No hay plan B

Europa es el eje sobre el que se ha desarrollado la sociedad occidental tal como la conocemos. Muchas ideas, sistemas políticos, avances tecnológicos, sociales y económicos que rigen hoy, surgieron en Europa. Este legado por sí solo explica el papel que Europa tiene que desempeñar en el escenario internacional. Un escenario en el que hay que ser grande para competir. Hace 61 años, Europa supo ver la importancia de la unidad. Cuando Europa ha estado unida ha sido más fuerte y más próspera. El mejor ejemplo es el euro. Nunca los europeos han conocido una etapa de bienestar tan larga como la que nace en el Tratado de París y desemboca en el euro. Las ventajas que nos ha reportado son enormes: es la única divisa capaz de competir con el dólar como moneda de reserva; en términos macroeconómicos supone mayores flujos comerciales, más inversión, y mayor competencia; y en el ámbito empresarial ha supuesto más eficiencia, mayor competitividad y economías de escala, entre otras ventajas. Ha sido un factor determinante en el crecimiento de los bancos y de las grandes empresas europeas. El euro dio paso a una década de enorme prosperidad.

Sin embargo, la crisis internacional alcanzó a Europa sin las herramientas adecuadas para dar una respuesta rápida. ¿Por qué una crisis financiera que nace en EE UU y se extiende por todo el mundo, se enquista en Europa como en ninguna otra área económica? No hemos sido capaces de afrontar con determinación la primera gran crisis desde el nacimiento del euro. La respuesta, insuficiente y lenta, no se está correspondiendo con la gravedad de la situación económica y los ciudadanos, descontentos, demandan liderazgo y soluciones.

El giro que supuso la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de junio y las medidas aprobadas por el Banco Central Europeo en septiembre marcan claramente el camino de salida de la crisis. La prioridad debe ser ahora la ejecución del plan.

Si no actuamos con celeridad y determinación corremos el riesgo de deslizarnos hacia el declive de Europa. Hay datos que así lo sugieren: la zona euro cuenta hoy con 330 millones de habitantes. En apenas ocho años, en 2020, Brasil y México tendrán más población que los 17 países juntos. Además, el Fondo Monetario Internacional estima que en los próximos seis años el peso del PIB de la eurozona a escala global caerá cinco puntos, del 19% actual al 14%. En este mismo periodo se espera que Estados Unidos se mantenga en el 21%.

Todos sabemos lo que está en juego. El euro y la integración de Europa no tienen vuelta atrás. Son absolutamente imprescindibles. No hay plan B. El euro no se va a romper. Europa ha tenido más crisis institucionales y la respuesta siempre ha sido avanzar en la integración. Ahora toca dar un impulso a la unión política y como parte de ello a la integración fiscal y bancaria.

Europa debe pasar de ser un lugar de encuentro y articulación de intereses nacionales a compartir una dirección política única que vele por los intereses de todos los europeos. Tiene que ser un todo y no una suma de partes. No me cabe duda: Europa y el euro saldrán reforzados de esta crisis.

La Unión Europea debe inspirarse aún más en las fortalezas de lo que ha conseguido en el pasado para avanzar con paso firme y altura de miras hacia una mayor integración fiscal y bancaria, con todos los beneficios que comporta.

Unión bancaria. Hoy contamos ya con el consenso internacional, y no solo europeo, de que la unión bancaria es una condición imprescindible para romper el círculo vicioso de deuda soberana-deuda bancaria. Es clave para dejar de hablar de crisis y pasar a ocuparnos de crecimiento y estabilidad. Además, la unión bancaria es indispensable para armonizar las prácticas regulatorias y supervisoras y reducir la fragmentación del sistema financiero europeo. La experiencia demuestra, por ejemplo, que para un banco es más fácil expandirse en Latinoamérica que en Europa, donde con demasiada frecuencia encuentra barreras de todo orden. La unión bancaria es un proceso ambicioso, complicado y con dificultades. Pero el objetivo es claro y compartido por todos. No podemos permitirnos el lujo de no afrontarlo ahora.

Y junto con estos grandes objetivos, ¿qué significa la unión bancaria para los europeos? Significa reforzar nuestro sistema financiero, fortaleciendo la supervisión. No hay regulación que pueda sustituir una buena supervisión. La crisis ha puesto en evidencia que no todas las entidades estaban sometidas a la misma supervisión. Tenemos que hacer más homogéneos los estándares de supervisión. El Banco Central Europeo cuenta con una posición sólida para asumir esta función en la Europa del euro, pero tiene sentido que este objetivo se aborde progresivamente, asumiendo prioritariamente la supervisión de las entidades más relevantes.

La unión bancaria significa también más transparencia, gracias a un marco regulador y supervisor más homogéneo. Si queremos un mercado único, el criterio en la aplicación de las reglas también debe ser único. Esto permitirá a los inversores y clientes diferenciar entre entidades fuertes y débiles. A todas se nos mediría por el mismo patrón. Cuando tengamos un Fondo de Garantía de Depósitos y un sistema de resolución únicos, los clientes tendrán un marco de protección más sencillo y claro. Europa y la banca tienen que dejar de ser parte del problema para ser parte de la solución.

Regulación. Además de este proceso clave, el sector financiero se está transformando con la intensa reforma regulatoria. Pero como en toda respuesta regulatoria tras una crisis, tenemos que vigilar para que no haya consecuencias indeseadas. Es imprescindible acabar de definir estas reformas de manera que potencien la seguridad del sector financiero y no afecten negativamente al crecimiento económico.

A estas reformas mencionadas, se están añadiendo procesos de saneamiento y reestructuración de los sistemas financieros. El que está experimentando España es sin duda el más intenso y le permitirá convertirse en uno de los sistemas financieros más sólidos del mundo.

Pero, a pesar del impacto transformador de todas estas reformas, en mi opinión la clave para dotarnos de una banca más fuerte a largo plazo está en lograr buena cultura bancaria.

Cultura bancaria. Esto significa tener oficio bancario para cumplir bien con la función básica de un banco: intermediar entre ahorro e inversión, gestionando los riesgos y con foco en el cliente. Una buena cultura bancaria habría rechazado los riesgos, la falta de governance y las malas prácticas que han destruido entidades financieras en Estados Unidos, en Reino Unido, en España y a lo largo de la Unión Europea.

Para ello hacen falta tres elementos clave, con el fin de evitar una excesiva asunción de riesgos en busca del beneficio inmediato, que es una de las causas de la crisis actual. Un gobierno corporativo sólido que garantice la calidad de la toma de decisiones, con un Consejo de Administración que conozca el negocio, tenga visión de largo plazo y pueda cuestionar las decisiones del equipo gestor, que a su vez debe tener experiencia y responsabilidades claramente asignadas; una política de riesgos fuerte e independiente; y, por último, que la cultura bancaria vuelva a los mejores principios y valores de la banca, orientando la gestión a las necesidades del cliente, proporcionando crédito y servicios financieros a empresas y familias y, por tanto, poniendo a la banca al servicio de la economía real. Un modelo de negocio que requiere mucha experiencia y mucho oficio.

En conclusión, Europa está en un punto de inflexión y solo unida puede ser fuerte. La prioridad es resolver la crisis de la deuda soberana y para ello es clave avanzar en la unión bancaria. Si queremos un mercado único, las reglas y la supervisión también deben ser únicas. Además, es fundamental tener una buena cultura bancaria para conseguir una banca fuerte a largo plazo.

Emilio Botín es presidente del Banco Santander.

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