No todo ha sido un fracaso

En tiempos de desasosiego nacional, como el provocado por la lucha por la independencia en Cataluña –la crisis más grave en España desde el fallido golpe de Estado de 1981–, es fácil perder de vista los logros y caer en el desánimo al ser presa de la falsa creencia, propagada por los populistas de cualquier signo político, de que todo ha ido mal en el país.

En estas circunstancias, resulta alentador fijarse en los avances que han tenido lugar en el país en los últimos 40 años. Hay que decir que una parte de su progreso económico se debe a Cataluña, una dinámica región cuya población (el 16% del total de España) produce alrededor de una quinta parte del PIB del país, un cuarto del total de exportaciones, y que el año pasado recibió a 18 de los 75,3 millones de turistas.

Cuarenta años es un lapso de tiempo lo suficientemente largo –aunque arbitrario– para juzgar a cualquier país. Casi todos han experimentado avances significativos, pero algunos, como España, más que otros. Es más, el periodo incluye la profunda recesión que siguió al estallido de la enorme burbuja inmobiliaria en 2008. Hasta el segundo trimestre del presente año, España no había recuperado el nivel de su PIB anterior a la crisis en términos reales.

España es una democracia pluralista que ocupa uno de los puestos más altos en todos los baremos reconocidos –como el índice de democracia de 2016 del Economist Intelligence Unit, en el que se sitúa en la 17ª posición de 176 países–, por delante de Estados Unidos e Italia, por ejemplo.

La población ha crecido en unos 10 millones de habitantes hasta los 46,4 millones, de los cuales 4,5 pertenecen hoy a la categoría de inmigrantes. La afluencia de inmigrantes ha sido proporcionalmente mayor que en casi cualquier otro país de la Unión Europea.

Al mismo tiempo –lo cual lo honra–, el país no se ha sumado a Francia, Reino Unido y, últimamente, Alemania en cuanto a la aparición de un partido anti-inmigrantes de extrema derecha. Y ello a pesar de tener todos los ingredientes, como son una importante población extranjera y una tasa de desempleo todavía muy elevada (17%), aunque inferior al 27% de 2013.

En 1977, la esperanza media de vida era tan solo de 74 años. Hoy en día es de 82, lo cual demuestra lo mucho que han mejorado las condiciones de vida. Esta mejora incluye la creación, prácticamente desde cero, de un sistema de seguridad social universal.

La renta per cápita media en términos nominales ha aumentado de 1.657 euros a 25.028 euros, y la inflación ha descendido del 26,3% al 1,5%. La deuda pública, sin embargo, se ha disparado del 13% al 100% del PIB.

La exportación de bienes y servicios –un sector en el que las empresas catalanas han desempeñado un papel fundamental– ha crecido del 13% al 33% del PIB. En 1977, el flujo de la inversión bruta extranjera directa en el país era tan solo de 608 millones de dólares ese año, frente a los 26.700 millones del año pasado, una parte importante de los cuales, como era de esperar, fueron a parar a Cataluña.

También en 1977, menos del 4% de la población de más de 16 años tenía un título universitario. Hoy en día es el 28%. El mayor acceso a la educación –y no solo a la universidad–, en particular entre las mujeres, ha reducido la tasa de analfabetismo de los mayores de 65 años del 30 al 5,4%.

Las mujeres han logrado grandes avances desde su condición efectiva de ciudadanas de segunda clase en época de Franco. Por ejemplo, las casadas no podían viajar al extranjero sin el permiso de su marido. Actualmente hay muchas más mujeres que trabajan, y la tasa de actividad económica femenina casi se ha duplicado, hasta alcanzar el 53%.

En cambio, hay menos mujeres con hijos. La tasa de fertilidad, que ha caído del 2,65 al 1,3, es una de las más bajas de la Unión Europea y uno de los factores que explican el envejecimiento de la población, que está presionando los sistemas de salud pública y pensiones del Estado.

Desde todos los puntos de vista, España ha cambiado hasta volverse casi irreconocible. Yo, que he pasado más de la mitad de mis 66 años de vida viviendo y trabajando en el país, puedo dar fe de ello.

El nubarrón que empaña este paisaje es Cataluña. En su último pronóstico, el Banco de España advirtió de que las «tensiones políticas» en la región podían afectar a «la confianza de los agentes económicos y a sus decisiones de gasto y sus condiciones de financiación». Esperemos que la razón prevalezca en todas las partes.

William Chislett, investigador asociado del Real Instituto Elcano.

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