No hay más solución que la de dos estados

Al tiempo que se intensifica la diplomacia entre Oriente Próximo y Washington -el primer ministro israelí se reunió la semana pasada con Obama en la Casa Blanca, y éste viajará a Egipto el próximo 4 de junio-, en la región se sigue imponiendo la paz de la incertidumbre. A largo plazo, Netanyahu terminará aceptando la solución de dos estados -israelí y palestino-, aunque no por voluntad propia sino por necesidad. Porque el actual statu quo no es sostenible. Israel corre el riesgo de quedar aislado internacionalmente. Y la falta de esperanza de una sociedad palestina sin ningún futuro seguirá radicalizando a sus jóvenes.

EEUU se esfuerza denodadamente por mantener su credibilidad en la zona y fuera de ella. La resolución del conflicto palestino-israelí no acabaría con todos los problemas que abruman a EEUU en Oriente Próximo, pero proporcionaría a la política exterior estadounidense una inyección de capital diplomático para hacer frente a otros asuntos vitales.

Como superviviente político que es, Netanyahu acabará haciendo lo que sea necesario para mantenerse en el poder, pero tiene que salvar la cara entre sus votantes. Por ello, como se comprobó en su encuentro en la Casa Blanca, a Obama no le va a resultar fácil doblegar su voluntad. Netanyahu maniobrará para dar largas a la petición de que se hagan todos los esfuerzos necesarios dirigidos a la creación del Estado palestino. Y su táctica de enrocamiento se verá facilitada por la desunión existente entre los propios palestinos. Ahí están, por ejemplo, los esfuerzos de Egipto por unir a las dos principales facciones palestinas, sin que de momento hayan producido ningún resultado. E incluso en el caso de que se consiguiera esa unidad, no hay que descartar que mantenerla luego en la mesa de negociaciones con Israel resulte imposible.

Reacio a la pacificación, Netanyahu recordará a la opinión pública israelí la necesidad de preservar la alianza estratégica de Israel con EEUU e intentará arrancar de Obama el máximo de concesiones a cambio de la paz. Es más, Netanyahu está políticamente obligado a aprovechar al máximo la situación debido al giro hacia la derecha experimentado por Israel en las últimas elecciones. Tiene que transmitir la impresión de estar negociando una paz duradera desde una posición de fuerza.

Por otro lado, resulta poco probable que Palestina llegue a convertirse en un Estado como tal, porque no será completamente soberano. Las exigencias en seguridad que impondría Israel serían enormes, como la de que haya fuerzas de la OTAN bajo mandato de la ONU para proteger las fronteras y para impartir instrucción a las fuerzas paramilitares palestinas que se habrán de responsabilizar de la aplicación de la ley. El desarrollo económico y la administración pública habrán de someterse a supervisión de instituciones financieras internacionales. Y la diplomacia dependerá en gran medida del apoyo de EEUU, de la UE y de un grupo selecto de países árabes.

Ahora bien, circunstancias impredecibles, como un nuevo estallido de violencia, podrán retrasar la paz, pero no hay que permitir bajo ningún concepto que la impidan. Cuanto más se encone la situación, más se favorecerá que los radicales lo exploten en su propio favor.

Además, la posibilidad de que los radicales de países de la zona, como Egipto y Jordania, aprovechen la violencia en los territorios ocupados como pretexto para reaccionar en contra del statu quo en sus propios países, no es una hipótesis descabellada.

Sobre el presidente Obama recae una responsabilidad muy pesada allí donde han fracasado sus predecesores, en especial, Bill Clinton. El intento del ex presidente de poner fin a un conflicto de décadas en sólo un par de semanas resultó ser excesivamente agobiante. Clinton confió excesivamente en su propia capacidad y demostró una ambición desmedida en su pretensión de dejar este legado para la posteridad. Y ahora, en unas circunstancias de crisis económica, la capacidad de Obama de cambiar las cosas en Oriente Próximo puede ser menor de lo que espera la mayoría.

Pese a haber llegado al cargo con un capital político enorme, a Obama se le está consumiendo a una velocidad mucho mayor de la esperada. Pese a todo, desde una perspectiva política, económica, diplomática, de seguridad y humanitaria, sigue siendo del máximo interés para el orden mundial que se inviertan el capital y los recursos necesarios con vistas a la consecución de una solución negociada en Oriente Próximo, más pronto que tarde.

Marco Vicenzino, director de Global Strategy Project, con sede en Washington, EEUU.