No reeditemos el reinado de Alfonso XIII

Sólo el estudio de la Historia nos permite aprender los errores con que fracasamos y las medidas acertadas con que mantenemos en equilibrio nuestra convivencia en libertad. Y si cierta derecha extraparlamentaria y cierto sector militar incorrectamente bienintencionado no estudian un poco lo que ocurrió en el largo, convulso y accidentado reinado de Alfonso XIII, el reinado de nuestro admirado Felipe VI podría volver a ser una terrible reedición del fracasado reinado de su bisabuelo. Por una parte, el indesmayable independentismo catalán transgrediendo continuamente la legalidad y desafiando el ordenamiento jurídico, conmoviendo las instituciones y descoyuntando la paciencia de los españoles; por otra, la amenaza de la crisis económica que se nos echa encima como un tsunami; por otra, la extrema izquierda comenzando ya a dar signos de violencia, y, por la otra, algún sector militar retirado queriendo arreglar estos problemas gravísimos que nos aquejan con otro mucho más grave e inquietante, que al final nunca resuelve nada de modo definitivo. La libertad sólo se defiende con el ejercicio de la libertad. La democracia sólo se defiende con la profundización en la democracia, y la tiranía sólo se combate con la desobediencia fundamentada en la ley.

Respetar al Gobierno actual no sólo es, por mucho que nos pese, una obligación democrática, sino que además tal obligación no nos exige para nada entrar en una conchabanza general, sino que, por el contrario, debemos denunciar cada paso erróneo que dé contra la libertad, la ley, el bien del pueblo y la Nación, y usando todos los recursos de combate que nos dé el Estado de derecho. Grande es la panoplia de posibilidades que nos da la Constitución para combatir este Gobierno con apetencias y tics dictatoriales. Los sistemas políticos sólo mejoran desde dentro de ellos mismos, con las actividades políticas y el espíritu que le son propios. No se trata de que PP, Vox y Ciudadanos hagan una oposición moderada, sino radicalmente legal y constitucional. Otra cosa es que los jugadores no respeten las reglas de juego; en ese caso el juego está muerto y es urgente entonces ‘inventar’ otro juego.

El Parlamento no es un artilugio del que haya que desprenderse jamás, como quería el general Miguel Primo de Rivera, sino la casa que representa a la Nación entera, y todos los deseos y angustias nacionales deben conquistarse y resolverse allí; éste es la institución soberana que expresa la verdadera voluntad nacional siempre que no haya fraude electoral. Felipe VI ni la Monarquía pueden apartarse jamás de todos los ciudadanos monárquicos constitucionales.

El general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella, hombre bueno donde los haya, queriendo salvar el reinado de Alfonso XIII, lo que hizo fue con su error acelerar su caída. La intervención militar, al tener una condición interina y operar con reglas distintas a las del poder civil, deja siempre al final las cosas en el mismo punto en que estaban empantanadas, con lo cual no arregla nada, no soluciona nada, acaba casi siempre quebrantando el propio régimen que defendía, y sus aciertos y beneficios objetivos no son reconocidos jamás al haber roto las reglas sagradas del juego político. Y los propios partidos políticos que las autoridades de las dictaduras auspician para integrar a las masas, como aquél de la Unión Patriótica, al organizarse desde el Poder y por el Poder, nacen condenados a la infecundidad por falta de la savia que sólo pueden dar las calles en libertad. Los gobernantes que piensan que se debe pilotar al pueblo sólo con los lemas de Orden, Trabajo y Economía, fundamentos sin duda de la felicidad material y el bienestar, olvidan que el pueblo casi siempre necesita más el vino de la libertad que el pan.

Por otro lado, la situación de este reinado no es tan extrema como la de aquél, en que presidentes del gobierno como Canalejas y Dato son barridos en atentados por la ultraizquierda -bien es verdad que Aznar y Juan Carlos I salieron con vida sólo por la moderna tecnología de la seguridad del Estado-, lo mismo que gobernadores civiles, como el de Vizcaya, o arzobispos, como el de Zaragoza, ni los líderes socialistas actuales amenazan en el mismo Parlamento con atentados personales a sus adversarios políticos, como sí hacía Pablo Iglesias con Maura y Canalejas, ni tenemos tampoco excoroneles como Maciá y Riccioti Garibaldi que preparan una invasión de Cataluña desde Francia. Yo diría que hoy el principal problema es la acción desaprensiva de muchos partidos políticos, que contribuyen a convertir en feria de apetitos vergonzosos el ejercicio de la función de gobierno.

Al actual Gobierno frentepopulista, y de una desaprensiva desfachatez olímpica, el pueblo y su democracia le enseñarán en las próximas elecciones el muy difícil arte del ‘coleo’, una faena de toros, cuya dificultad no está en sujetar al toro, sino en soltarlo. Al final Sánchez agradecerá aprenderlo, pues en España los expresidentes siempre han sido tratados muy bien, si la salud, de cuya fragilidad nadie está a salvo, lo permite.

Una fe monárquica medular no está reñida con un afán profundo de renovación y mejora de los viejos usos partidistas. Porque ya no se trata de que la Corona tenga como misión mantener el tinglado de los voraces partidos políticos, que tanto deben mejorar abriéndose a la sociedad, sino que su misión histórica hoy se traduce a su compromiso y defensa en profundizar las libertades públicas y el bienestar del pueblo español. Y por lo que respecta a nuestros partidos, sus cúpulas deberían entender que en una democracia avanzada deberían definirse por cuatro notas de sentido negativo: antidogmáticos, antiburocráticos, antidemagógicos y antirrepresivos.

Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor y traductor.

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