Jalid Jawaya, ex miembro de los servicios de Inteligencia paquistaníes, colaboró en 1993 en un acuerdo de paz entre las facciones beligerantes en Afganistán (EL MUNDO, 27/08/05)
Soy un musulmán practicante y con barba. Un paquistaní que sirvió en el Servicio de Inteligencia y en la aviación de mi país y que, hace mucho tiempo, estuve muy cercano a Osama bin Laden, en la época en la que luchábamos juntos para expulsar a los soviéticos de Afganistán. Soy uno de los que estereotipadamente ustedes, en Occidente, definirían como un terrorista, un extremista o un islamista radical. Pero no acepto ninguna de esas etiquetas.Yo soy un puente: una voz de racionalidad musulmana en un coro cacofónico de voces llenas de resentimiento, algunas de las cuales corrompen irreparablemente el mensaje de una gran religión y que ahora deben ser frenadas por gente como yo, para garantizar que todos sobrevivamos al flagelo del radicalismo.
Las explosiones coordinadas de Londres fueron acciones de reaccionarios inteligentes que, asesinando a civiles inocentes, no pueden en ningún caso ser llamados musulmanes. El asesinato de personas de una forma tan insensata no tiene cabida en el mundo civil.Hoy está clarísimo para los musulmanes que trabajan por promover el islam -una religión basada en la paz y en la reconciliación- que las cosas se nos están escapando de la mano. Tenemos que movernos con decisión para corregir drásticamente el rumbo.
Los atentados en Gran Bretaña, y el año pasado en España, demuestran que la franja reaccionaria del islam no busca ya un castigo para las injusticias, reales o percibidas, en Palestina, en Cachemira, en Irak o en Afganistán. Parece haber optado simplemente por la violencia para difundir el odio y sembrar el caos. Todo esto no es islámico. Todo esto es imperdonable y no será ya tolerado por la amplia mayoría de los musulmanes que aman la paz. Y quizás más imperdonable todavía es que nosotros -padres y abuelos musulmanes de la actual generación de hijos llenos de resentimiento- hayamos hecho poco para ofrecerles un camino de vida alternativo a las misiones suicidas. Acusar a Occidente de nuestros males no nos libera de la búsqueda de soluciones a los problemas que nuestros hijos intentan resolver con la violencia. Es demasiado tarde para que hagamos un cambio de ruta en solitario. Tenemos que implicarnos en el espacio creciente que separa a las mentes racionales de Occidente de las del mundo musulmán.
En primer lugar, tenemos que contribuir a una educación mejor para nuestros hijos llenos de resentimiento hacia el mundo islámico.La educación es la única auténtica solución a largo plazo para erradicar el extremismo. Occidente ha presentado magistralmente a nuestras madrasas como lugares de exportación del terror y del fanatismo, cuando en realidad estas escuelas son la única red de seguridad social que un país como Pakistán puede ofrecer a los más pobres. Si por una parte el objetivo principal de estas escuelas -formar a los estudiosos de la religión- debe permanecer intacto, por otra tenemos que reconocer la necesidad de ampliar sus programas a las Matemáticas, a las Ciencias, a la Informática y a otras lenguas...
En segundo lugar, tenemos que crear una plataforma en la que hombres y mujeres de buena voluntad de ambas partes puedan contrastar el resentimiento de las franjas reaccionarias islámicas. Si, por ejemplo, tuviésemos la oportunidad de llevar a Gran Bretaña a un grupo de musulmanes barbudos, incluso con la etiqueta de «terroristas», y reunirlos con dirigentes de la policía, de los Servicios Secretos y de los políticos, se alcanzaría una comprensión mucho mayor de quiénes somos nosotros -los radicales de los que tienen ustedes miedo- y de cómo podemos contribuir a la erradicación de las células que operan entre ustedes.
De forma análoga, si Gran Bretaña y América mandasen a sus funcionarios a encontrarse con nosotros en Pakistán y en un Afganistán sin vínculos políticos, se darían cuenta de la importancia que tienen las madrasas para el tejido social de esos países y cómo pueden mejorarse. ¿Por qué perpetuar la desconfianza cuando la apertura de canales entre ambas partes podría evitar la pérdida de tantas vidas humanas? Por último, tenemos que encontrar caminos de apoyo recíproco, para poner en común datos de los servicios secretos por encima del «interés nacional» y de la competencia entre los diversos servicios de Inteligencia.
No tengan miedo de nosotros. No somos sus enemigos. Nuestros enemigos comunes son el miedo y la desconfianza hacia las formas de vida, los sistemas de convicciones religiosas recíprocas y los profundos sentimientos de injusticia incubados en nuestro interior. Nosotros no hemos conseguido proponer un camino para nuestros hijos. Ustedes no han conseguido entender nuestro dilema ni la forma de ayudarnos a corregir la ruta desde el interior.Ha llegado el momento de resolver este peligroso dilema. Nosotros estamos dispuestos y somos capaces de hacerlo. ¿Y ustedes?