Si buscas la frase "llamada de atención para Europa" en Google, te abrumará un ensordecedor coro de zumbidos, alarmas, tonos de llamada y vibraciones.
En los últimos años, se ha instado a Europa a "despertar" por varias razones:
El desafío climático, una innovación lenta, la inmigración descontrolada, la dependencia energética, el populismo de derechas, el estancamiento económico, la falta de capacidades de defensa autónomas, etcétera.
Pero pocas "llamadas de atención" han provocado una acción real, y culpo a la tecnología moderna. Antes, un único despertador dictaba nuestro destino: despertar o posponer indefinidamente.
Hoy, con los teléfonos inteligentes, que ofrecen una sinfonía de alarmas y un sinfín de botones de posponer, se ha vuelto epistemológicamente confuso.
¿Qué timbre significa que es hora de levantarse? ¿El primero, el segundo o el tercero? ¿Quién puede saberlo ya?
En el ámbito de la seguridad, Europa ha estado atascada en un bucle de repetición desde la administración Obama.
La UE optó por hacer oídos sordos al "giro hacia Asia" de Estados Unidos, aunque era una señal sutil, pero clara, de que Washington estaba desplazando cada vez más su atención hacia China y alejándose de Europa.
Europa se dejó marginar durante la guerra civil siria, un conflicto que se desarrolló en su propio patio trasero, lo que contribuyó a una dramática crisis de refugiados y al auge del ISIS.
La respuesta de Europa a la anexión de Crimea por parte de Rusia y a la invasión del este de Ucrania fue tan débil que Moscú la vio como una invitación a una mayor agresión.
E incluso en medio de la invasión en curso de Ucrania, varios Estados europeos influyentes, con Alemania a la cabeza, aumentaron en lugar de reducir su dependencia de la energía rusa a través del Nord Stream 2.
A pesar de las primeras señales de la administración Obama, Europa vio el creciente aislacionismo estadounidense durante la primera presidencia de Trump como una aberración temporal.
Una opinión que no cambió significativamente frente al hecho de que la presidencia de Joe Biden no revirtió la tendencia subyacente de repliegue global de Estados Unidos.
Durante todos este tiempo, hasta que Rusia lanzó su guerra a gran escala contra Ucrania hace tres años, sólo un puñado de miembros europeos de la OTAN llegaron al 2% del PIB para el gasto en defensa.
En el período previo a la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2025, un evento que provocó ondas de ansiedad en todo el continente europeo, el presidente francés Emmanuel Macron calificó el regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos como un "electrochoque".
Luego, instó a Europa a tomar las riendas de su propio destino y del de Ucrania.
La transición retórica desde la expresión "llamada de atención" a la de "electrochoque" es bienvenida. Tal vez Europa no necesita una alarma, sino más bien una desfibrilación metafórica o incluso una intervención psiquiátrica radical.
Macron y otros líderes europeos esperaban los discursos de sus homólogos estadounidenses tras la toma de posesión de Trump. Pero también se prepararon para algo mucho más trascendental que una diatriba de derechas corriente del vicepresidente estadounidense, J. D. Vance.
La verdadera amenaza, como temía el presidente de la Conferencia de Seguridad de Munich, Christoph Heusgen, era la posibilidad de que Estados Unidos "anunciara una retirada masiva de soldados estadounidenses de Europa".
Eso provocaría algo más que simple ansiedad: desencadenaría el pánico absoluto.
Sin embargo, una vez más, Estados Unidos optó por enviar, ya sea deliberadamente o no, una señal más suave sobre la urgente necesidad de que Europa asuma la responsabilidad de su propia seguridad.
El estilo del mensaje, desagradablemente revestido de una mezcla de quejas, anécdotas e insultos, no debería distraer a los líderes europeos de su contenido.
Existe la esperanza de que Europa dé pasos decisivos hacia lo que podría considerarse su "despertar". Ampliar sus fuerzas armadas, modernizar las bases militares, revitalizar el sector de fabricación de defensa, mejorar los centros y redes logísticos y desarrollar alternativas de GPS controladas por Europa, entre otras medidas.
Pero Europa se enfrenta a algo más que un cambio en la política exterior de Estados Unidos o la creciente amenaza de Rusia.
Europa está atrapada en un interregno, un período entre el colapso del viejo orden y el surgimiento de uno nuevo. Navegar por esta transición exige algo más que un aumento del gasto en defensa.
Requiere una visión estratégica más amplia del lugar de Europa en un mundo que cambia rápidamente.
En un texto escrito en Viena hace un siglo, durante uno de los grandes interregnos del siglo XX, Richard von Coudenhove-Kalergi, uno de los pioneros filosóficos de la integración europea, argumentó que una Europa que dudaba de sí misma buscaría la salvación en Rusia o en Estados Unidos.
Pero uno trataría de conquistarla y el otro de comprarla, ambos planteando amenazas existenciales.
Richard von Coudenhove-Kalergi insistió en que el único camino hacia un futuro seguro era la PanEuropa. Es decir, la autosuficiencia a través de la unificación europea en una alianza política y económica.
Hoy en día, tenemos esa alianza en forma de Unión Europea. Pero los desafíos fundamentales siguen siendo sorprendentemente similares.
Pero consideremos esto. A lo largo de la historia, cada unificación política ha sido moldeada por los medios de comunicación dominantes de su época.
Roma construyó carreteras para forjar un imperio.
El auge de los Estados nación europeos unificados fue impulsado por la imprenta.
La telegrafía y los ferrocarriles desempeñaron un papel crucial en las unificaciones de Italia y Alemania.
La UE, tal como existe hoy en día, se construyó en la era de los telégrafos, los teléfonos y la radio, todas ellas tecnologías del siglo pasado.
Si Europa quiere afirmarse en la nueva era que se avecina, debe evolucionar hacia una unidad política. Una Europa federal que esté a la altura de la velocidad y la conectividad de la era digital actual.
Sin esa adaptación, corre el riesgo de quedarse estancada en el pasado y de quedar aún más marginada en la escena mundial, por muchos "electrochoques" que reciba.
Anton Shekhovtsov es profesor visitante en la Universidad Centroeuropea de Austria y autor de los libros 'New Radical Rightwing Parties in European Democracies' (2011), 'Russia and the Western Far Right: Tango Noir' (2017) y 'Russian Political Warfare' (2023).