No temamos a los euroescépticos

A medida que se acercan las elecciones al Parlamento Europeo, la mayoría de las encuestas de opinión pronostican una fuerte presencia de los partidos que se declaran euroescépticos en diversos grados. Pero, su probable éxito representa una reacción nada sorprendente en contra la reciente integración europea, en lugar de una oposición a lo que es la propia Unión Europea.

Al fin y al cabo, los partidos euroescépticos o “euro-hostiles” no son nada nuevo. También tuvieron una gran presencia en el primer Parlamento Europeo elegido mediante sufragio directo en el año 1979, cuando se conocía a la UE por el nombre de Comunidad Económica Europea (CEE), o como el “Mercado Común”, y estaba formada por sólo nueve Estados miembros.

Además de ser mucho más pequeña que la actual Unión Europea de 28 miembros, la CEE hizo mucho menos. Incluso llamarla un mercado común ahora parece una exageración, porque los Estados miembros sólo acordaron una unión aduanera con un arancel externo común y una política de comercio exterior común. Dentro de la CEE, todavía había controles de aduanas sobre mercancías y control de pasaportes; y, muchos Estados miembros prohibieron las exportaciones de capital.

La CEE da testimonio de los avances que ha logrado la integración europea desde aquel entonces, ya que una de las opciones para un Reino Unido posterior al Brexit es permanecer en la unión aduanera de la UE. Hace cincuenta años, ello habría sido equivalente a una membresía plena.

En 1979, los partidos euroescépticos más fuertes provenían de la izquierda. Se opusieron al Mercado Común porque no les gustaban las fuerzas del mercado en general. Más específicamente, creían que una mayor integración europea favorecería a los capitalistas, ya que reduciría las barreras comerciales que habían sido erigidas para proteger a los trabajadores.

En retrospectiva, la oposición de la izquierda al Mercado Común parece prematura, dado que el comercio de los Estados miembros, aunque estaba en aumento, representaba en aquel momento una proporción mucho menor del ingreso nacional. En ese momento, la relación entre exportaciones y PIB era inferior al 20% para la mayoría de los miembros más grandes de la CEE, en comparación con casi el 50% en la actualidad. Sin embargo, la tendencia hacia una mayor integración económica ya se visualizaba con claridad; y, los comunistas y socialistas de línea dura de Europa occidental se oponían fundamentalmente a dicha integración.

La escalada actual de los partidos euroescépticos, entre tanto, llega en un momento en la UE es más popular que nunca, según las encuestas de opinión. Esto ocurre principalmente porque los flujos de solicitantes de asilo han sido puestos bajo control, y debido a que a la economía de Europa le va mejor de lo que le ha ido desde hace mucho tiempo, situándose el desempleo en el nivel más bajo de este siglo. Como resultado, incluso los políticos más euroescépticos han dado marcha atrás en cuanto a su oposición a “Bruselas”. Y, en Suecia, Francia e Italia, los principales partidos euroescépticos han dejado de lado sus demandas respecto a abandonar el euro o la Unión Europea.

Por lo tanto, no deberíamos considerar que la fortaleza actual de los partidos euroescépticos refleja una insatisfacción generalizada con lo que está haciendo la UE o con la situación de la economía europea. En vez, representa una reacción contra el reciente ritmo al que avanza la integración europea. Las diversas crisis de Europa durante la última década han provocado una enorme expansión de los poderes de la UE, y habría sido sorprendente si los políticos nacionales no presentaran sus objeciones frente a una transferencia tan grande de soberanía.

De manera similar, Estados Unidos es el resultado de un largo proceso de integración, caracterizado por un constante debate sobre el alcance de los derechos de los Estados y la jurisdicción del gobierno federal. La Reserva Federal de Estados Unidos, por ejemplo, fue establecida solamente tras más de un siglo de frecuentes crisis bancarias.

Las fuerzas políticas que cuestionan la velocidad actual a la que avanza la integración europea son parte de un proceso democrático saludable. De hecho, incluso se podría argumentar que los partidos euroescépticos son más honestos que sus contrapartes de la corriente tradicional. Al fin de cuentas, a pesar de su retórica a favor de Europea, una vez que dichos partidos de la corriente tradicional llegan al poder a nivel nacional, también son extremadamente reacios a transferir cualquier soberanía a las instituciones de la Unión Europea.

La verdadera prueba llegará después de las elecciones de este mes, cuando los partidos euroescépticos tendrán que articular una visión alternativa coherente de Europa y el papel de la UE dentro de ella. Tal visión es poco probable que surja. Los pasos clave en los últimos años hacia una mayor integración de la UE – incluidos el establecimiento del Mecanismo Europeo de Estabilidad para ayudar a los Estados miembros con dificultades financieras, la Unión Bancaria de la UE y la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas – fueron claramente necesarios, porque los esfuerzos nacionales en estas áreas no habían funcionado. De manera reveladora, incluso los partidos euroescépticos más acérrimos no piden la abolición de estas instituciones.

Los euroescépticos hacen afirmaciones vagas sobre que Europa no está funcionando, y que sólo ellos pueden defender los intereses de sus electorados nacionales. Sin embargo, en la práctica, ha sido imposible traducir el enunciado “primero es mi país” en una política coherente dentro del Parlamento Europeo – sobre todo porque la mayoría de lo que hace la UE beneficia a los Estados miembros. Además, a los partidos euroescépticos les resulta difícil forjar coaliciones. A los populistas del norte de Europa, por ejemplo, les gustaría detener toda asistencia a la periferia de la UE, mientras que sus contrapartes del sur de Europa creen que no reciben suficiente apoyo.

Parece que en la actualidad los europeos aman, a ambos, tanto a la Unión Europea como a los populistas. En lugar de lamentar este hecho, y mucho menos considerarlo como una amenaza, los ciudadanos pro-europeos deberían aprovechar esta oportunidad para iniciar un muy necesario debate sobre el futuro del continente.

Daniel Gros is Director of the Center for European Policy Studies. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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