No invocar a las víctimas en vano

La declaración solemne del «cese definitivo de la actividad armada» por parte de ETA disimula mal el reconocimiento de que no puede seguir matando. Reconocen su derrota, algo que ya sabíamos, de ahí que nos preguntemos si el último comunicado representa algún cambio. Un cambio político, desde luego, pues cambian las armas por los votos y en lugar de luchar contra la democracia deciden jugar a ella. Cambio moral, ninguno. Ninguna crítica a la violencia que ahora abandonan. Al contrario, entienden que «la lucha de largos años ha creado esta oportunidad». Como no quieren reconocer el fracaso de su lucha armada tienen que recurrir a la extraña lógica de tener razón cuando practicaban la violencia y ahora que la despiden.

Esta actitud que ETA comparte con su entorno anuncia que no será fácil la integración del nacionalismo radical (¿por qué seguirles en lo de izquierda aberzale cuando lo único que les importa es el nacionalismo?) en un democracia como la vasca cargada de exigencias específicas debido a la existencia del terrorismo.

El fin de la violencia, en efecto, no significa la clausura de las cuentas pendientes. Hay un pasado de sufrimiento que, gracias a la memoria de las víctimas, se hace presente como una demanda de justicia. El terrorista puede pensar que el precio del abandono de las armas es el sobreseimiento. La garantía de la vida de los vivos, bien vale, se dicen a sí mismos, el olvido de los muertos que ya no viven. Eso fue así para todos los estados, también para el Estado de Felipe González y de José María Aznar, pero ya no es posible porque las víctimas se han hecho visibles. Esa novedad con la que ETA y su entorno no cuentan es, sin embargo, determinante para la democracia española. Olvidarlas es reconocer la legitimidad de una política construida sobre cadáveres y escombros. Eso ha sido así, pero no puede seguir siéndolo.

Es significativa la referencia de todos los políticos a las víctimas. Nadie ha descuidado ese detalle en las reacciones al comunicado de ETA. Lo que no está claro es qué entienden por ello. Urkullu, por ejemplo, coloca en la misma frase la memoria de las víctimas y la conveniencia de pasar página; otros confunden el cumplimiento de las penas con la justicia a las víctimas; y tampoco sabemos si las asociaciones de víctimas que exigen arrepentimiento a los victimarios están dispuestas a otorgarles el perdón. Estamos ante una situación nueva que obliga a un tiempo de reflexión.

Conviene aclarar que la invocación de las víctimas es muy exigente porque equivale a reconocer la vigencia de las injusticias que se les hizo y, por tanto, el compromiso de hacer justicia. No es difícil reconocer que la violencia terrorista ha causado injusticias o daños a personas determinadas, pero también a la sociedad vasca. Los asesinados, torturados o amenazados han sido objeto de daños físicos, morales y políticos. De esos daños unos son reparables y otros irreparables. Hacer memoria es reparar lo reparable y hacer memoria de lo irreparable. ¿Quién? ETA y su entorno, por supuesto, pero también todos los demás, de ahí la importancia de un relato verdadero que se perpetúe en las calles y se cuente en las escuelas.

Pero la violencia también ha hecho daño a la sociedad dividiéndola y empobreciéndola. Prueba de su división es la frialdad, por ser suave, con la que la mayoría de ese nacionalismo radical se expresa sobre las víctimas causadas por ETA, como si no fuera con ellos, o hubiera sido inevitable, o no tuviera importancia. Empobrecida ha quedado la sociedad vasca con el silenciamiento de las víctimas, la penalización de los victimarios, por no hablar de los que tuvieron que hacer el camino del exilio interior o exterior. Esa sociedad vasca dañada pide justicia, es decir, pide que se haga frente a la fractura y al empobrecimiento de la sociedad. Una respuesta justa a la injusticia social requiere plantearse la recuperación para la sociedad de las víctimas y de los victimarios. Ambos son necesarios. La nueva sociedad es impensable sin el reconocimiento de las víctimas, pero también son fundamentales los victimarios. Esto deben saberlo. La recuperación de los victimarios y sus próximos es evidentemente compleja pues supone un proceso que empieza por reconocer el daño que han hecho -lo que hicieron no fueros gestas heroicas, sino acciones dañinas- y que debería concluir en la solicitud del perdón, que es gratuito, pero no se da gratis. Es gratuito porque la víctima puede otorgarlo o no; pero no es gratis porque exige el reconocimiento y reparación del daño causado.

No se puede pues hablar de memoria de las víctimas en vano. Convocar esa memoria significa estar dispuesto a no pasar página, a dar importancia al sufrimiento del victimario, a promover la cultura de la memoria de las víctimas, a no caer en la trampa de la venganza. Se comprende que la declaración de ETA haya acaparado todos los focos, pero quizá lo más decisivo para el futuro esté ocurriendo en algunas cárceles españolas y francesas donde unos pocos presos están dando los primeros pasos de ese proceso que empieza en la memoria y acaba en el perdón.

Reyes Mate, filósofo e investigador del CSIC.

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