¿No ha llegado la hora de defender la Nación frente a los nacionalistas?

Los acontecimientos -totalmente esperados- que hoy se han producido al constituirse el Parlamento de Cataluña, me animan a insistir en el viejo dilema entre nacionalismo y nación; o, dicho de otra manera, entre el nacionalismo y el patriotismo, términos antagónicos por mucho que algunos se empeñen en asimilarlos.

Todo nacionalismo (el viejo y el nuevo, en central y los periféricos) no son sino expresiones de un sentimiento pueblerino que rechaza todo lo que no puede ahormar dentro su tribu. Los promotores de aquel eslogan felizmente olvidado de “España es diferente” reivindicaban lo bien que nos iba siendo diferentes del resto de los europeos, aunque eso supusiera prescindir de algunos de los derechos que disfrutaban quienes eran ciudadanos en vez de súbditos. Sin embargo, el “somos diferentes” que hoy repiten los nacionalistas en cualquier parte de España únicamente pretende establecer que ellos son mejores, lo que les haría acreedores a disfrutar de más y mejores derechos que el resto de los españoles. Estar por encima de le ley, por ejemplo.

Es evidente que hemos superado el significado del eslogan que reclamaba la mediocridad como hecho diferencial de aquella España de la posguerra. Hoy, y a pesar de las muchas deficiencias de nuestro sistema educativo, los españoles son profesionales estimados en todo el mundo; nuestras empresas consiguen contratos para construir grandes obras de infraestructura litigando con las empresas más punteras de países más grandes y desarrollados que el nuestro; a pesar del escasísimo apoyo a la investigación, algunos de nuestros científicos son pioneros en técnicas revolucionarias en diversas ramas científicas, aunque tengan que desarrollar su trabajo fuera de nuestras fronteras; y en el campo de la solidaridad humana, si como tal ha de medirse el número de donantes por cada mil habitantes, seguimos siendo el primer país del mundo. La Constitución Española es de las más desarrolladas del mundo democrático y los españoles ya no somos ciudadanos diferentes en derechos de los alemanes, los franceses, los estadounidenses, los canadienses o los británicos.

Sin embargo hay un rasgo de nuestro comportamiento en el que sí se podría decir que seguimos siendo diferentes y es el que tiene que ver con el comportamiento en el ámbito de lo público. Se diría que a los españoles -a diferencia de lo que le ocurre a cualquier ciudadano europeo o del mundo democrático cuyo vínculo con su país no se discute- nos faltara esa conexión con la que se hace país.

Sé que no es nuevo entre nosotros este comportamiento individualista a la hora de abordar las cuestiones que nos afectan a todos, pero es decepcionante que tras el más largo periodo de democracia de nuestra historia no hayamos sido capaces de superar ese pasado de bloques de las dos Españas que provocaron nuestro enfrentamiento civil en el año 36; y, lo que es peor, todo apunta a que en los últimos años se ha producido un retroceso respecto de los avances que se produjeron gracias al Pacto de la Transición y durante los primeros años de democracia. Y es que ni PSOE ni PP han desarrollado un pensamiento político sobre la nación española, como si ella pudiera defenderse sola en un país en el que el particularismo de los territorios se ha impuesto a lo común de todos los españoles. Por eso durante toda nuestra democracia lo común han sido los debates sobre las naciones utópicas o míticas y el más lamentable y absoluto silencio sobre la nación que nos reconoce derechos y nos hizo a todos ciudadanos.

La llamada crisis catalana no es sino una consecuencia más de esta España invertebrada, ayuna de un proyecto común y de ciudadanos que crean en ella. Claro que para que los ciudadanos crean en las bondades de un proyecto común hacen falta políticos que lo defendieran. Y de eso sí que estamos huérfanos en España.

En nuestro país todo se sustancia en términos políticos en base a los viejos y obsoletos esquemas de la derecha frente a la izquierda; como si no quisiéramos darnos cuenta de que las rivalidades reales en España son mucho más territoriales que ideológicas. Es igual que ahora mismo parezca que el panorama está más abierto porque hay (parece) cuatro partidos nacionales en liza frente al clásico bipartidismo que ha reinado en España desde que tenemos democracia. Porque a la hora de hacer país cada uno de ellos va a lo suyo, que no es sino superar electoralmente a su competidor más directo para acabar nuevamente en los dos bloques del aparentemente denostado bipartidismo. Y con los nacionalistas campando a sus anchas.

Piensen ustedes en el comportamiento de cada uno de esos partidos en Cataluña, en sus movimientos antes de ponerse de acuerdo en aplicar la ley para restablecer lademocracia. El Partido Popular (que tenía los votos, la legitimidad, el Gobierno y, por tanto, la obligación de tomar la iniciativa), decidió no hacer nada hasta conseguir el acuerdo con Ciudadanos y el Partido Socialista (Podemos ya había dicho que eso de la ley… que si eso, otro día…). El Partido Socialista, renqueante (no podía hacer como Podemos, hubiera sido su muerte), puso como condición que la aplicación de la ley democrática se “notara” lo menos posible y que no se tocaran los medios de propaganda del nacional-independentismo que se pagan con el dinero de todos. Y Ciudadanos, cuando por fin entró en el acuerdo (que recuerdo que en septiembre seguía diciendo que no había que aplicar el 155), condicionó su apoyo a que ese artículo se utilizara casi exclusivamente para convocar elecciones de forma inmediata.

Los tres partidos solo pensaron en tomar la decisión que mejor les viniera a cada uno de ellos en las próximas elecciones y las consecuencias de ese comportamiento -que puede describirse como nacionalismo de partido-, han sido nefastas para Cataluña y por supuesto para toda España. También para el PP y el PSOE, por cierto; pero bueno, esa es otra historia que tiene más que ver con el buen o mal uso del marketing que con la política y en la que en este momento no me voy a detener.

No me cabe duda de que si las cosas se hubieran hecho de otra manera el resultado hubiera sido mucho mejor para todos, incluso a medio plazo para todos los partidos enliza. Imaginen por un momento que, al margen de su ideología -o falta de ella-, Podemos, Ciudadanos, PSOE y PP hubieran pensado en primer lugar en España y en los españoles secuestrados por las instituciones catalanas. Por supuesto que si los cuatro (o al menos tres, descartemos a quien se descartó) hubieran actuado consentido de Estado hoy no hubiéramos revivido el esperpento golpista en el Parlamento de Cataluña.

Pero, pongamos que por errores continuos, falta de visión, cobardía, complicidad, cortoplacismo… lo que quieran, llegan esos días 6 y 7 de septiembre en el que los independentistas traspasaron definitiva e indisimulablemente la raya roja. Si en esos momentos en España hubiera habido tres líderes, aunque fueran menores, (tampoco hace falta ser Churchill) que hubieran puesto el interés de España por delante de sus intereses particulares y hubieran sumado esfuerzos sin pensar en sus siglas, hoy no viviríamos esta situación en la que al bloqueo institucional se suma la desesperanza ciudadana. Y no hubiéramos visto a los golpistas volver a burlar a la democracia.

Imaginen que Rajoy y su Gobierno hubieran activado el 155 el mismo día 7 de septiembre; y que el presidente del Gobierno de España hubiera anunciado solemnemente que iba a hacerlo con todas las consecuencias, para que se notara que se devolvía la democracia y la normalidad a Cataluña: democratizando los medios de comunicación públicos y garantizando la pluralidad y la veracidad en la información; actuando en el sistema educativo para erradicar del mismo a quienes han dirigido y sembrado el odio entre niños y contra los ciudadanos no nacionalistas; gobernando la Comunidad hasta que los ánimos se templaran y las emociones se sosegaran mientras el proceso judicial contra los presuntos delincuentes que orquestaron y dieron el golpe en Cataluña seguía su curso… ¿Qué creen que hubieran hecho Sánchez y Rivera? ¿Creen que se hubieran atrevido a dejar al Gobierno solo frente a los golpistas?

