No hay riqueza sin papel higiénico

Los socialistas de todos los partidos tienen como objetivo último la “redistribución de la riqueza”. A esa misma meta le ponen diferentes nombres: “justicia social”, “justicia tributaria”, “equidad”, etc. En todos los casos, se trata de quitarle a unos para darle a otros. Pasan por alto que esa transferencia de riqueza solo puede hacerse desconociendo el derecho de propiedad y de forma violenta (entregas, vía impuestos, la parte de tu propiedad que te diga el Estado o vas a la cárcel).

Con ser dos omisiones enormes, hay otra aún más elemental. Los socialistas de todos los partidos piensan en la riqueza como algo dado, algo que está ahí, pase lo que pase, que solo es cuestión de “repartir” a su antojo. Piensan así porque desconocen el proceso de creación de riqueza.

La riqueza se crea o se destruye. El proceso comienza con un empresario que decide ofrecer un producto o servicio, contrata, invierte, produce y vende. El consumidor es quien valida o no el razonamiento del empresario. Si le parece conveniente comprar el producto o servicio a un precio que sea rentable para el empresario, se habrá creado riqueza. Si no compra, o solo está dispuesto a hacerlo a un precio que redunda en pérdidas para el empresario, aquella se habrá destruido.

En estos días de alarma y confinamiento esto ha quedado en evidencia para todo aquel que esté dispuesto a tener sus ojos abiertos. Quienes viven de abrir su tienda cada día, se han quedado sin ingresos. Los camareros no tienen comensales que servir. Peluqueros, masajistas, profesores, actores, comerciales y muchos más, no pueden hacer su trabajo. Ninguno puede “crear riqueza”.

Un país avanzado como España se encontró con faltantes impensables. Productos elementales, como la leche, las toallitas húmedas o el yogur griego, escasearon. Incluso, fue difícil conseguir papel higiénico.

El error socialista es confundir la riqueza con saldos en cuentas bancarias o con carteras de acciones o fondos de inversión. Estos días de gran volatilidad financiera también son útiles para ver lo frágil de esas formas de “riqueza”, que pueden reducirse a la mitad en un par de semanas.

La riqueza es como una bicicleta: no se puede parar de pedalear. En cuanto el pedaleo se detiene, el feliz paseo puede acabar en una caída contra el suelo. España es un país avanzado solo porque el trabajo es más productivo aquí que en Marruecos o en Paraguay. Pero si no se puede trabajar, esa mayor productividad no se despliega.

Si esa mayor productividad no se despliega, nuestra “riqueza” se puede convertir (mucho más rápido de lo que pensamos) en pobreza. La dificultad para encontrar papel higiénico es una metáfora perfecta de lo que digo. Algo que deberíamos guardar en nuestra memoria.

No somos ricos; la única riqueza que tenemos como sociedad es nuestro trabajo cotidiano. Ya sé que algunos tienen mucho más que otros, y que otros tienen muchísimo más. Pero si la riqueza se deja de crear (si se deja de trabajar), aún la mayor riqueza se acaba consumiendo. Entonces, la obsesión por “redistribuir” la riqueza puede no ser más que repartir unas migajas cuando lo que en verdad queremos es comer un bocadillo entero.

La principal lección que debemos sacar de esta crisis no es, como dijo Pedro Sánchez en el Congreso, la de “tener que reforzar el Estado del bienestar” (léase, subir los impuestos). La principal lección es que, si no podemos trabajar, todos nos empobrecemos rápidamente.

En lugar de “redistribuir” una riqueza que no existe si antes no se crea, la prioridad debe ser dar incentivos para invertir y trabajar. No castigar con excesivos impuestos y cotizaciones a quienes quieren trabajar y a quienes quieren contratar; alentar la inversión reduciendo el Impuesto sobre Sociedades; quitar las trabas y regulaciones innecesarias que impiden que tres millones de personas salgan del desempleo.

Si al menos una parte de los diez millones que votaron al PSOE o a Podemos despierta a esta evidencia, no digo que esta crisis habrá merecido la pena, pero sí que le habremos sacado algún provecho.

Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados.

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