE piden que se celebre cuanto antes el juicio, pues si esta desoladora realidad no se difunde antes, será durante la vista oral cuando todo el souflé se venga inevitablemente abajo. Y es que, de hecho, la Goma 2 ECO era -y hay que subrayar el tiempo verbal- la única pasarela consistente que vinculaba materialmente a los islamistas con los trenes. Si eso no se considera acreditado sólo quedarán los imprecisos reconocimientos de individuos cuyas fotos se habían difundido previamente por la prensa y un vídeo de reivindicación que en sí mismo no prueba nada. Todo lo demás -las reuniones del Mc Donalds, el viaje a Asturias, las tarjetas de los móviles, Morata, Mocejón, Leganés- demuestra que se hicieron con la Goma 2 ECO, que intentaron toscamente una bien gorda y que murieron de forma más que extraña. Pero no que fueran los autores -y menos por sí solos - de la masacre del 11-M.

Sinceramente, no podemos aceptar que en relación a una cuestión tan decisiva como qué fue lo que estalló en los trenes esa mañana terrible, el poder vuelva a decirnos lo mismo que Felipe González aseguró a la Cadena Ser un 1 de diciembre de 1987. La ridícula versión oficial es que «no existen pruebas». Pero, antes de permitir a sus colaboradores añadir el fatídico «ni existirán», más le valdría a Zapatero encargar una investigación exhaustiva de lo ocurrido hasta ahora a alguien de su estricta confianza, con buena cabeza y completamente ajeno a la cuestión. ¿Por qué no a Miguel Sebastián?