No solo se trata de Junot Díaz

 El escritor Junot Díaz en la Quinta Gala Anual del Centro Norman Mailer en 2013 Credit Michael Loccisano/Getty Images para el Centro Norman Mailer
El escritor Junot Díaz en la Quinta Gala Anual del Centro Norman Mailer en 2013 Credit Michael Loccisano/Getty Images para el Centro Norman Mailer

Para quienes hemos luchado durante décadas en contra de la opresión, la manipulación emocional y las vejaciones en contra de las mujeres, así como contra los asesinatos, las representaciones equivocadas y el encarcelamiento injusto de las personas afroestadounidenses, el caso del autor dominicano-estadounidense Junot Díaz es particularmente complicado.

Hace poco firmé, junto con un grupo de académicas y escritoras latinas, una carta abierta que critica el escarnio público a Díaz, a partir de que se dieron a conocer acusaciones en su contra respecto a actitudes sexistas y comportamiento sexual inadecuado.

En la carta, aclaramos que de ninguna manera desestimamos estas acusaciones (que incluyen haber besado por la fuerza a la escritora Zinzi Clemmons y haber agredido verbalmente a otra mujer) ni los graves efectos secundarios del tipo de conducta del que han acusado a Díaz. Lo que sí nos parece objetable es lo que en la carta llamamos “una campaña de acoso mediático en estado avanzado” que surgió a partir de las acusaciones, en las que el escritor ha sido tildado de “persona extraña, depredador sexual, misógino violento, abusador y agresor”.

Aunque hasta ahora el episodio se ha centrado en Díaz, también creo que plantea de modo contundente un problema aun mayor: que tenemos la responsabilidad de pensar en el futuro, específicamente, en uno en el que los sexistas arrepentidos puedan tener cabida.

Algunas personas podrían desestimar la carta y los puntos de vista expresados en ella con la justificación de que sus autoras son bastante afines a Díaz como amigas, escritoras latinas o como dominicanas. En realidad, los escritores y teóricos literarios latinos jamás han llegado a un consenso respecto a cómo interpretar el enfoque temático del sexismo en su ficción. Aun así, algunos siguen considerando nuestras palabras como un mero intento de protegernos entre nosotros.

¿Que si me identifico con Díaz? Por supuesto. Lo que le sucedió a los 8 años (fue violado y hace poco escribió al respecto en The New Yorker) a mí me sucedió a los 9. Tardé décadas en hablar de eso, al igual que él. Conozco muy bien los efectos secundarios del abuso sexual infantil y las preguntas apremiantes que nos persiguen durante tanto tiempo debido a que éramos demasiado pequeños para comprender lo que nos sucedió. Su historia me destrozó.

No obstante, rechazo la afirmación de que esto invalida la opinión que tengo de él o mi capacidad de ofrecer un análisis de este debate. No podemos tomar la experiencia personal (en ninguna de sus formas) como una razón inmediata para cuestionar la credibilidad sin caer en volver a silenciar a las víctimas. Necesitamos saber de más víctimas, no de menos. También debemos tener en Estados Unidos más discusiones sobre estos temas entre latinos y otros grupos oprimidos que entienden a la perfección los múltiples asuntos involucrados y saben exactamente lo que está en riesgo.

Mi identificación con Díaz va de la mano con mi reconocimiento del testimonio de otras escritoras que han detallado su conducta salvaje, su manipulación emocional y sus tonterías machistas, en especial con el testimonio de la poetisa Shreerekha, cuyo hermoso y doloroso ensayo acerca de su larga relación con Díaz también me desgarró. ¡Sí, las mujeres a las que se refiere como “sucias” están alzando la voz y hablando por sí mismas!

Las manipulaciones que describe Shreerekha podrían tener poca relación con el abuso de Díaz; lo que su texto demuestra es la manera en que un hombre puede usar su designación como genio literario para intentar dominar a mujeres vulnerables y la manera en que algunos varones negros utilizan la solidaridad racial como herramienta para coaccionar políticamente a estas mujeres a que guarden silencio. ¿Cómo puede ser que desarmar a las mujeres negras contribuya con la lucha en contra del racismo?

El movimiento #MeToo (Yo también) ha desencadenado fuertes debates, en especial entre las mujeres de raza negra respecto a estos temas que se entrecruzan.

