No retrasar las reformas

Los distintos partidos políticos están tratando de buscar Gobiernos con una mayoría estable. Por estable se entiende no sólo una mayoría que permita la investidura de un presidente sino, además, que permita que el Gobierno no tenga ningún problema para aprobar sus políticas a lo largo de la legislatura.

Pero sucede que muchos de los problemas que tenemos en España vienen de que los Gobiernos han convertido esas mayorías estables en mayorías rodillo. La experiencia hasta la fecha ha sido que esos Gobiernos fuertes han podido aprobar sus políticas ignorando absolutamente al Parlamento hasta las siguientes elecciones. Y en una etapa en la que hay que cambiar bastantes reglas del juego puede ser incluso positivo que el Gobierno sea minoritario y esté obligado a contar con los apoyos de unos u otros para sacar adelante las políticas.

Si se consigue que, además de minoritario, sea un Gobierno de centro, tendríamos casi el Gobierno ideal para que luego, entre todos, se aprueben las reformas necesarias. Por ser minoritario no podrá imponerse sin contar con los demás y por ser de centro sería el mejor situado para entender las posiciones de los extremos. Esta centralidad explica la paradoja de que los mismos partidos extremos que han votado en contra de la investidura de un candidato del PSOE, declaran que les gustaría estar en un Gobierno con el PSOE.

No retrasar las reformasComprobadas las dificultades de conseguir un Gobierno estable, la cuestión que realmente se plantea ahora no es la de elegir entre un Gobierno más fuerte o más débil, sino entre buscar una mayoría estable mientras no se tiene Gobierno —como ahora— o buscarla mientras se tiene un Gobierno minoritario. La ventaja de tener cuanto antes un Gobierno, aunque sea minoritario, es que el Parlamento podría empezar ya a analizar, estudiar y debatir numerosas reformas que se consideran necesarias por todos. Y podría —y debería— empezar con una de las más importantes: la de convertir el Parlamento —y no tanto el Gobierno, como hasta ahora— en la columna vertebral de nuestra democracia.

La reforma del Parlamento, tanto la del procedimiento legislativo como la de dotarle de medios de apoyo y estudio similares a los que disponen los Parlamentos del norte de Europa, no solo es esencial para aprobar las denominadas políticas de “regeneración democrática” sino también para aprobar políticas de reducción del desempleo, planificación de infraestructuras, educación, etcétera, parecidas a las de esos países. Solo un Parlamento fuerte que cuente en sus trabajos con el conocimiento experto y con todas las sensibilidades políticas del país, puede dar estabilidad y seguridad a nuestro sistema jurídico.

Es verdad que, como hacen otros países, exigir análisis, estudios y debates de las políticas antes de aprobarlas retrasará su adopción, pero mejorará la calidad y estabilidad de las mismas. Ciertamente, al introducir sosiego en la elaboración de las normas, se impedirá que los Gobiernos impongan su visión parcial con la rapidez del rodillo, pero esta lentitud no es necesariamente negativa sino que, por el contrario, reduce la proliferación de normas y la volatilidad de las mismas.

Por ello, si tuviéramos ya un Gobierno, aunque fuera minoritario, el conjunto de las fuerzas políticas podrían aprobar pronto el refuerzo de los servicios de apoyo y estudio del Parlamento y la obligación de analizar los distintos efectos de las políticas, de conocer las experiencias extranjeras, recabar la visión de los expertos, etcétera. En definitiva, se podría contar con un Parlamento que, a diferencia del que hemos conocido hasta ahora, no pase directamente —sin análisis, sin estudio y sin debate— a votar las propuestas del Gobierno, y ello mejorará la calidad de las políticas y las normas cuyo deterioro ha llegado en España a extremos absolutamente inaceptables en cualquier país desarrollado.

La propuesta de reformas que han planteado los partidos del centro es más que suficiente para que, una vez que se ponga en marcha el proceso de elaboración de políticas, el resto de las fuerzas políticas del Parlamento puedan incorporar sus aportaciones a un proceso de regeneración y reforma que nadie discute. Un Gobierno minoritario puede servir para guiar las reformas aunque no pueda aprobarlas si no consigue el respaldo de la mayoría del Parlamento. Esto puede ser muy positivo, pues obliga a conseguir un consenso amplio en torno a las reformas.

Como hemos visto, la Constitución permite que los partidos extremos, aunque no consigan una mayoría estable/rodillo (en la que estén ellos y no el contrario, ¡por supuesto!), tengan la posibilidad de impedir la constitución de un Gobierno minoritario y de forzar la convocatoria de nuevas elecciones. Pero aunque la Constitución lo permite, no obliga a bloquear la formación de Gobiernos minoritarios, pues bastaría con que uno de esos dos partidos se abstuviera para que pudieran gobernar quienes propongan un Gobierno que, aún siendo minoritario, reúna el mayor respaldo de la Cámara.

La otra ventaja de que, con un Gobierno minoritario, comiencen ya los trabajos de análisis, el estudio de experiencias extranjeras y el debate de las reformas, es que eso no impediría que, mientras tanto, se sigan buscando apoyos mayores y más estables durante la legislatura. Incluso si los dos partidos extremos quisieran provocar nuevas elecciones podrían hacerlo sin problema, como lo han hecho en la investidura: bastaría con que votaran los dos conjuntamente en contra de ese Gobierno minoritario en decisiones importantes.

Tan necesitados como estamos de reformas, y dado que los dos partidos extremos no perderían la posibilidad de seguir intentando formar sus mayorías ni tampoco la posibilidad de hundir al Gobierno minoritario, deberían dejar que el Parlamento se ponga a trabajar cuanto antes. Dejar que la legislatura arranque con un Gobierno minoritario es mejor que la alternativa: estar cuatro u ocho meses sin Gobierno y por tanto sin Parlamento. Porque las reformas no son algo que estén ahí preparadas y que lo único que necesiten sea esperar a ser votadas. Antes de votarlas requieren mucho trabajo de estudio y debate en el Parlamento y, si no se dedica tiempo a esto, serán, como ha sucedido con frecuencia en el pasado, deficientes. Por mucha mayoría estable que las haya apoyado.

Miguel A. Fernández Ordóñez fue gobernador del Banco de España y es autor del libro Economistas, políticos y otros animales.

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