No habrá una solución rápida para la COVID

No habrá una solución rápida para la COVID
Brian van der Brug/Los Angeles Times via Getty Images

En 2020, la COVID‑19 tomó el planeta por asalto; primero atacó Asia, y luego atravesó Europa y las Américas en lo que pareció una marea interminable de padecimiento. Cada nuevo hito alcanzado (las primeras 100 muertes en enero, luego las primeras 1000 en febrero, 10 000 en marzo, 100 000 en abril, y un millón hasta septiembre) genera siempre la misma pregunta: ¿cuándo terminará?

Pese a la virulencia de la enfermedad, muchos dan por sentado que el final de la pandemia llegará en algún momento de 2021. Pero son esperanzas infundadas. El control de una epidemia implica cuatro componentes fundamentales: liderazgo, gobernanza, solidaridad social y un instrumental médico. La mayoría de los países fallaron en los primeros tres, lo que prácticamente permite asegurar que la COVID‑19 seguirá con nosotros durante todo el año entrante.

Lo más probable es que el invierno en el hemisferio norte traiga un veloz aumento de contagios y muertes, sobre todo en Europa y Norteamérica, donde las tasas diarias de contagio comenzaron a empinarse a mediados de otoño. Y cuando las temperaturas comiencen a subir en el norte, en Sudamérica empezará a hacer frío y otra ola de epidemias caerá sobre nosotros.

En cuanto al cuarto componente del control de epidemias, muchos dan por sentado que la vacunación o un tratamiento eficaz son inminentes. Es verdad que la pandemia movilizó a la flor y nata de la ciencia y la medicina. Investigadores de todo el mundo actuaron con rapidez y llevaron la colaboración a niveles nunca antes vistos; identificaron el virus, trazaron su mapa genético, avanzaron hacia el desarrollo de vacunas y tratamientos. Pero incluso con estos éxitos increíbles, la probabilidad de que tengamos una vacuna o tratamiento seguros, universalmente disponibles y suficientemente eficaces para detener la pandemia antes de que termine 2021 todavía es exigua.

Al momento de escribir estas líneas a fines de 2020, apenas comienzan a verse resultados publicados para las vacunas que fueron autorizadas en diciembre. Por lo que se sabe hasta ahora, es posible afirmar con certeza que ninguna de las vacunas en desarrollo podrá prevenir el contagio o conferir inmunidad para toda la vida. En el mejor de los casos, limitarán los síntomas de los infectados y reducirán al mínimo la cantidad de casos graves de COVID‑19. Además, las vacunas autorizadas exigen la aplicación de varias dosis, con una demora de hasta dos meses hasta el inicio de los efectos.

Tampoco habrá en poco tiempo un tratamiento eficaz. Terapias que al principio generaron gran expectativa (el remdesivir, el plasma de convalecientes y la dexametasona) han demostrado tener poco o ningún efecto sobre las cifras generales de morbilidad y mortalidad. Y para la obtención de tratamientos con más potencial terapéutico, por ejemplo anticuerpos monoclonales, todavía faltan muchos meses, y puede que terminen siendo demasiado costosos para una aplicación generalizada.

La ausencia de una solución médica rápida aumentará la necesidad de liderazgo, gobernanza y solidaridad social. La dirigencia política debe asumir plena responsabilidad por las vidas que se pierdan. Menos de tres semanas después de la identificación científica del virus, y cuando ya se había registrado el primer deceso oficial en Wuhan, el presidente chino Xi Jinping confinó a 57 millones de ciudadanos chinos en la provincia de Hubei, con prohibición de viajar a otras regiones y de salir de casa sin necesidad.

China mostró que era posible reducir a la mitad los contagios en sólo dos semanas con medidas estándar como el uso obligatorio de mascarilla, el distanciamiento social, la cuarentena y el aislamiento. En cambio, en países como Brasil, el Reino Unido y Estados Unidos, la dirigencia política nacional desestimó la amenaza y vaciló en la organización de una respuesta adecuada.

Muchos comentaristas han atribuido el éxito de China al totalitarismo, pero el sistema de gobierno no es el factor decisivo. Es mucho más importante que la dirigencia política esté dispuesta a aceptar padecimientos económicos y pérdida de comodidades cotidianas en el corto plazo a cambio de proteger a la ciudadanía. En Nueva Zelanda y Australia (dos democracias vibrantes) un liderazgo audaz y una sólida gobernanza redujeron la tasa de contagios a casi cero, y políticos como la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern han sido recompensados en las urnas.

El primer año de lucha contra la COVID‑19 nos enseñó que una respuesta incoherente sólo agravará la pandemia. Las crisis nacionales y globales demandan una acción coordinada nacional y global. Estados Unidos, el RU, Brasil y otros países con resultados deficientes fracasaron en ambos aspectos. De hecho, algunos países insisten en la tonta idea de la inmunidad de rebaño, pese a que hay evidencia científica de que para esta enfermedad no hay tal protección. Hay cuatro coronavirus frecuentes de los que se habla poco, que regresan año tras año y llegan a infectar a hasta el 15% de la población mundial (incluidas muchas personas que ya se habían contagiado). Suponiendo que el SARS‑CoV‑2 no es una excepción, cualquier país que cifre sus esperanzas en una estrategia de inmunidad de rebaño pondrá en peligro al resto del mundo año tras año.

El gobierno chino cometió algunos errores cruciales al principio, pero una cosa que hizo bien fue advertir al resto del mundo de que el virus era transmisible por vía aérea y que el único modo de controlarlo era usando medidas drásticas e inmediatas. Los países que ignoraron la advertencia son los que peor la pasaron después, tanto en términos económicos cuanto humanos. En tanto, los países que demostraron solidaridad social en el control de los brotes han podido reabrir las economías, aunque no necesariamente las fronteras.

Pero en última instancia, una respuesta colectiva es sólo una suma de acciones individuales. Hay en todo el mundo muchas personas que consideran que aceptar el uso de elementos de protección es una renuncia a libertades personales. Pero en tiempos de guerra en los que el peligro es evidente, la gente ha mostrado una y otra vez que está dispuesta a hacer grandes sacrificios por sus conciudadanos.

Es evidente la necesidad de un cambio de mensaje. Estamos en guerra con un virus. Nadie niega que la libertad personal es importante, pero estamos en un momento en el que todos tenemos que renunciar a ciertas comodidades en beneficio de quienes nos rodean.

Con cada nuevo terremoto, tsunami o enfermedad emergente, tenemos un recordatorio de los peligros de la naturaleza. La razón por la que muchos países asiáticos tuvieron una reacción más rápida y eficaz contra la COVID‑19 es que todavía tenían recuerdos del SARS, el H1N1 y la gripe aviar. La experiencia de estos países en años recientes muestra que una aplicación estricta de medidas sanitarias en un sólido marco de liderazgo, gobernanza y solidaridad social permite controlar en poco tiempo una pandemia y limitar la cantidad de muertes.

Esa es la mayor enseñanza de 2020. Si no se incorpora a las políticas nacionales en 2021, la pandemia puede durar no sólo todo el año entrante sino muchos más.

William A. Haseltine, a scientist, biotech entrepreneur, and infectious disease expert, is Chair and President of the global health think tank ACCESS Health International. Traducción: Esteban Flamini.

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