Es evidente que debemos ir más allá del sencillo blanco y negro. La carta que firmé hace un llamado a que pensemos en el importante asunto de cómo exigir responsabilidad individual por parte de los agresores, al mismo tiempo que nos mantenemos atentos a nuestra responsabilidad colectiva e institucional para desarrollar una crítica de las convenciones de la conducta sexual que generan un abuso sexual sistémico.

Aunque no se puede absolver a los individuos de su responsabilidad al culpar a las condiciones estructurales, estas condiciones sí generan oportunidades, excusas e, incluso, capacitación en los métodos de dominación; eso debe cambiar radicalmente.

Esta discusión no solo se trata de Junot Díaz y las mujeres a quienes ha maltratado, sino también del #MeToo en su conjunto:cómo se articulan sus objetivos, cómo construye un nuevo imaginario de liberación tanto social como sexual. Y como han dicho otros, este imaginario debe incluir un futuro en el que podamos convertirnos en una mejor comunidad que hable abiertamente, que escuche y aprenda entre sí, aun cuando esto implique un dolor que se presenta sin previo aviso.

La filósofa feminista María Lugones ha cuestionado en su obra cómo nuestro enojo puede ser retrospectivo y a la vez mirar hacia adelante, no solo corrigiendo los errores del pasado, sino atendiendo nuestra visión del futuro. Su obra es una clase magistral acerca de los conflictos que involucran lo que llama “diferencias no dominantes” (conflictos entre los oprimidos) y se declara firmemente en contra de hacer a un lado algunas formas de opresión en favor de otras. Pero deja claro que no se trata de una tarea sencilla; cada comunidad tiene múltiples formas de opresión. Esto puede generar lo que ella llama “barreras a través del juicio” que distorsionan cómo percibimos al otro y deterioran nuestra capacidad de comprensión.

La conducta sexista, ya sea moderada o severa, jamás puede aceptarse ni disculparse. En la actualidad, nadie puede alegar ignorancia. El sexismo en todas sus formas debilita los movimientos liberadores, fractura la solidaridad y exacerba la opresión de quienes ya están oprimidos. Incluso las ofensas verbales, como los comentarios sexistas, pueden incitar a la vergüenza, la humillación y los sentimientos de falta de mérito y, en algunos casos, episodios de estrés postraumático, pesadillas y autolesiones.

No obstante, en ocasiones la conducta sexista es ejecutada por individuos que contribuyen de manera importante al movimiento, e incluso contribuyen en la lucha en contra de la opresión de las mujeres. La conducta sexista reiterada y que no demuestra arrepentimiento garantiza la condena y la exclusión. Pero los sexistas que se arrepienten merecen una respuesta distinta. Díaz ha afirmado públicamente que acepta la responsabilidad por su conducta. Por supuesto, siempre está el asunto de la sinceridad, pero esto se juzga mejor a partir de las acciones a largo plazo.

También necesitamos revaluar la forma en que dotamos de credibilidad a la parte acusadora. Una total aceptación de todas las acusaciones sencillamente evita la difícil labor de transformar nuestra forma de juzgar. Yo afirmo que todas las acusaciones deben tomarse con seriedad y ser investigadas, pero esa es una forma de dotar a la parte acusadora de presunta credibilidad, no de creer ciegamente en todas las acusaciones sin cuestionamiento alguno.

Como sobreviviente, conozco a cabalidad todo lo que está en juego. La probabilidad de que no nos crean es lo que nos hace guardar un silencio agonizante durante décadas, sin poder recibir ayuda o apoyo. Y es por eso que debemos revaluar la manera en que los jueces, los diarios, las amistades y, sobre todo, el internet juzgan la credibilidad.

Las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales son mecanismos imperfectos para establecer la verdad o fomentar el entendimiento. Debemos crear métodos alternativos de interacción con los sexistas arrepentidos e imaginar roles productivos para ellos, al igual que los exintegrantes de pandillas pueden educar a los jóvenes en su comunidad en cuanto al tema de la violencia de pandillas.

¿Podemos lograr que las personas acepten su responsabilidad al mismo tiempo que reconocemos su propia victimización? ¿Podemos ser conscientes de las múltiples formas de opresión en nuestro análisis? ¿Podemos exigir un análisis más estructural y sistémico sin reducir la responsabilidad individual? ¿Podemos respetar la ira que percibimos y planear un futuro distinto? Creo que debemos hacerlo.

Linda Martín Alcoff es profesora de Filosofía en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, Hunter College, y es la autora de Rape and Resistance.

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