No volvamos a tropezar con las mismas piedras

España ha salido del estado de alarma, las fronteras se han abierto y los primeros turistas han llegado. Es un respiro merecido, pero no podemos bajar la guardia. De Lleida a Beijing y a Melbourne, el número de rebrotes son un recordatorio de la persistente amenaza del coronavirus. El otoño está a la vuelta de la esquina, y es el momento de sentarnos y reflexionar. ¿Qué podemos aprender de estos últimos meses para salvaguardar nuestro futuro?

En primer lugar, la desindustrialización de Europa, con gran parte de nuestras empresas deslocalizadas en otros países, ha sido un desastre. No hablamos solo de las mascarillas, guantes o respiradores, sino también de la producción de robots, máquinas de PCR o reactivos para hacer test, que en su mayor parte hubo que importar de empresas americanas y/o chinas, cuya prioridad era, y sigue siendo, su propia ciudadanía, como muestra el acaparamiento por parte de Estados Unidos del último antiviral aprobado para el tratamiento de la covid-19, remdesivir. Es importante que España y Europa aprendan de esta crisis, fomenten la reindustrialización y faciliten la creación de empresas manufactureras, especialmente en los sectores biotecnológicos y farmacéuticos.

En segundo lugar, la clase científica española se ha visto mermada desde 2008, con una reducción de los fondos para investigación del 50% y, como resultado tenemos grupos pequeños, mal financiados y, en muchos casos, dentro de centros con estructuras obsoletas y procesos demasiado burocráticos. Las convocatorias lanzadas de manera urgente para proyectos de investigación sobre la covid-19 nunca podrán compensar los 12 años consecutivos de infrafinanciación. Esta situación crónica impide que España pueda encontrar una vacuna o nuevos tratamientos.

Para ser competitiva internacionalmente, nuestra fuerza investigadora – sobre todo en cuanto a investigadores/as independientes jóvenes – depende en buena parte de los fondos europeos, que solo alcanzan para financiar una pequeña fracción de los grupos de alta calidad del continente. La situación podría ser incluso más trágica si los grupos de investigación se quedasen nueve meses sin financiación, en el caso de confirmarse el nuevo calendario de convocatorias de proyectos del Plan Estatal. España debería doblar los fondos dedicados a proyectos de investigación si quiere seguir siendo mínimamente competitiva y estar preparada para afrontar grandes retos como el de la covid-19. A esto habría que añadir una inversión sin precedentes en investigación e innovación por parte de la Comisión Europea para aumentar el presupuesto científico hasta llegar a los 150.000 millones de euros en el periodo 2021-2027, un 50% más que la actual propuesta. El futuro de la competitividad europea y de la propia idea de la Unión Europea está en juego.

En tercer lugar, y lo que hemos vivido más de cerca, es que España no tenía la capacidad para realizar el número de test PCR que hubiesen sido necesarios para contener la pandemia. Cada autonomía, hospital o centro de salud tuvo que buscarse la vida para poner en marcha los test en un mercado hipercompetitivo de reactivos y equipos. No se aprovechó la capacidad de los centros de investigación, universidades y empresas hasta demasiado tarde, e incluso hubo conflictos corporativos con grupos profesionales aparentemente más preocupados por un posible intrusismo que por dar respuesta a la enorme demanda de test, a pesar de que en ningún momento se llegó al nivel de test en la población de otros países, que consiguieron doblar la curva más eficazmente, como Alemania, Corea del Sur o Singapur. Tenemos que poder colaborar mejor entre todos los actores en investigación y salud en futuros periodos de crisis.

En el impulso febril y necesario de crear una infraestructura para realizar test PCR, cada hospital o centro de investigación ha usado reactivos y protocolos diferentes, sin que haya habido criterios homogéneos de sensibilidad y fiabilidad decididos por las autoridades europeas y/o españolas. Lo mismo ocurre con los test serológicos. El uso de un reactivo, un equipo o de un método desarrollado por dos empresas distintas puede hacer variar hasta un 40% la sensibilidad de un test PCR para detectar el virus en pacientes con poca carga viral. Esto significa que en algunos casos estamos perdiendo hasta 2 de cada 5 casos positivos débiles, con las posibles consecuencias en forma de contagios, rebrotes y pérdidas humanas. Es por tanto imperativo que, de cara al otoño, nuestras autoridades sanitarias definan mejor los criterios de detección que deben cumplir los test PCR, así como los serológicos.

Pero en este examen de lo que hicimos y de lo que debemos hacer, los científicos también tenemos que hacer un mea culpa. Hemos estado demasiado expuestos a la opinión pública, se han vendido y se siguen vendiendo resultados, conceptos e ideas no contrastados, se han hecho estudios rápidos y sin la suficiente solidez científica. Hemos prometido curas y avances que sabemos que no son posibles en unos meses. Esto, combinado con un interés desmesurado de los medios de comunicación, ha resultado en un ruido de fondo que ha confundido a la opinión pública y que probablemente en algunos casos ha aumentado la desconfianza hacia la ciencia.

Ahora que se habla de reconstrucción en España y se contempla que Europa aporte miles de millones para salir de la crisis económica, hay que preguntarse qué futuro queremos. El portavoz del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, lamentó que tal vez algún día seamos un país que vivamos de la ciencia, pero ahora vivimos del turismo. Eso ya se dijo al comienzo de la crisis económica del 2008 y seguimos igual. ¿Queremos que nuestro futuro siga así dentro de 20 años? La aparición de nuevas enfermedades como la covid-19 en el futuro es inevitable, pero lo que sí podemos evitar es que se conviertan en pandemias. Podemos seguir como siempre, o parar, ver que esto marca un antes y un después, y apostar por un futuro diferente. Un futuro en el que la investigación y la innovación mejoren la salud y creen riqueza y bienestar para toda la sociedad.

Luis Serrano es el director del Centro de Regulación Genómica.

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