No podemos dejar a Ucrania en la cuneta

A medida que se alarga la guerra, la invasión de Ucrania desciende de importancia en las noticias. Al enfrentarnos a la desaceleración y la inflación nos preguntamos si merecen la pena las sanciones. La respuesta debe seguir siendo clara: el interés de Europa es ayudar en lo posible a Ucrania; ya que no puede ser militarmente, al menos mediante la guerra económica, a través de las sanciones.

El valor de Europa está en sus valores. Tras siglos de desgarrarnos unos a otros, especialmente en las dos guerras mundiales, Europa tuvo claro el dilema: o defendemos la paz, el Estado de derecho y la democracia o no somos nada. Por esa razón, financiar mediante nuestras compras de gas y petróleo ruso al invasor de Ucrania que usa a diario la muerte de civiles y la destrucción brutal para lograr sus objetivos, es una prueba de vida o muerte para Europa.

Aquellos que se oponen a un embargo total del gas y el petróleo procedentes de Rusia escuchan este argumento y nos piden que reflexionemos sobre el impacto económico y social que podemos sufrir; que mantengamos la cabeza fría y que dejemos de lado las consideraciones moralistas. Sigamos por un momento este consejo: olvidémonos de nuestros valores. La pregunta es si un embargo total de petróleo y gas sirve a nuestros intereses materiales. Y la respuesta es inequívoca: sí. Ese embargo sería muy eficaz para dañar a Vladimir Putin y supondría un daño tolerable para la economía europea.

Prohibir las exportaciones de petróleo, gas y carbón resultaría fatal para Putin. Primero, le impediría obtener las divisas que necesita para evitar una crisis financiera. De hecho, nuestros pagos (más de 50.000 millones de euros desde que comenzó la invasión) han ayudado a estabilizar el rublo, que después de desplomarse un 70% ha vuelto a su valor anterior a la guerra. En segundo lugar, el embargo dañaría enormemente una economía que es, esencialmente, la de un exportador de energía. Pero el daño recaería en el presupuesto estatal, ya que el 40% se financia con esas exportaciones de energía. Putin no podría pagar a sus soldados ni mantener su maquinaria de guerra.

Los costes para Europa serían soportables. El Consejo Alemán de Expertos Económicos ha revisado los datos (incluidos los del BCE) sobre el impacto en Alemania y encuentra que el embargo causaría pérdidas del PIB de entre el 0,2% y el 2,2%. Otros estudios, como el de nueve importantes economistas alemanes encabezados por Rudi Bachman, sitúan el impacto en el rango de 0,5%-3,5%. Todo esto es asequible para Europa; el impacto sería en cualquier caso muy inferior a la de la recesión de 2008 o la crisis del coronavirus.

Además, la Unión Europea tiene las herramientas para amortiguar las consecuencias sobre el desempleo y los ingresos. Lo ha hecho antes y puede volver a hacerlo. Un mecanismo de apoyo financiado con déficit para evitar cualquier efecto secundario del 2% del PIB aumentaría la relación deuda/PIB en solo dos puntos porcentuales.

Más importante aún, debemos considerar los costes de la alternativa. Financiar las armas del enemigo mientras sus soldados se acercan a las fronteras de la UE es contrario a todos nuestros intereses. Imaginemos la incertidumbre económica y política, y su impacto sobre la inversión y la economía, que se produciría al tener tropas rusas al lado de Polonia. Además, un conflicto prolongado aumentaría las posibilidades de una escalada: un ataque accidental, un misil perdido, un primer uso de armas químicas o nucleares. No me atrevo a cuantificar el precio que pagaría la UE en ese caso.

Luego hay que sumar la situación y las repercusiones de los refugiados, que aumentan con la duración de la guerra. Sin olvidar, por último, el coste de que al final sea el propio Putin el que corte los suministros cuando a él le convenga. No se trata simplemente de aplicar un embargo, sino de poner en marcha las medidas para hacerlo con el menor perjuicio posible. El objetivo último es remplazar energías fósiles por renovables, pero mientras las renovables no se puedan almacenar, tenemos que reducir la dependencia.

En primer lugar, hay que remplazar el gas ruso por gas licuado. Debemos construir muchas más terminales de gas licuado en Europa. España es el país que más tiene y debe utilizar esa ventaja para ayudar a la UE a hacer esta transición. Después, tenemos que invertir masivamente en interconexiones de gas y electricidad.

En segundo lugar, en vez de buscar "islas energéticas", hay que asegurar que Europa hace frente, unida, a la escasez de energía. Esto empieza por usar ingenieros militares para construir urgentemente el gaseoducto que uniría a España y Francia (MiCat) y que fue abandonado por este gobierno. En tercer lugar, tenemos que estrechar lazos con Argelia. Va a ser un suministrador clave, y tenemos una conexión directa con este país.

Finalmente, debemos, cuanto antes, prorrogar la vida útil de las centrales nucleares. Los estadounidenses han aprobado vidas útiles de centrales de 60 años y más con diseños idénticos a los nuestros. No hay razón para pegarnos un tiro en el pie y prescindir de una fuente limpia (no genera CO2) y segura que genera más de la quinta parte de la energía que consumimos.

En este momento, Europa está paralizada por la inacción. No aprobamos el embargo, no recuperamos la energía nuclear en Alemania (aunque sí en Bélgica) ni reactivamos los enormes yacimientos de gas de Groningen en Holanda. Estados Unidos anunció e impuso el embargo el pasado 8 de marzo. En la Unión Europea, el Parlamento Europeo lo exigió en el mes de abril y la Comisión Europea lo propuso en junio para aplicarlo a finales de año. Y el Gobierno de España actúa como si no tuviéramos ninguna prisa; la nuclear ni siquiera está en el debate.

Es hora de actuar ya. Es hora de eliminar completamente la dependencia del petróleo y el gas ruso. Por razones materiales y geoestratégicas. Y por razones que no se miden en metros cúbicos ni en barriles. Por los valores europeos que son, sí, el auténtico valor de Europa.

Luis Garicano es economista y jefe de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento Europeo y vicepresidente y portavoz económico de Renew Europe.

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