No más debates, por favor

No espere el lector en estas líneas ninguna prolija disección de lo que dijeron, en el debate televisivo José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Menos aún aguarde una consideración de propuestas que, de manera llamativa, faltaron en ese envite. De forma mucho más frívola, me contentaré con dar cuenta de por qué -así lo creo firmemente- el debate en cuestión, que tanto prometía, resultó ser a la postre un soporífero suplicio.

Empezaré mis consideraciones al respecto con una: los dos contrincantes que nos ocupan más bien parecían dos opositores de los que cantan los temas en una academia. En su condición de tales habrá que reconocer que resultaron ser pasablemente brillantes, tanto más cuanto que, con certeza, no debe olvidarse que los nervios rebajan en esas situaciones el rendimiento. Pero, y a esto voy, al cabo dieron rienda suelta a una doble regla. Mientras, por un lado, recitaron las peroratas que habían aprendido -mejor habría que decir memorizado-, por el otro a duras penas intentaron responder al rival y al efecto siguieron un tan prudente como lamentable consejo: cuando no sepas cómo rematar o hayas olvidado de qué se está hablando, dale carrete a algún tramo del poema que habías aprendido de memoria. El resultado fue, claro, un debate más bien caótico en el que se repitieron en demasía los mismos argumentos. Si en el caos puede haber algún encanto, no lo había, de cualquier modo, en los dos candidatos enfrentados: ninguno de ellos echó mano de ejemplos ilustradores de lo que afirmaba -¿para qué la pedagogía?-, ninguno recurrió a anécdotas, no despuntó ni una liviana broma y, en fin, la cintura faltó por todas partes.

Si en este terreno Rajoy parecía disfrutar de alguna ventaja -en virtud de una mezcla de retranca gallega e ironía-, lo cierto es que la dilapidó: acabó siendo una reproducción clónica de un Rodríguez Zapatero sobre el papel con menos recursos. Ni siquiera el hecho de que en términos de expresión verbal Rajoy sea más sólido -bastará con recordar el onmipresente empleo, por Rodríguez Zapatero, del verbo 'hacer'- le rindió mayor beneficio en el debate. Y es que al cabo, y como contrapartida, su contrincante resultó ser más convincente. Por si poco fuere, cuando cobró cuerpo alguna disputa verbal más bien infantil -no podía producir sino sonrojo-, Rajoy llevó la peor parte.

Nada vino a romper, por lo demás, el estilo plúmbeo de los dos contendientes. Su concreción mayor, patética y un tanto sorprendente a tenor de lo que sin duda saben sus asesores en relación con estos menesteres, fue el empleo abusivo de estadísticas, adobado con un puñado de gestos, más bien patéticos, encaminados a enarbolar ilegibles gráficos que nada aportaban. Agreguemos, y esto no tiene una importancia menor, que tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy son manifiestamente incapaces de manejar los silencios: en el ejercicio de su tarea las palabras -los números las más de las ocasiones- tenían, al parecer, que llenarlo todo.

Me permito adelantar -y paso ahora a otra cosa- lo que para mí es evidente: Rajoy perdió el debate simplemente porque no lo ganó, mientras Rodríguez Zapatero lo ganó, simplemente también, porque le bastaba con no perderlo. Sorprende, de cualquier modo, que los seguidores fieles de los dos partidos en liza, cuando llega el momento de dar cuenta de sus percepciones de lo ocurrido en eventos como éste, sean incapaces de liberarse del ascendiente de sus adhesiones, y tiendan de manera abrumadoramente mayoritaria a pensar que su candidato se impuso. Aunque más grave resulta, claro, lo que ocurre con los medios de comunicación. Basta con echar una ojeada a las portadas de los diferentes diarios madrileños para percatarse de que estaban preparadas, en provecho de Rodríguez Zapatero o en provecho de Rajoy, desde antes del debate televisado.

Bien es verdad que, puestos a buscar lecturas anticipadas y teledirigidas, nada mejor que sugerir que el moderador del debate, Manuel Campo Vidal, había abrazado, muchas horas antes de aquél, la fórmula de la que se sirvió en un par de oportunidades para describir lo que estaba ocurriendo en directo: lo que para Campo Vidal fue «un debate magnífico» a muchos nos pareció lamentablemente soporífero. ¿Recuerda usted algo realmente llamativo, alguna frase ingeniosa, algún sobresalto, un gesto fuera de lo común, un atisbo de emoción o, simplemente, una idea que no hubiésemos escuchado antes mil veces? ¿Cómo encaja todo ello, por cierto, con la pretensión, tantas veces enunciada por los dos contrincantes dialécticos, de hablar de lo que realmente interesa a los ciudadanos?

Si lo he entendido bien y es verdad que nuestros dirigentes políticos están muy preocupados por la productividad, bien podían haber hecho algo por adelantar la hora del debate. Aunque, vistas las cosas desde otra atalaya, no deja de ser cierto que muchos ciudadanos tuvieron oportunidades sobradas de echar una reparadora cabezadita a las diez y media de la noche del día 25. ¿No podría reclamar la Academia de la televisión que el Partido Socialista y el Partido Popular propusieran otros candidatos para el segundo, y afortunadamente último, de estos debates?

Carlos Taibo