No volvamos a la España de los 50

EL asunto comenzó a principio del mes pasado con un artículo publicado en el diario ElPaís (1/06/2012) por tres miembros de Fedea en el que nos sorprendían con una propuesta insólita: nuestro país está tan mal en casi todo que «necesitamos urgentemente un nuevo gobierno, compuesto por políticos competentes y técnicos intachables con amplios conocimientos de su cartera». Por lo visto, el actual está compuesto por políticos incompetentes y técnicos de moralidad cuestionable que además carecen de conocimientos para ocupar sus carteras. ¡Demonios, eso es fuerte!

Pero no nos dejemos distraer por los epítetos. Lo relevante es que a su juicio necesitamos un nuevo gobierno construido… de aquella manera; y esto a los pocos meses de haber tomado posesión el actual con el respaldo de una mayoría absoluta. De modo que se trata de anular el resultado de una elección muy reciente y expresiva de la voluntad popular, y lo que es aún más insólito, nos preguntan: si no queremos eso, entonces ¿queremos volver a los años 50?

La respuesta es bien sencilla: no, eso hemos de evitarlo, pero sin perder el norte político. En aquel tiempo mandaba —la palabra está escogida a propósito— un señor que quitaba y ponía gobiernos a su antojo y en los que integraba, incluso, a «técnicos intachables con amplios conocimientos». A veces acertaba y a veces no. En todo caso, la mayoría de los españoles fuimos elaborando la idea de que es mejor que quien elige al gobierno sea a su vez elegido encabezando una lista que todos podamos votar. Es preferible que nos equivoquemos en una elección libre a que alguien se equivoque —o incluso acierte— por nosotros. Se trata de un sistema político que llamamos democracia.

Por ejemplo, muchos pensamos que elegir a Zapatero en 2008 fue una equivocación. Pero elegido fue, y en consecuencia ni a mí ni a nadie que yo frecuente se le ocurrió pedir que fuese sustituido por un gobierno «compuesto de políticos competentes y técnicos intachables con amplios conocimientos». Tampoco a quienes hoy promueven la urgencia de remplazar a nuestro Gobierno actual, y esto es muy sorprendente. ¿Por qué entonces no y ahora sí, a pesar de que Zapatero gobernaba en minoría y Rajoy tiene mayoría absoluta (y solo lleva unos meses en el Gobierno)? ¿Acaso ignoraban que la política de Zapatero nos conducía inexorablemente a la situación en la que estamos? ¿De verdad no sabían que estaba colocando a España en la misma posición que Don Juan a Doña Inés, «imposible para vos y para mí»? No tiene mayor trascendencia que desde un thinktank madrileño se lance la mencionada propuesta. Lo que sí la tiene es que algunos responsables políticos y creadores de opinión se sumen luego a la idea, y veo con cierta alarma que eso podría estar ocurriendo. «Llámenme fantasioso», dice Enric Juliana en LaVanguardia (18/06/2012) «pero desde hace unas semanas creo ver sombras entre la niebla de la política española. Hay agitación alrededor del barco y podría estar formándose una tripulación paralela que salga de la bodega cuando la nave atraviese la peor de las dificultades». O esto otro ( ElEconomista, 18/6/2012): «La rumorología de un Gobierno de concentración no cesa de propagarse por los mentideros políticos […], un Gobierno impuesto por Europa y abonado en muchos casos por gente de […]» (prefiero no reproducirlo: me parece inconcebible). La prensa del 23/07/2012, al inicio de una semana que se presenta especialmente adversa para el interés de España, aparece cargada de ruido político con ese mismo sonido.

Estos enredos podrían no ser inocuos. Con cerca de seis millones de españoles en paro y el sufrimiento que eso conlleva, muchos ciudadanos pueden terminar pensando lo mismo que el rey Ricardo III —«¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!»— y acabar con la democracia tal como la conocemos. Porque la nuestra es una socieÁNGEL CÓRDOBA dad con arrancadas bravías, y aunque esos prontos nunca dan buen resultado, conviene tenerlo en cuenta. Confiemos, pues, en que ningún partido político se aventure por ese camino. Tenemos muchos problemas económicos e institucionales; mucho, pues, que discutir y pactar sobre cómo reconstruimos la casa. Pero si dinamitamos sus columnas no habrá nada que reconstruir.

Huelga decir que no me gusta todo esto. Cuando Ortega obtuvo su cátedra recibió la felicitación de muchos colegas y amigos. Pero hubo uno que no le felicitó: Unamuno. A Ortega le sorprendió y le escribió recordándole que aún no le había felicitado. Don Miguel le respondió sin rodeos: «No lo he hecho y de momento no lo haré. El mérito no está en la cátedra, sino en lo que se hace con ella». Aunque no se le felicite, es de razón democrática darle tiempo a nuestro Gobierno legítimo para demostrar qué puede hacer. Las urnas se lo han dado y solo las urnas, y nadie más que las urnas, son aptas para quitárselo.

Benigno Valdés, director General de la Fundación SEPI y catedrático de la Universidad Pontificia Comillas-ICADE

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