No os concedáis el préstamo

Leo sin gran sorpresa en estas páginas que los bancos tienden a denegar los préstamos hipotecarios a los periodistas. Si tuvieran algún olfato para prever lo que traen los tiempos, los bancarios deberían denegarse los préstamos a sí mismos porque su profesión es una de las que van a desaparecer en cuatro días. Los clientes viejos lo lamentarán. Si ahora no tienen a quién preguntar cómo demonios funciona una aplicación o un cajero automático, pronto vivirán en un desierto de pantallas y tendrán que echarse a la calle a la espera de que algún otro usuario de cajero, más joven, salga a su rescate. Eso en la era en que un artista de 84 años se cae en el centro de la capital de la cultura y ‘des droits de l’homme’ y acaba muerto de frío porque en nueve horas nadie se detiene a ver qué le pasa.

Que sí, que los bancarios se concederán los préstamos a sí mismos. Se mirarán al espejo del lavabo de la sucursal y se dirán, juguetones, cosas como: «¿Podría aportar algún avalista?». O bien: «¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que su empleo es estable?». La respuesta correcta sería: podemos estar seguros, reflejo mío, de que nuestro empleo no solo no es estable sino que posiblemente ya habría desparecido de no haberse solapado la última revolución tecnológica con varias crisis económicas y sanitarias de alcance mundial. O sea, espejito, que mi capacidad de devolver el préstamo no tiene nada que ver con la estabilidad de mi empleo obsolescente -de cuya remota existencia se sorprenderán mis hijos en el futuro, y no digamos mis nietos- sino de la situación en que me deje esta entidad cuando prescinda de mí.

A diferencia de lo que ocurre con los empleos condenados a no superar la década de los años veinte -y por lo tanto muy lejos de asegurar nada en los períodos más comunes de las hipotecas-, el periodismo siempre existirá. Los bancarios finales, que esperan sin saberlo a que les abran la última puerta de su vida profesional (para echarlos) junto a conductores de camiones, autobuses y taxis, junto a camareros y dependientes, junto a procuradores y notarios, junto a mozos de almacén y contables, se concederán el préstamo, decía, pero debieran denegárselo. A los que creamos contenidos nos dirán que, ay, no ha podido ser, cuando estamos entre los pocos de los que nunca se podrá prescindir.

Las comunidades humanas precisan, como el aire que respiran, de demiurgos civiles, de sacerdotes laicos que confieran sentido a un mundo infinitamente complejo que empuja a la perplejidad. También necesitan de gente que haga ese mismo trabajo con los abismos interiores, y luego con la incógnita de la existencia. Hay una determinación estructural en el animal social llamado hombre (si le parece que habría que añadir ‘y mujer’, este artículo no es para usted; gracias por venir; adiós; no me llame, ya le llamaré yo). Como resultado de la determinación, los que escribimos sabiendo hacer el rabo de la ‘o’, los psicólogos, los curas y los filósofos siempre nos ganaremos la vida. A diferencia de ti, bancario, que te miras al espejo. No te fíes de ti, sabes que no vas a poder pagar eso. Hay una serie de expresiones deprimentes en catalán que se aplican a los quiero y no puedo, pero también -con esa crueldad tan catalana- a los que fracasan en un proyecto o empresa. Yo invito a los bancarios de los países catalanes (ji) a que sostengan de nuevo la mirada que les devuelve el espejo y, como terapia de choque para regresar a la cruda realidad -paso necesario en su enderezamiento social y emocional-, se espeten a sí mismos lo que sigue: ‘Estires més el braç que la màniga!’ (¡Estiras más el brazo que la manga!). ‘Ets un somiatruites!’ (literalmente: ¡Eres un ‘sueñatortillas’!). ‘No m’expliquis sopars de duro!’ (¡No me expliques cenas de a duro! -frase acuñada cuando un duro era mucho dinero). ‘No toques pas de peus a terra!’ (¡Tus pies no tocan el suelo!). ‘Ets un saltataulells!’ (literalmente: ¡Eres un ‘saltamostradores’!).

No hay espacio en esta página para ponerle la merecida lupa a algunos de los términos catalanes empleados, empresa que nos revelaría lo agudo, lo afilado, lo mortífero que puede llegar a ser el desprecio en catalán cuando recae sobre algún ser inocente, vulnerable, joven, ambicioso sin caparazón. Los matan, directamente. Nunca más vuelven a creer en sí mismos. Tuercen su destino. Hay que tener una psique muy fuerte para mantener la autoestima después de oír, encadenadas, varias de las frases consignadas. Es por la eficacia letal de la despectiva y roma gramática parda catalana por lo que recomiendo el tratamiento a cuantos creen que en su vida hay algo estable. En especial si se trata del puesto de trabajo. Y en particular si el iluso se dedica a alguna de las actividades condenadas.

Esta es una pieza de las que provoca reacciones hostiles en grupos corporativos. No deseo molestar a nadie, pero la verdad es la verdad y solo a ella sirvo. Al saber de la discriminación que el periodista padece a manos del bancario, no he podido sino traer aquí lo que todo el mundo sabe en los departamentos universitarios serios que se dedican a la prospectiva. Hace unos años acudí a un seminario en Oxford sobre el tema; hoy la lista de oficios y profesiones desahuciadas la conoce cualquiera que se haya interesado por el tema.

Preveo pues sin alborozo, y sin peso alguno de conciencia, las indignadas cartas al director (lo siento, Julián) que enviarán bancarios, procuradores, conductores y mozos de almacén. Estos últimos serán los que escriban mejor ya que suelen venir de filosofía, o de especializarse en literatura clásica y tal.

Juan Carlos Girauta

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