Noche mágica de San Juan

Todo cuanto ocurre en la Noche de San Juan es un inmenso exorcismo para expulsar los malos espíritus que habitan por todas partes, para purificar el mundo y proteger las cosechas. Algunos expertos dicen que el fuego de esta noche es un desplazamiento en el tiempo del fuego de Beltina (1 de mayo). Yo creo que las tradiciones en torno a San Juan son de origen romano. La Iglesia celebra la fiesta en honor a este santo, precursor de Cristo y lazo de unión entre el Nuevo y el Viejo Testamento, coincidiendo con el momento de la lactación del reino animal y la fecundidad plena de los campos.

Para simbolizar la expulsión de las tinieblas por el sol y la acogida que éste brinda a todos los seres humanos, desde el 11 al 13 de junio, Matuta, diosa romana de la Aurora, expulsaba a las esclavas que entraban en su templo; luego éstas volvían a entrar en el recinto, llevando en brazos a los niños de mujeres libres. El 20 del mismo mes, los romanos honraban al dios Sammanus, particularmente activo durante la segunda parte de la noche, que en ese momento es corta pero que pronto empezará a crecer. «Desde este momento la Gran Osa, guía inmutable en el reino de las tinieblas, deja paso a la luz y al esplendor del sol» (Ovidio, Los fastos).

En las cercanías de los castillos, de las fuentes, de las minas y de las cuevas se aparecían señoritas muy guapas, emperifolladas como para los días de fiestas, dispuestas a casarse con el hombre más valiente y aguerrido que con la boca le sacara la flor que ellas llevaban en la suya. «Yo conocí a un hombre que se la sacó y se casó con ella, pero luego faltó al secreto y no pudieron disfrutar de la inmensa riqueza que les hubiera hecho felices», me dijo en 1980 un señor de más de 100 años. El hombre no podía decir a nadie que su esposa había estado encantada. Era también por estas fechas cuando en muchos cementerios de Europa se veían al amanecer gallinas seguidas de pollitos de oro.

Esa noche, Europa celebraba la victoria del sol y de la luz sobre las tinieblas, con hogueras en los altozanos, en los montes, en las encrucijadas de los pueblos y en las calles de las ciudades. El trabajo y los gastos derivados de la construcción y quema de las hogueras corrían a cargo de las autoridades civiles, militares o religiosas. El último monarca en hacerlo así fue el Rey Sol, Luis XIV de Francia. A falta de una autoridad, le prendía fuego uno de los ancianos del poblado con un tizón llevado en procesión desde uno de los hogares. En muchas aldeas de Europa, los niños juntaban la leña durante la cuarentena que precedía la noche de San Juan.

En San Pedro Manrique (Soria), la víspera de San Juan se encienden hogueras por todas partes. Cuando ya no hay llamas y el suelo está cubierto por un manto de brasas, individuos solos o cargados con alguien a los hombros, pasan despacio sobre la alfombra incandescente de rescoldo de fuego. Los propios del lugar creen que hay que haber nacido en el pueblo para poder hacerlo sin quemarse.

En las hogueras se queman las hierbas de San Juan, para protegerse del aire de cementerio y para purificar la sangre aspirando el humo que ahuyentaba las brujas y los malos espíritus (Caro Baroja, La estación del amor). Las gentes también guardaban las hierbas recogidas esta madrugada para combatir las enfermedades y proteger las casas y los lugares de los maleficios y del poder de las brujas durante todo el año. La malva recogida recuperaba toda su lozanía y frescura al ponerla sobre la mesa de la Navidad. Al volver de la misa de la mañana de San Juan, las mozas plantaban ramos de saúco en las cuatro esquinas de los campos de lino.

El rocío y el agua de esta mañana tenían la virtud de defender de todas las adversidades, especialmente de las brujas y el mal de ojo. Las flores de San Juan recibían sus poderes del rocío de esta mañana. Para recogerlo, los habitantes de muchos pueblos dejaban la ropa tendida toda la noche en las barandas de los balcones; por la mañana, antes del nacimiento del sol, salían llevando con ellos los animales domésticos a dar vueltas sobre sus propios cuerpos desnudos por prados de mucha pendiente, y llenaban garrafas de agua de las fuentes.

En pueblos de Europa, incluidos varios de España, esta noche los jóvenes abrían la puerta de los establos a los burros y a las ovejas, sacaban de los patios los carros -aunque estuvieran cargados- y cogían sillas y escaños de las cocinas para colgarlos en los árboles cercanos al poblado. Aún hoy, cuando el viajero llega a la entrada de algunos pueblos de Galicia en la madrugada del 24 de junio, se ve obligado a detenerse para retirar de la carretera vigas atravesadas; los propietarios de coches aparcados al aire libre pueden encontrarlos con las ruedas pinchadas, o incluso sin ellas.

Desde la Edad Media hasta fechas relativamente recientes, en esta madrugada las brujas quemaban en la hoguera gatos negros, ratones y zorros; repartían entre los habitantes del pueblo las moscas del verano; cogían diablillos en el río más cercano a su lugar de residencia, que guardaban en cajitas de alfileres, y se lavaban el culo en la leche que los campesinos guardaban en cacharros colocados al fresco en el alféizar de las ventanas. Cuentan los habitantes de La Limia (Orense) que esta noche cantan los gallos de los campanarios de las iglesias de Antioquia, ciudad sumergida bajo las aguas de la Laguna de Antela. Otras muchas poblaciones de Europa, cercanas a alguna ciudad sumergida, sienten las campanas de sus iglesias.

La noche de San Juan es la noche del amor y de la adivinación. Las chicas dejaban una jofaina de agua en la ventana y por la mañana estaba dibujada la cara del hombre con quien habían de casarse y escrita la fecha de la boda. Las adivinaciones de la noche están en su mayoría en relación con el amor y el desamor (Synodicon Hispanum, I: Galicia). Esta noche de milagros, predicciones y ritos se quebranta el misterio del porvenir, se rasga el velo del destino; toda la fuerza del mundo, escondida bajo la tierra con las semillas, con el sol de la mañana de San Juan, estalla y lo renueva todo.

Paradójicamente, el momento de máximo esplendor del sol coincide con el inicio de su declive. Las hogueras de esta noche representan el astro incandescente en su máximo esplendor. «Cada una es una plegaria que solevanta desde el suelo hasta el cielo para renovar y purificar el mundo», me dijeron los chicos de un campamento. Los antepasados sabían leer en las llamas del fuego de la noche de San Juan la abundancia y densidad de las cosechas del lino y los cereales.

Hoy en día, las hogueras están prohibidas en muchos pueblos y ciudades, pero el cielo del Mediterráneo se cubre de fuegos artificiales, con una significación igual a la que tenían las hogueras. Los habitantes de muchas poblaciones cantaban a coro, daban vueltas y saltaban por encima del fuego pidiendo que se cumplieran sus deseos, e iban a los santuarios a depositar los exvotos para que el santo les curase o les procurase un buen viaje. Los que pedían algo, no se quedaban de brazos cruzados, a Dios rogando y con el mazo dando. «La fe mueve montañas», dice el Evangelio. «Quien la sigue la consigue», dice el dicho popular.

El cristianismo adaptó muchas tradiciones paganas y los posmodernos, sin saberlo, están adaptando muchas tradiciones cristianas, creyendo que las crean de la nada. Éstos, que dicen no creer en nada, y son capaces de reírse de las creencias de los demás, son fervorosos creyentes del pensamiento positivo que no es más que la traducción sin Dios de la fe tradicional.

Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del CSIC.