No hagas idioteces económicas

El 30 de agosto de 2013, Estados Unidos estaba por lanzar ataques aéreos contra Siria, donde más de mil civiles habían muerto por un ataque con gas sarín perpetrado por el ejército del presidente Bashar al-Assad. Pero unas pocas horas antes de que comenzaran los ataques, el presidente de EE. UU. Barack Obama los canceló, sorprendiendo a los aliados de su país. En lugar de ello, los diplomáticos estadounidenses diseñaron un acuerdo con el Presidente ruso Vladimir Putin, según el cual Rusia asumiría la responsabilidad de eliminar las armas químicas de Siria. La guerra civil siria continuó, sin que EE. UU. participara directamente en ella.

Según su reciente entrevista con Jeffrey Goldberg en la revista The Atlantic, Obama está muy orgulloso del momento en que consideró, reflexionó y, oponiéndose a sus asesores, decidió no seguir el «cuaderno de estrategias de Washington». No todos aplaudieron. Según Goldberg, Hillary Clinton —por ese entonces secretaria de estado—se quejó porque «si decimos que vamos a atacar, tenemos que atacar». Pero Obama se negó a priorizar la credibilidad: «Bombardear a alguien para demostrar que uno está dispuesto a hacerlo», dijo, «es casi el peor de los motivos para usar la fuerza».

La postura de Obama estaba en línea con su hoy famoso mantra para la política exterior y de seguridad: «No hagas idioteces». Si bien esa máxima alude obviamente a la mala decisión de su predecesor de intervenir en Iraq, pero más fundamentalmente expresa la forma en que Obama encara el equilibrio de riesgos que implican las grandes decisiones políticas. Evidentemente, no se preocupa tanto por la credibilidad como para que eso le ate las manos. Tomar la decisión final adecuada le resulta más importante que la coherencia con sus declaraciones anteriores. Mantener alternativas disponibles para solucionar un problema es más importante que enviar el mensaje adecuado, no hay que ofuscarse.

Algo que las políticas de seguridad y económicas tienen en común es que obligan a los gobiernos a optar entre minimizar los daños inmediatos y salvaguardar la credibilidad. Los debates económicos también suelen oponer a quienes enfatizan la toma de decisiones sin limitaciones y a quienes consideran que la coherencia es el patrón oro de las buenas políticas.

Esta dicotomía quedó expuesta en el verano de 2008, cuando la crisis financiera mundial alcanzó su punto álgido. Después de que el gobierno estadounidense decidiera rescatar al banco de inversión Bear Stearns y crear una red de protección para las agencias hipotecarias Fannie Mae y Freddy Mac, una protesta en el Congreso llevó a la administración del presidente George W. Bush a comprometerse a no inyectar fondos públicos en Lehman Brothers, otro banco de inversión en dificultades. Para cuando quedó claro que ningún inversor privado estaba dispuesto a hacerse cargo de Lehman, el Tesoro de EE. UU. ya no contaba con los recursos necesarios para evitar un desastre, y el desastre tuvo lugar el 15 de septiembre.

Hubo que tomar reiteradamente este tipo de decisiones durante la crisis del euro, prácticamente todos los grandes episodios implicaron optar entre continuar con los primeros principios o encontrar la manera de solucionar una crisis que avanzaba rápidamente. Pero el mantra de la canciller alemana Angela Merkel no era exactamente igual al de Obama. Para ella, solo una amenaza existencial inminente a la estabilidad de la zona del euro podía justificar acciones poco convencionales. La llamada doctrina de la ultima ratio fue invocada reiteradamente para posponer decisiones o rechazar soluciones tempranas.

Es difícil exagerar la importancia del dilema entre solucionar los problemas que se avecinan y evitar el riesgo moral. Es una cuestión omnipresente en las finanzas y aparece a menudo en las decisiones monetarias o fiscales.

Una escuela de pensamiento, personificada por el gobierno de EE. UU., considera que el riesgo moral es una preocupación válida, pero que no se lo debe exagerar: «Los cuarteles de bomberos no causan incendios», dijo el ex secretario del Tesoro Tim Geithner (o, en palabras del vicepresidente de la Reserva Federal Stan Fischer, «los preservativos no son la causa del sexo»). Alemania es la encarnación más prominente de la otra postura: las consecuencias de cualquier decisión deben guiar las opciones de política y la expectativa de contar con protección no debe causar imprudencias.

Esas diferencias de actitud no deben sorprendernos, la dicotomía es real y los responsables de las políticas pueden tener distintas opiniones, según su experiencia y preferencia temporal. La escuela de pensamiento alemán, por ejemplo, enfatiza la existencia de reglas de juego permanentes en el sistema político y tiende a descartar los costos a corto plazo de cada decisión. Otro motivo, tal vez más profundo, es el poder. Durante siete décadas, el gobierno estadounidense fue el último bombero del sistema mundial. Durante ese período, se ocupó de una miríada de crisis en todo el mundo y aprendió a valorar más la discrecionalidad que la coherencia en las políticas.

¿Qué se puede hacer entonces para evitar políticas económicas idiotas? Lo más importante es la transparencia en el proceso de toma de decisiones y sus consecuencias. Evitar la rigidez de las normas no debe llevar a arbitrariedades. Un sólido y crítico intercambio de razones y la conciencia de que toda decisión tendrá que ser explicada y justificada ex post —especialmente cuando la urgencia no da tiempo para la discusión previa— son excelentes antídotos contra el abuso de los poderes discrecionales. El debate y la responsabilidad pueden lograr grandes avances para erradicar las malas ideas.

Posiblemente esto sea más fácil de aplicar a las políticas económicas que el campo de batalla, pero incluso las decisiones económicas y financieras pueden requerir secreto y velocidad. No hay motivo por el cual las instituciones relevantes no puedan organizar un proceso interno eficaz o garantizar un escrutinio ex post adecuado. En este sentido, aún queda mucho por hacer.

Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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