No hacer el juego a Irán

Por Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos en el Centro para la Investigación Política de Nueva Delhi (LA VANGUARDIA, 28/01/06):

Estados Unidos y la Unión Europea han tomado la iniciativa para elaborar una contundente respuesta internacional a una serie de provocadoras acciones de Mahmud Ahmadineyad, el conservador presidente iraní. Ahora bien, la forma inteligente de enfrentarse a un Irán díscolo no son las acciones punitivas, sino la presión internacional continuada. Las medidas penalizadoras contra ese Estado teocrático, que ya ha padecido diversas sanciones durante más de un cuarto de siglo, sólo sirven para hacerle el juego a los mulás iraníes y a sus adláteres políticos dirigidos por Ahmadineyad. Desde su llegada a la presidencia en agosto pasado, Ahmadineyad ha adoptado una retórica incendiaria que recuerda la del gran ayatolá Ruhollah Jomeini, cabeza de la revolución islámica de 1979. Las nuevas sanciones harán mella y desmoralizarán al creciente número de votantes moderados que se oponen al papel político del clero. También pueden limitar las ya ajustadas reservas mundiales de petróleo y hacer subir más los precios, con la consiguiente repercusión sobre las perspectivas económicas globales. Si se acepta que la conducta de Ahmadineyad es premeditada y tiene como objetivo molestar y provocar a Occidente, la consecuencia lógica es que Estados Unidos, Europa y las democracias aliadas, como Japón, Israel e India, no deberían entrar en su juego. Nada complacería más a Ahmadineyad y los ayatolás que ser objeto de sanciones; con ello, podrían fomentar el nacionalismo dentro del país y aferrarse al poder en unos tiempos en que flaquea el espíritu revolucionario. El esfuerzo internacional debe debilitar, no reforzar, el control de los mulás sobre Irán. Más que responder con la imposición de sanciones a las estrambóticas acciones del presidente iraní - desde la rotura de sellos en instalaciones nucleares hasta el anuncio de una conferencia para poner en entredicho que los nazis asesinaron en masa a los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial-, sería más prudente encontrar formas discretas de contener las ambiciones nucleares iraníes y de aislar internacionalmente a Ahmadineyad. Ambas cosas son posibles. Ahora bien, la capacidad de ofrecer una respuesta sobria y eficaz se ha visto entorpecida porque la reacción de algunos círculos internacionales a las flamígeras palabras y las irresponsables acciones de Ahmadineyad se ha decantado hacia el extremismo, como han puesto de manifiesto los llamamientos públicos en favor de un castigo ejemplar e incluso de la opción militar contra Irán. A ello se ha sumado la exageración de presentar el país como una amenaza nuclear inminente. Irán aún tardará años en conseguir la capacidad de fabricar un arma atómica. Y no es probable que lo logre mientras el Organismo Internacional de Energía Nuclear siga supervisando estrechamente su programa nuclear, como ha ocurrido desde que descubrió una actividad no declarada. La única forma de que Irán pueda tener capacidades nucleares militares sería que ejerciera su derecho a retirarse del tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y expulsara a los inspectores del OIEA, el camino elegido por Corea del Norte. Las acciones coercitivas o las sanciones contra Irán invitarían justamente a eso. Ahmadinejad ha dado una desagradable sorpresa poniendo fin de forma abrupta a una moratoria de dos años sobre la actividad de investigación nuclear; pero, con su desafío al OIEA y al Consejo de Seguridad para que declaren que Irán contraviene sus obligaciones legales, cabe decir que hay un método en su locura. Ahmanideyad se enfrenta directamente el esfuerzo implícito encabezado por Estados Unidos de dividir a los estados no nucleares en dos categorías: los que pueden y los que no pueden conseguir la capacidad del ciclo del combustible nuclear. Al forzar a Estados Unidos con la idea de sacar a relucir que los países pertrechados o protegidos con armas nucleares están cambiando las reglas, lo que busca es agudizar las tensiones en el régimen ya en crisis del TNP. Los desafíos a los que se enfrenta el régimen de no proliferación superan con creces el caso iraní. Están simbolizados por el estancamiento que dura ya nueve años del foro de las Naciones Unidas que negocia el desarme en Ginebra; la ausencia de referencia al desarme o la no proliferación en el documento final de la cumbre mundial de las Naciones Unidas celebrada en el mes de septiembre pasado; las negras perspectivas de que entre en vigor un tratado de prohibición total de las pruebas nucleares; y el clamoroso fracaso a la hora de lograr en el 2005 un consenso en la conferencia de revisión del TNP. La desactivación de la crisis del TNP exige un mayor esfuerzo para encontrar modos de resolver las diferencias internacionales sobre tres ámbitos básicos: desarme, no proliferación y aplicaciones pacíficas de la energía nuclear. En el ámbito de la no proliferación, un fanatismo unidimensional y ciego que intente presentar a Irán como el principal obstáculo al TNP no sólo supone que los árboles no dejan ver el bosque, sino que conlleva el riesgo de hacer lo que Mahmud Ahmanideyad quiere: exacerbar los problemas del régimen de no proliferación. De lo que se trata es de las intenciones de Irán, no de sus capacidades. Es posible realizar una supervisión y una regulación mediante unas inspecciones escalonadas del OIEA (también sobre las reanudadas investigaciones iraníes) y una mayor cooperación multilateral sobre los controles de exportación para garantizar que productos o diseños sensibles no lleguen a Irán (en especial, desde China, Rusia y Pakistán). En tanto que país situado entre cinco estados con armas nucleares (Israel, Rusia, China, Pakistán e India) y al que el presidente de EE. UU., George W. Bush, considera miembro del eje del mal,Irán tiene una arraigada propensión al terreno de la política nuclear. Con todo, el esfuerzo internacional debería atemperar y no agudizar la faceta que ha ayudado a Ahmadineyad a llegar al poder: el nacionalismo nuclear.