No se arrugue, señor Borrell

Son las cinco de la mañana y me he despertado de una pesadilla provocada por la negociación del Brexit, en el tema de Gibraltar. Y no me duelen prendas si les digo que he soñado con Josep Borrell, lo cual reconozco puede ser una rareza onírica, pero convendrán que se pueden soñar cosas peores.

Mi desvelo quizá se haya visto influenciado por el artículo de antes de ayer de José María Carrascal y su admirable prédica acerca de nuestros éxitos diplomáticos en la ONU -en la resolución de 19 de diciembre de 1969- en la que «se invitaba a los gobiernos de España y de Reino Unido a reanudar sin demora la negociación para poner fin a la situación colonial de Gibraltar», y nuestra indolencia posterior a la hora de implementarlos, bien por miedo a que se abriera la cuestión de Ceuta y Melilla (nunca fueron marroquíes), o preocupados por las circunstancias de los trece mil españoles que trabajan allí, preocupación alentada falsamente por el Reino Unido.

En ese sueño me encontraba a nuestro ministro de Asuntos Exteriores por la calle y, de forma espontánea, le decía: «Por favor, Sr. Borrell no se achante en el tema de Gibraltar». Cuando Borrell parecía dispuesto a contestarme, me desperté. Bueno, en cualquier caso quizá haya sido mejor así, porque de este modo puedo seguir hablando.

No se arrugue, señor BorrellVaya por delante que no conozco al Sr. Borrell, pero que tengo una buena opinión de él. Por un lado, tenemos un amigo común que cuando fue elegido ministro de Exteriores me lo definió con nitidez, algo que intuía por su fantástico currículo, y por su valiente defensa en Barcelona de la unidad de España. Por otro lado, la única vez que he visto a Borrell en persona fue hará veinte años, en que apareció solo en el recóndito monasterio de Valvanera en La Rioja, mientras los monjes cantaban gregoriano, interesado en escuchar. Experiencia parecida me relataba, hace poco, un empresario diciéndome que le había llevado en su barco por la ría de Vigo y que le había sorprendido por su infinita curiosidad.

Tenemos pues una idea de la categoría intelectual del personaje que estos días, y en nuestra representación, va a recordar en Bruselas lo conseguido por Rajoy de que «no puede haber acuerdo entre el Reino Unido y la Unión Europea sin el consentimiento de España», lo cual no deja de ser una cosoberanía de facto; éxito diplomático que atacó Bossano, ministro gibraltareño, el 19 de mayo del 2017 en la ONU, equiparando a Rajoy con Franco; tema en el que no voy a perder un segundo, pues quien tiene ahora en la puerta, llamando al timbre, es un socialista. Ahora bien, si en algo Rajoy y Borrell creo que coincidirían es en que: digan los gibraltareños lo que quieran, saldrán de la Unión Europea tan pronto como lo haga el Reino Unido.

La verdad es que para las personas de a pie, la negociación de nuestros intereses en Gibraltar, hasta ahora, ha resultado opaca y los medios la han criticado. Sin embargo, es evidente que negociaciones de este nivel exigen discreción. El problema de los medios no es que no se fiasen de Borrell, sino que no confiaban en Sánchez. No obstante, si una baza le haría popular al presidente -más que ninguna otra que haya intentado- incluso entre los votantes de Vox, sería un éxito en estas negociaciones.

El 13 de septiembre del 2013 escribí la Tercera «A por todas en el Peñón», perdón por la autocita, en la que ABC resaltaba de ella: «Plantearse recuperar el Peñón, más que un gesto de patriotismo, es un deber de buena administración para cualquiera de nuestros gobiernos», pero también decía que los gibraltareños no se fiaban de los ingleses (algo que nunca reconocían), pues sabían que podrían abandonar la Unión Europea después de 2015 y que ellos estarían al albur de las negociaciones. La razón de esa desconfianza la basaba en que los honkoneses (siete millones y no treinta mil) deseaban seguir siendo británicos y fue notorio que al abandonarlos no les concedieron ni el pasaporte; por no hablar del comportamiento con los dos mil habitantes de la Isla de Diego García, que como los americanos no los querían, fueron deportados a Isla Mauricio con el estatus de apátridas. Pues bien, que quede claro a los gibraltareños, España nunca los abandonará, porque no puede irse.

Se me dirá y con razón que en ambas ocasiones los británicos retrocedieron ante China y Estados Unidos, lo que no es nuestro caso, y que además nosotros tenemos una balanza comercial con el Reino Unido favorable que representa cerca de 20.000 millones de euros y alrededor del 8% de nuestras exportaciones, amén de que son nuestros turistas más entusiastas. Razones de peso, todas ellas, para una buena «llevanza». Pero, créanme que si nuestra relación se va a ver alterada, tendrá más que ver con los aspectos macro de su salida de la Unión Europea, que con nuestro pequeño contencioso. Cierto que las circunstancias aludidas pesan, pero que influirán también en los ingleses (negocios y trabajadores son inseparables, máxime en un lugar tan poco accesible). Y que lo mismo que ellos después de considerar esos factores, irán a lo suyo, como hicieron siempre, ¿alguien lo duda?, nosotros hemos de hacer lo propio.

Hace años pregunté a un empresario británico que por qué históricamente nos habíamos peleado tanto entre nosotros, y me contestó que porque ambos pertenecimos a culturas acostumbradas a imponer nuestra voluntad. Ahora bien, todo eso se acabó. La Inglaterra de Utrecht o del Imperio ya es historia. Se inicia otro tiempo: nosotros somos Europa y ellos no. Como el Tartufo, tenemos la sartén por el mango y el mango también. Aprovéchelo Sr. Borrell, Blas de Lezo y Rafael Nadal, genuinos representantes de la victoria por el aguante, nos susurran que es posible, y en estas negociaciones aguantar («tener culo de hierro en la silla») is the name of the game. La prisa la tiene la señora May. No se arrugue, es el momento de su vida. Utilice el «no es no». A Europa no le interesa una bandera pirata en su territorio ni que le invadan aguas jurisdiccionales. Esta no es una emoción futbolera de «furia española», lo es de carácter; de saber que la razón nos asiste y de que, a la hora de la verdad, a los españoles nunca nos asustó una pelea que mereciera la pena.

José Félix Pérez-Orive Carceller es abogado.

1 comentario


  1. Ni un paso atrás de nuestros derechos confirmados. Gibraltar es España. Operar con valentía en la recuperación de esa colonia inglesa, ya

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