No, no todo está perdido

Hoy estamos tristes, pero no descargaremos nuestra frustración maldiciendo al pueblo francés ni deseando lo peor para nuestro país. Estamos tristes porque una inmensa esperanza ha quedado frustrada. Evidentemente, respetamos el veredicto del sufragio universal y esperamos que la borrachera de la victoria no conduzca al vencedor a poner en marcha una política de embrutecimiento de la sociedad.

Pero también somos conscientes de que nadie puede disculparse por la derrota de Ségolène Royal y convertir a la candidata en chivo expiatorio de sus propias insuficiencias. Sin duda, se han cometido errores. Pero las principales causas de la situación en que vive la izquierda francesa son su timidez ante la perspectiva de volver al Gobierno, la rigidez y la suficiencia socialista, así como la pusilanimidad del centro. Los izquierdistas, en general, han mantenido un clima de sospecha permanente sobre la candidata socialista. Los socialistas, al agarrarse a un proyecto pensado más para reconstruir la unidad del partido que para ofrecer a sus compatriotas un proyecto socialdemócrata creíble, hicieron imposible la apertura exigida. Por último, los centristas, al negarse a invitar claramente a una alianza con la izquierda, sabotearon las bases de la nueva reorientación política que decían querer construir. A pesar de todos estos obstáculos, Ségolène Royal supo encarnar una esperanza colectiva inmensa. Por eso, es ella la mejor cualificada para proseguir la construcción de esta nueva alianza, que debería superar las limitaciones constatadas durante la campaña presidencial.

Lo que se diseñó en caliente, con retraso y a media voz durante la campaña electoral hay que retomarlo ahora, trabajarlo, pulirlo y asumirlo. Los Verdes tienen que salir de su cultura del aislamiento y de su parálisis interna, y entender que los objetivos que encarnan son entendidos más allá de su propio círculo y son percibidos como cruciales por una gran mayoría de la población.

La izquierda antiliberal debe salir del callejón sin salida al que le condujo su negativa práctica a gobernar. El Partido Socialista tiene que proseguir el cambio iniciado y asumir la opción socialdemócrata que ya esbozó durante esta campaña: aceptar una globalización controlada que pueda convertirse, como sostienen nuestros socios europeos, en una oportunidad y no sólo en una amenaza.

Y el centro tiene que romper su histórica alianza con la derecha, que le ha llevado a menudo a olvidar que es portador de un mensaje de cohesión social y de vitalidad democrática. Si el nuevo partido de François Bayrou se niega a ser una UDF satelizada por Sarkozy sólo tiene espacio en el seno de una alianza con una izquierda renovada.

Y ésta tiene que proponer un proyecto político común, basado en la perspectiva de una sociedad pacificada y no en una dividida. Una sociedad con un compromiso europeo renovado y abierto y no como una concesión hecha de boquilla a unos socios a los que se desprecia. Una sociedad que asume el mercado y el libre comercio, pero que no reduce a ellos la totalidad de las relaciones sociales. En definitiva, una sociedad que mira al futuro con confianza, y no una que desconfía de todo y hacia todos.

El debate político de estas elecciones presidenciales ha dibujado ya tales convergencias. Convergencia en la necesaria reducción de la deuda pública, en la eficacia de unos servicios públicos renovados, en la atención a los más desfavorecidos, en la toma en consideración de las amenazas que pesan sobre el planeta y sobre nuestro desarrollo (energía, recalentamiento climático, agua, etcétera). Convergencia en la idea de asegurar los itinerarios de los trabajadores conciliándolos con la movilidad que ellos mismos pueden desear y que es necesaria para las empresas. Convergencia en una perspectiva de crecimiento basada en la inversión en formación, en investigación y en la economía del conocimiento. Convergencia en la definición de una sociedad abierta y solidaria y, por lo tanto, en los valores que unen, que integran y que pacifican.

El Partido socialista necesita aliados, no vasallos a los que concede ciertas circunscripciones para mantener la ilusión del pluralismo, mientras éstos adoptan un doble lenguaje y se sienten tentados, a veces, en confundir autonomía e irresponsabilidad.

Francia necesita una nueva coalición de izquierdas, análoga a la italiana del Olivo, en la que cada cual encuentre su sitio. Para eso, hay que romper con el escrutinio mayoritario, verdadero ataque a la diversidad política del país. Es cierto que el escrutinio mayoritario es necesario para conseguir mayorías estables. Pero la madurez democrática exige que se instaure una parte adecuada de proporcionalidad, para que todas las formaciones políticas significativas estén representadas en el Parlamento, incluso las que no nos gustaría que formasen parte del juego político, por su confrontación con los objetivos sociales más profundos. Incluso a ese precio.

A corto plazo, acuerdos parciales o de reserva de circunscripciones deben permitir iniciar esta alianza. Las inminentes elecciones legislativas pueden ser la ocasión de una nueva movilización colectiva, por qué no victoriosa, o al menos capaz de constituir una fuerte oposición. No echemos en saco roto lo logrado en esta campaña presidencial. No dejemos que se pierda el impulso que ha sabido insuflarle a esta campaña Ségolène Royal, así como la renovación que encarna. No dejemos que nos venza el desánimo y, ante todo, mantengamos la esperanza.

Daniel Cohn-Bendit, portavoz de Los Verdes en el Parlamento Europeo. Firman también este artículo Gabriel Cohn-Bendit, Jean-Yves Drian, presidente del PS de la región de Bretaña, Jean-Pierre Mignard, abogado, Joël Roman, editor, y Christiane Taubira, diputado del PRG.