¡No nos roben el futuro¡

Demasiado concentrados en hablar sobre los chalecos amarillos, no nos hemos dado cuenta de que hay muchos jóvenes que visten en cambio chaquetas verdes, chicos que ya no quieren oír hablar del diésel, que empujan a los gobernantes a lanzar ambiciosas reformas para luchar contra el calentamiento global, contra los lobbies de las energías fósiles e incluso contra la mayoría de los votantes.

Son jóvenes como Greta Thunberg, de 15 años, la primera en lanzar el School strike for climate, la huelga escolar por el clima, que se está extendiendo por muchos otros países, desde Bélgica hasta Australia, pasando por Canadá o Alemania. Invitada al Foro de Davos, adonde acudió viajando en tren durante 32 horas para no contaminar los cielos con un vuelo aéreo, la joven sueca hizo un llamamiento a los líderes del mundo: “No quiero que manifiesten esperanza, quiero que sientan ustedes el pánico y el miedo que siento yo todos los días y que pasen a la acción”. A Greta se le han unido algunas jóvenes australianas que viven en una remota área rural devastada por el calentamiento global, así como otras chicas de Bruselas que se manifestaron ante la Comisión de la UE gritando: “¡Dejad de robarnos nuestro futuro!”.

La protesta, que se repite todos los jueves, debe culminar el 15 de marzo con una huelga mundial de las jóvenes chaquetas verdes. Sigue siendo un movimiento subterráneo, que no disfruta de la atención de los focos porque va a contracorriente de todo lo que está sucediendo en los últimos años, desde la victoria de Donald Trump, quien se desligó del Acuerdo de París en una de sus primeras medidas, hasta las distracciones de los gobernantes europeos, absorbidos por muchas otras prioridades, como le sucede a Emmanuel Macron.

El presidente francés, que había lanzado en junio de 2017 una contraofensiva contra el presidente estadounidense mediante el lema Make our planet great again!, se ha visto envuelto en su primera crisis política precisamente en referencia al desafío ambiental. Por un lado, Macron fue acusado de no estar lo suficientemente comprometido ni ser concreto por su exministro de Ecología, Nicolas Hulot, que abandonó, no sin polémica, el Gobierno en septiembre. Apenas un mes después, el jefe de Estado vio nacer un movimiento de protesta sin precedentes por haber aprobado un aumento del impuesto sobre el carbono.

Fueron los motoristas en colère, como la bretona Jacline Mouraud, autora de unos vídeos rápidamente convertidos en virales para defender su todoterreno diésel, quienes iniciaron la protesta que más tarde, una vez que se renunció al aumento de los impuestos especiales de combustibles, se ha extendido a muchas otras reclamaciones.

Mientras se trata de meras palabras, todos son ecologistas y muestran su preocupación por el destino del planeta, incluso los chalecos amarillos. Pero cuando se trata de pasar a los hechos nadie está dispuesto a renunciar a nada en su estilo de vida. En definitiva, con el movimiento de los chalecos amarillos corremos el riesgo de frenar el compromiso contra el calentamiento del clima, especialmente porque afecta a un país, Francia, que se ha distinguido por su neto liderazgo en las negociaciones diplomáticas de los últimos años. Sin embargo, los gobernantes se arriesgan a cometer un grave error al ignorar hasta qué punto la lucha contra el calentamiento global es una prioridad para muchos ciudadanos.

El éxito de los Grünen en Baviera en las elecciones de octubre es una de las numerosas señales de ello. En los sondeos de las próximas elecciones europeas, los Verdes obtienen apoyos en muchos países. En Francia, la lista de Europe Ecologie les Verts, liderada por Yannick Jadot, podría obtener entre un 8% y un 9%. Precisamente en los días en los que se produjeron las manifestaciones más virulentas de los chalecos amarillos se celebró en París la Marche Pour le Climat, con una amplia participación, pero muy poco eco en los medios de comunicación. Las chaquetas verdes no son menos importantes que los chalecos amarillos, tal vez solo un poco menos visibles.

Anais Ginori es corresponsal en París de La Repubblica. Traducción de Carlos Gumpert.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *