No los llamen “campos”

Un hombre en el interior de un vagón de tren abandonado en el campo de refugiados e inmigrantes de Idomeni, Grecia. JOE KLAMAR (AFP)
Un hombre en el interior de un vagón de tren abandonado en el campo de refugiados e inmigrantes de Idomeni, Grecia. JOE KLAMAR (AFP)

Dejando a un lado los reparos, Europa quiere volver a los campos de internamiento. Se supone que los campos van a ser la solución. La idea es que ya se retenga a los emigrantes en África —en Libia, por ejemplo, o en Níger— antes de que emprendan su peligrosa travesía por mar en dirección a Europa. Es lo que quiere la UE. Incluso a los refugiados que, a pesar de todo, consigan llegar a territorio de la UE, lo que les esperará serán campos en suelo europeo. El lugar está por decidir. Eso sí, serán instalaciones cerradas y vigiladas, ya que habrá que “registrar” a sus ocupantes y devolver a los no autorizados. Y si se escaparan, no sería posible hacerlo.

El Gobierno alemán quiere ampliar la tierra de nadie situada en la frontera entre Alemania y Austria, de manera que se pueda interceptar a los emigrantes y refugiados antes de que entren oficialmente en Alemania y tengan derecho a un procedimiento regular de solicitud de asilo. Se crea una “ficción de la no entrada”, como se la denomina en el acuerdo. Artimañas del Estado. Entretanto, Angela Merkel ha declarado que no se retendrá a nadie más de 48 horas, ni siquiera en tierra de nadie. En cuanto a si Austria hará lo mismo, está por ver. O sea, el plan consiste más en una fantasía de campo que en una política factible, lo cual no hace más que empeorarlo.

Por supuesto, los centros vallados en los que se concentrará a los emigrantes no se van a llamar campos. Ese nombre evocaría asociaciones terribles. A la memoria vendrían los campos de concentración nazis, el sistema de gulags soviéticos, los campos de refugiados para generaciones de palestinos o el campo de prisioneros estadounidense de Guantánamo.

No. En Alemania, estas no cárceles se llamarán “centros de tránsito”, una denominación amable, eficiente, práctica, inspirada en las zonas de tránsito de los aeropuertos en las que los viajeros cambian de avión. Una ocurrencia parecida a la de quienes denominan “turismo de asilo” a la huida de la guerra y la pobreza. La política de la Unión Europea todavía está indecisa en lo que se refiere a su terminología para los campos. En algunas publicaciones ha aparecido el término “centros de acogida”, pero también el de “plataformas de arribada y desembarco”, lo cual suena a crucero y aventura.

Bajo todo este barniz lingüístico, la realidad es que Europa ya no es lo bastante noble como para no crear campos cerrados y vigilados para personas que no han cometido ningún delito. Los campos se van a convertir en un elemento cotidiano, en algo normal. Si es posible, se instalarán en sitios horribles y lejanos; si es necesario, en nuestro propio territorio. Recluir, recontar, registrar.

La alegría con la que se lleva adelante el plan deja boquiabierto. Solo han pasado dos años desde que la opinión pública europea condenase a Australia por sus brutales campos de internamiento, gestionados por empresas privadas de seguridad, en las islas de Nauru y Manus, en el Pacífico, y ya estamos dispuestos a dejar a un lado los reparos. ¿Por qué no pagar a los libios para que detengan y encierren a la gente?

Cuando la política procede a internar a la gente en campos sin que haya ocurrido ninguna catástrofe, lo hace por otros motivos. En este caso se trata de controlar, ordenar, reeducar, dominar. Las potencias coloniales utilizaron los campos para sus fines, desde los campos cercados con alambre de espino de los británicos en Kenia hasta los campos alemanes para los hereros en la actual Namibia. En campos encerró Estados Unidos a sus ciudadanos de origen japonés durante la II Guerra Mundial.

Europa respira tranquila pensado que esos desvaríos le quedan muy lejos. “Nunca más campos en Alemania” es un eslogan ridículo en opinión de los gobernantes alemanes. La razón es que evoca imágenes que, supuestamente, nada tienen que ver con el presente. El objetivo de los diversos campos para emigrantes de Europa y de fuera de sus fronteras no es exterminar, sino “tan solo” controlar el acceso y disuadir. Esto tiene que ser explícito. Por el mundo debe correr la noticia de los campos del horror, y no la del paraíso estadounidense.

La normalización de la reclusión en campos en Europa —al igual que los campos para niños emigrantes de Estados Unidos que el autor irlandés Fintan O’Toole califica de “test de mercado para la barbarie”— constituye un indicio de que el barniz de civilización es cada vez más fino. Todo lo que hagamos por oponernos a ello será poco.

David Hesse es redactor y columnista de Tages-Anzeiger e historiador. Traducción de News Clips.  © Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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