Yo creo que no les hubiera quedado otro remedio que apoyar al Gobierno de España como lo estaban haciendo todas las democracias del mundo. Claro que hubieran tenido tentaciones de ponerse de perfil, claro que hubieran criticado… Pero, ¿cómo dos partidos que quieren ganar elecciones en los municipios y en las autonomías de España iban a atreverse a no ayudar al Gobierno de España a frenar el golpe?

Si el Gobierno hubiera tenido valor y se hubiera arriesgado a ir solo, si hubiera demostrado que quería más a España que a su partido, hubiera tenido la compañía del PSOE y Ciudadanos sin tener que aceptar las condiciones que ambos le pusieron para devaluar el artículo 155 en su aplicación… y es probable que hoy el PP apuntara mayoría absoluta.

Pero lo más importante es que si hubiera primado el sentido de Estado frente al cálculo electoral de unos y otros, no hubiéramos vivido el 1-O, no se hubieran ido de Cataluña más de 3.000 empresas, no hubiéramos sufrido las nefastas consecuencias de aquel maldito día en el que “no hubo referéndum” y la gente votó hasta cinco veces… y los ciudadanos no hubieran sido llamados a las urnas en una situación emocional que nada bueno podía presagiar y que nada bueno nos ha traído. Y hoy no se hubiera repetido el reto a la democracia y al Estado de Derecho.

¿Pero es que alguien podía creer que la anormalidad y la quiebra social asentada durante años de adoctrinamiento y gobiernos nacionalistas e independentistas podía resolverse en dos meses? ¿Por qué Ciudadanos lo exigió? ¿Por qué al PSC le parecía bien? ¿Por qué el PP cedió? Culpables y responsables, adjudiquen los adjetivos como quieran; pero entre los tres está el juego, más allá de que electoralmente sólo uno de los tres se benefició de su apuesta, aunque ni siquiera se atreva a defender políticamente su candidatura y su mayoría. Otra vez, cálculo frente a política, demoscopia frente a democracia.

Sí, los españoles hemos superado individualmente el eslogan franquista; pero a la vista está que España, en lo colectivo, sigue comportándose de forma diferente a la de aquellos países con los que nos gusta compararnos. Fíjense qué diferencia con Alemania, sin ir más lejos. No sólo es un país en el que si un gobernante es acusado de copiar una tesis doctoral, por ejemplo, tiene que dimitir y no pude volver a presentarse a unas elecciones, sino que a pesar del coste electoral que supuso la gran coalición entre democristianos y socialdemócratas ambas fuerzas vuelven a poner a Alemania por delante y logran un gran acuerdo para afrontar los problemas de los alemanes. ¡Qué envidia! En España los imputados, encarcelados y prófugos no solo se presentan a las elecciones sino que además centenares de miles de ciudadanos les votan; y los partidos nacionales prefieren que se repitan las elecciones a hacer un Gobierno pensando en España. Y hoy, frente al informe de los letrados, entran en el juego y presentan candidatos a la mesa que son elegidos en fraude de ley… No hay quien lo entienda.

Así las cosas no parece que haya muchas razones para el optimismo. Lo que está claro es que sobre el barro no hay manera de edificar nada sólido. Y que hasta que no se normalice de verdad (o sea, hasta que ser nacionalista no deje de estar primado y no serlo deje de estar perseguido en Cataluña) no será posible celebrar elecciones verdaderamente libres y democráticas. Así que sólo se me ocurre recomendar paciencia, que es una virtud a la que no conviene confundir con la resignación. Paciencia, constancia… y quizá desear que se nos aplique aquella sentencia de Churchill, referida a EE.UU. en la que afirmaba que ese país hacía invariablemente lo correcto… después de haber agotado el resto de alternativas. Que así sea. Porque más vale tarde que nunca.

Rosa Díez es cofundadora de UPyD, es promotora de la web elasterisco.es.

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