No todo fue una fiesta

De “enfermo de Europa” en el 2010 a alumno aventajado de la recuperación europea en el 2014. De creer las previsiones que acaba de publicar la Unión Europea, esa sería una forma de describir la trayectoria de la economía española en los últimos cinco años. Con un crecimiento esperado del 2,3% en el 2015 y del 2,5% en el 2016, y una reducción del paro hasta el 22,2 en el 2016, España es ahora ejemplo en los foros económicos europeos e internacionales.

¿Es real un cambio tan drástico en tan poco tiempo? Posiblemente ni antes éramos tan malos, ni ahora somos tan buenos. Pero, en cualquier caso, estas nuevas previsiones mejoran nuestra autoestima. Y eso es bueno.

Hay dos errores ilustrativos en las previsiones anteriores. El primero, es el exceso de pesimismo en el 2013 e inicios del 2014. El segundo, es el error en las fuentes de la recuperación. Las anteriores previsiones se basaban en la idea de que lo que traería la recuperación serían las exportaciones. Pero, ha venido de la mano de la demanda interna; es decir, del consumo de las familias y de la inversión.

¿Cómo explicar estos errores y las expectativas más esperanzadoras? Hay cuatro explicaciones, que no son excluyentes:

Primera. El rebote de la economía española es, en parte, un efecto estadístico. Como la recesión fue muy intensa entre el 2008 y el 2013, la base de cálculo es muy baja y eso hace que ahora las tasas de crecimiento sean altas. Lo mismo ocurre en el caso de Grecia e Irlanda. De hecho, Grecia ha tenido en el 2014 una tasa de crecimiento mayor que la de España; y lo mismo ocurrirá en el 2015. Pero Grecia no está mejor que España. El rebote de estas economías es en parte un espejismo estadístico derivado del exceso de ajuste previo.

Segunda. El mayor crecimiento de lo esperado tiene que ver con no haber alcanzado el objetivo de reducción de déficit público acordado con la Unión Europea. Un ajuste fiscal más suave de lo previsto favoreció la recuperación del 2014. Y lo mismo sucederá en el 2015 y en el 2016. Este resultado confirma las críticas por parte de muchos economistas, entre los que me encuentro, al exceso de austeridad impuesto por la Unión Europea a partir del 2010. Tanto el ministro Cristóbal Montoro como las nuevas autoridades europeas están reconociendo este hecho. No hay porqué acusarles. Al que escapa de sus errores, puente de plata.

Tercera. El comportamiento mejor de lo previsto tiene que ver con la existencia de una productividad durmiente en la economía española que emerge ahora. Una parte del elevado endeudamiento del sector privado empresarial en los años de euforia crediticia fue para modernizar las empresas e internacionalizarlas. De hecho, la inversión empresarial en esos años fue mayor de la que estaba justificada por el beneficio de los años anteriores. Se aprovechó la euforia para modernizarse.

Esa modernización empresarial y la mejora de la productividad explican la revolución de las exportaciones que ha tenido lugar desde inicios de este siglo, tanto en la etapa en que los salarios crecían como cuando moderaron su crecimiento con la crisis. Esta revolución exportadora ha sido crucial para evitar una recesión más intensa en los últimos cuatro años. Y es una mejora que ha venido para quedarse.

Cuarta. El comportamiento mejor de lo esperado tiene que ver también con el clima social. Es casi un milagro que en medio de estos años de cólera económica y recortes de gastos públicos la sociedad no haya explotado. La capacidad sindical para acordar moderación salarial y mejoras de la productividad es excepcional. El ejemplo de la industria automovilística es paradigmático. Habría que extenderlo a otros sectores productivos.

No todo fue una fiesta en los años de euforia. Recuerdo una portada del influyente semanario The Economist en la que aparecía la frase “The party is over” (la fiesta se ha acabado) dedicada a España. Esta visión de la economía española está llena de mitos y tópicos: manirrotos, derrochadores, poco trabajadores, poco productivos, carentes de modelo de crecimiento, etcétera. No es cierta. Los datos objetivos cuentan otra historia. Pero hemos estado bajo lo que en alguna ocasión llamé el “síndrome de Berlín”. Es cierto que hubo excesos en la inversión en inmuebles y en la obra pública. Pero también un esfuerzo de modernización en la pequeña y mediana empresa que ahora rinde frutos.

¿Qué tendríamos que hacer para consolidar esas expectativas y mejorar las condiciones de vida y las oportunidades de las personas que se han visto afectadas por la crisis? En lo fundamental, lograr un acuerdo entre sector público, sector privado y sociedad para mejorar la productividad y fortalecer el modelo de crecimiento existente. Hasta ahora, las políticas han buscado favorecer la rentabilidad. Si logramos cambiar el foco hacia la productividad, todos ganaremos. De esto hablaremos en otra ocasión.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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