¿No ha llegado ya la hora de defender a España?

La medida del problema por el que atraviesa nuestro país la da el hecho de que inmediatamente detrás del título de este artículo haya que explicar lo que significa defender a España.

Un ciudadano norteamericano, alemán, francés, británico, italiano, canadiense, sueco, finlandés… no tendría que explicar que defender a su país no es otra cosa que defender los valores y los derechos que tienen todos y cada uno de sus ciudadanos como miembros de una comunidad democrática.

Un ciudadano de cualquier democracia del mundo no tendría que instar a sus gobernantes a que utilizaran la ley para defender a su país de sus enemigos, de los enemigos de la sociedad plural y democrática de la que forman parte.

Pero, ¡ay! España sigue siendo diferente. La herencia del franquismo sobrevive gracias personas que van de progres por la vida mientras apelan a los viejos y peligrosos tics del nacional socialismo, aquellos que colocan el supremacismo de la raza y la pertenencia a una comunidad por encima de los derechos de ciudadanía.

Pues bien, ya es hora de acabar de una vez y por todas con esa nefasta herencia franquista; ya es hora de defender el Estado con todas las de la ley. No merece la pena llorar por la leche derramada; por tanto no dedicaré ni un minuto a reflexionar sobre lo que hubiéramos evitado si esas mismas voces que hoy reclaman al Gobierno que aplique el artículo 155 de la Constitución hubieran secundado peticiones que algunos hicimos hace años. Lo importante es actuar sin perder ni un minuto más.

Hay que aplicar el 155 en toda su extensión, sin cicatería ni complejos, para defender el Estado. Defender el Estado es defender la justicia; defender el Estado, en concreto, es defender la unidad de la nación española como instrumento imprescindible para garantizar la igualdad. Defender el Estado es también hacer política para regenerar la democracia, para que las instituciones funcionen, para que los enemigos de la democracia no logren sus objetivos.

Nadie puede negar que vivimos tiempos oscuros, convulsos; tiempos de cobardía y de miseria. Tiempos de confusión y de mentiras. Tiempos en los que los golpistas siguen viajando en coche oficial y los acusados de sedición siguen al mando de un cuerpo de policía de más de 17.000 efectivos.

Vivimos tiempos peligrosos, de golpismo institucional, en los que al frente del poder institucional en Cataluña están personas que han dado un golpe a su propio parlamento, suspendiendo ellos mismos las leyes autonómicas en las que sustentan su poder.

Vivimos tiempos de zozobra e inestabilidad, dado que la ley que aprobaron vulnerando los reglamentos y leyes autonómicas y silenciando a la oposición han sido suspendidas por el Tribunal Constitucional sin que haya caído sobre los sedicentes todo el peso de la ley.

Vivimos tiempos de profunda degeneración democrática; tiempos en los que los gobernantes sediciosos, que siguen de okupas en las instituciones de Cataluña, llaman a la calle a las hordas para que se manifiesten contra las sentencias de los tribunales.

Vivimos tiempos de miseria política; porque solo así se puede describir a los dirigentes políticos que llaman “presos políticos” a los políticos que están presos por ser unos delincuentes. Claro que no debiera de extrañarnos, pues esos dirigentes de grupos parlamentarios que llaman “presos políticos” a los acusados de sedición son los mismos que abrazan a Otegi, ese miserable que se queja de que no le inviten a un acto de empresarios vascos, esos empresarios a los que él torturó y persiguió…

Sí, vivimos tiempos oscuros. Precisamente por ello hay que reivindicar la defensa de la Nación, la defensa del Estado. En las democracias fuertes hay separación de poderes, reglas claras, leyes que se cumplen e instituciones que asumen su responsabilidad. Defender el Estado social y democrático de Derecho es también defender la unidad de la nación española, instrumento imprescindible para garantizar la igualdad de todos sus ciudadanos.

Defender a España es defender la vigencia de la ley sobre las aspiraciones o las propuestas que necesitan ejercer la violencia (física, ideológica, social, cultural…) para imponerse al conjunto de los ciudadanos. Defender a España es garantizar la seguridad de los ciudadanos, ya sea cuando ejercen el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la asociación política o a la discrepancia frente a la ideología dominante; defender a España es garantizar -a través de la acción de los poderes públicos- que no habrá impunidad para quienes violen esos derechos fundamentales de cada uno de nuestros conciudadanos.

O sea, defender a España, en el momento presente, es aplicar en Cataluña el artículo 155 de la Constitución y suspender de sus funciones a un gobierno golpista que lleva años quebrando la convivencia y persiguiendo a los ciudadanos que no son nacionalistas.

Un gobierno autonómico que incumple de forma reiterada las sentencias de los tribunales, que invierte recursos de todos los españoles para publicitar y organizar un referéndum ilegal, que desacredita más allá de nuestras fronteras a la democracia española con una campaña plena de falsedades e insultos, que gasta los recursos públicos en fomentar la división entre ciudadanos mientras crecen las desigualdades y la pobreza en su comunidad, es un gobierno que debe ser intervenido precisamente en defensa del interés general y de la propia democracia.

Defender a España es defender sin complejos la igualdad. Yo soy partidaria de reformar la Constitución, pero no creo que haya que hacerlo para contentar a los nacionalistas sino para garantizar más igualdad y menos privilegios entre españoles. No hace falta que explique que no hay doctrina política más contraria al nacionalismo que el federalismo: el federalismo pretende la igualdad; el nacionalismo exige la diferencia.

Si se trata de integrar a los nacionalismos hemos de tener claro que habremos de hacerlo política y no sentimentalmente. Es la sociedad política y democrática la que hemos de re-construir; y la política no está para proteger los sentimientos de nadie sino los derechos de todos. Conviene que no nos equivoquemos: el nacionalismo es insaciable, y la estabilidad democrática nunca podrá depender de su voluntad.

Reformemos la Constitución atendiendo a la realidad política de la sociedad española y no a la forma en la que los nacionalistas expresan sus demandas. Los nacionalistas se integrarán, con más o menos satisfacción, dependiendo de las circunstancias. Pero esa integración será siempre temporal, por lo que nunca deberá condicionar nuestras decisiones.

Yo creo en las virtudes democráticas del federalismo integrador, porque un sistema político que garantice la unidad e incluya la diversidad es el mejor espacio para el desarrollo de las libertades democráticas. Insisto: diversidad a partir de que esté garantizada la unidad. Y creo que ya es hora de que la España constitucional, la que proclama que la soberanía reside en el pueblo español, tenga una oportunidad.

Pero ese es otro debate, un debate que nunca habrá de producirse como condición para que el Gobierno aplique la Constitución vigente en Cataluña y reponga la democracia en ese territorio sometido a las veleidades y abusos de unos golpistas sin escrúpulos que se amparan en “la patria” y se envuelven en la bandera para ocultar su sentimiento supremacista y eludir a la Justicia por los años que llevan esquilmando a su propia comunidad.

Ha llegado la hora de devolver a los ciudadanos de Cataluña su autogobierno. Ha llegado la hora de que el Gobierno de la Nación cumpla con su deber de proteger a todos los ciudadanos. Ha llegado la hora de comportarse como patriotas, de defender lo que es de todos, de defender a nuestro país, de defender a su gente. Ha llegado la hora de defender a España.

Rosa Díez, cofundadora de UPyD, es promotora de la web elasterisco.es.

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