¿No saben, no quieren o no pueden?

Año nuevo, política nueva en Europa? Seguramente, no. Lo más probable es que veamos más de lo mismo. Es decir, una política complaciente con la situación actual. Una política que, por un lado, hace sólo lo justo para evitar que la economía se hunda en una nueva recesión con deflación; pero, por otro, es incapaz de poner en marcha las reformas y políticas que serían necesarias para evitar el estancamiento prolongado, el elevado desempleo, el aumento de pobreza, el estancamiento de los salarios, el crecimiento de la deuda en términos reales o la caída de la inversión; en definitiva, incapaz de enfrentarse a la crisis económica, social y política larvada que existe en la Unión Europea.

En mi último artículo, “Recuperación, con pronóstico reservado”, señalaba que uno de los riesgos a los que se enfrenta la incipiente recuperación de la economía española en el año 2015 son los vientos gélidos que vienen de Europa. Vientos que son el resultado de esa política complaciente. Aun cuando algunos factores pueden ser positivos en el 2015, como la caída del precio del petróleo y la devaluación del euro respecto del dólar, serán insuficientes por si solos para revertir la dirección de ese mal viento europeo.

¿No saben, no quieren o no pueden?¿Por qué no se hace más para salir de esta situación? ¿Cuál es el problema? ¿No se sabe, no se quiere, no se puede? Veamos.

Sobre lo que hay que hacer, hay bastante consenso entre los economistas y analistas y también entre algunos responsables de políticas. Probablemente quien mejor lo expresó fue el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, en su intervención el verano pasado en la reunión de banqueros centrales en Jackson Hole, Wyoming: una política fiscal comprometida con el equilibrio presupuestario, pero con margen a corto plazo para impulsar la demanda y la inversión pública; una política monetaria más laxa, llegando a la compra directa de activos públicos y privados; y reformas estructurales para mejorar la flexibilidad, la bajada de costes y precios y la productividad a medio plazo.

Es decir, un cóctel de terapias. Como hacen los médicos contra ciertas enfermedades que se resisten a los tratamientos convencionales, necesitamos un cóctel que mezcle las medicinas de Keynes, Friedman y Hayek. Nunca sabremos cuál de esos principios activos fue el más eficaz, pero, a cambio, aumentaremos las probabilidades de curación.

Si se sabe lo que hay que hacer, ¿por qué no se hace? Como ocurre en otros ámbitos de la vida, el conocimiento por si sólo no es una condición suficiente para cambiar las políticas fuertemente arraigadas, como la austeridad, que son eficaces para crisis normales, pero ineficaces para situaciones excepcionales como las que estamos viviendo. El peso de la ideas convencionales es muy fuerte, como nos enseñó Keynes al decir que “son las ideas, más que los intereses, las que son peligrosas para mal y para bien”.

Pero, más allá de la influencia que pueden tener esas ideas conservadoras en la resistencia al cambio, ¿tiene la zona euro los instrumentos que serían necesarios para enfrentarse a una crisis como la que estamos viviendo desde el 2008? No, no los tiene. No hay un banco central como Dios manda, sin cortapisas legales para poder salir al rescate de la economía y de los gobiernos. No hay una unión bancaria digna de ese nombre, que se haga cargo de las quiebras bancarias sin endosárselas a los contribuyentes. No hay una Hacienda europea capaz de embarcarse en un fuerte programa de inversión pública que inyecte demanda en la economía. Y no hay mecanismos de alivio de la deuda y de transferencias que eviten que se cronifique un nortesur dentro de la zona euro.

En estas circunstancias, ¿cuáles son las opciones que tienen los responsables de políticas de la eurozona? Tres. La primera es avanzar rápido hacia una unión política que se dote de esos instrumentos de acción. La segunda es caer en la trampa de la complacencia y aceptar el estancamiento prolongado y convivir, mal que bien, con la crisis social y política. La tercera es una ruptura de la zona euro, algo que es posible si se opta por la segunda opción.

¿Qué podría hacer que la opción fuese la primera? El miedo, dado que, como acabo de decir, las viejas ideas son resistentes al cambio.

El miedo a la ruptura del euro en el 2012 llevó a las autoridades europeas y nacionales a dar pasos hacia la unión y al Banco Central Europeo a comprometerse con el mantenimiento del euro. Ahora el miedo a las consecuencias de un estancamiento prolongado o a la insurgencia de los votantes podría crear nuevas presiones para el cambio. En este sentido, el comportamiento de la economía española y el resultado de las elecciones municipales, autonómicas y generales en el 2015 podrían servir como test europeo para optar o por la complacencia o por el cambio.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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