'Nori berea'

Por Matías Múgica, escritor (EL PAÍS, 25/04/06):

Nori berea da zuzenbidea, "a cada cual lo suyo, eso es la justicia", dice un bonito aforismo vasco que, por cierto, debe de tener origen latino, como tantas cosas nuestras. Dar a cada cual lo suyo... no parece tan difícil; y, sin embargo, es algo que rara vez sucede.

Una de estas ocasiones en que me parece que se está incumpliendo escandalosamente la máxima es este esbozo de proyecto de proceso de paz que vivimos desde que nuestra Mafia Nacional anunció en marzo que iba a dar un respiro a los fierros para una temporada, con posible prórroga a la eternidad. Desde entonces, ha habido comentarios y análisis para todos los gustos, en todos los tonos, bajo todos los prismas y de todos los colores, pensados y escritos todos por mentes más sesudas y mejor informadas que la mía; y sin embargo, en esa montaña de palabras, echo en falta el reconocimiento de un hecho en mi opinión evidente y de la más elemental justicia. Me refiero al papel y al mérito más que notables que ha tenido la política antiterrorista del Partido Popular en hacer posible, casi diría en inducir, la situación que estamos viviendo.

Más en concreto, no veo mencionada en ninguna parte, ni siquiera en sus propios medios de comunicación, y eso sí que es extraño, la importancia decisiva que ha tenido para llegar a donde estamos la ilegalización de Batasuna. Sin esta, en mi opinión, nada de lo que está sucediendo estaría sucediendo. El nuevo panorama, y toda la esperanza que genera, es consecuencia directísima de aquella bendita medida, tomada con gran polémica y grandes oposiciones hace dos años. ¿O es que Batasuna-ETA ha cambiado de opinión, como por conversión religiosa, sobre la licitud moral de asesinar al adversario cuando le conviene? Conociéndolos, como los conocemos tras haberlos padecido treinta años, eso es extremadamente improbable y muy difícil de creer. No: Batasuna-ETA no se ha caído del caballo, como Pablo derribado por el manotazo de Dios, ni ha visto la luz de la democracia al levantar los ojos desde el suelo. Batasuna-ETA, lejos de caerse del caballo, ha hecho algo mucho más pedestre: bajarse del burro, que es parecido pero no igual, y es lo que los mortales solemos hacer cuando las circunstancias aprietan y no nos queda otro remedio.

El elemento decisivo de esa apretura ha sido, creo, la constatación de dos hechos. Uno: que lo que en un principio pudo parecerles que iba a ser una nueva clandestinidad heroica, llena de gloria y logros, en la que el Pueblo Vasco dejaría de adorar ídolos falsos y se volcaría a su lado en la lucha contra España como en los buenos tiempos (porque hay que entender que Batasuna-ETA es fundamentalmente un movimiento nostálgico, definido por su incapacidad de superar la adicción a la épica antifranquista), ha resultado ser un auténtico desastre para la organización, que ha perdido todo su protagonismo y toda la capacidad de intimidación que era su principal arma, y ha visto cómo sus llamamientos a la solidaridad en su desgracia caían en tierra seca y pedregosa y se agostaban en un cada vez mayor ridículo. Y dos: que unos cuantos años más así, sin vida pública y sin poder presentarse a las elecciones, podían significar simple y llanamente su desaparición, ya que su mismo producto, algo rebajado en calorías (lo mismo pero sin muertos) lo ofrecían ya otras marcas concurrentes que se iban haciendo hueco en el mercado.

Batasuna-ETA, sencillamente, se ha convencido de que si no cesaban definitivamente los muertos, nunca podría volver a presentarse a unas elecciones y que eso, en pocos años, podía costarle la desaparición. No niego que hayan pesado otros factores, pero cuando le oigo decir al lehendakari el día de Todos los Vascos (16 de abril) que el terrorismo ha cesado por "la exigencia de la sociedad vasca", pues hombre, eso queda bonito y nos hace sentirnos a todos -sobre todo a ellos, que buena falta les hace- fuertes e indomables, pero mire usted: lo dudo mucho. Es más bien el enorme daño que la ilegalidad le estaba haciendo a Batasuna lo que ha sido la clave de lo sucedido. Y de eso, evidentemente, el mérito, quizás no del todo voluntario (quiero decir que probablemente no habían calculado tanto) es del PP.

De quien no ha sido el mérito, desde luego, es de muchos otros: en primer lugar, de los nacionalistas democráticos, que se opusieron -naturalmente- a la ilegalización, aunque probablemente, al menos en el caso del PNV, con la boca muy pequeña, es decir, aplaudiendo por dentro, en su habitual estilo fariseo de cubrirse la boina de cenizas, golpearse el pecho y rasgarse las vestiduras para convertir en agravio cobrable lo que en el fondo les parece muy bien y les viene aún mejor. Y menos todavía lo ha sido de Izquierda Unida, que, también en su tónica habitual, capeó, dudó, vaciló, dio tres vueltas sobre sí misma, se hizo un lío, dijo que sí, dijo que no, se lo preguntó a Madrazo, consultó a una pitonisa, se psicoanalizó y, a la postre, acabó por abstenerse, no fuera que algún votante consiguiera enterarse de qué opinaban. Y luego se preguntan, en sus sesudos congresos posbatacazo, a qué se debe su clara vocación de desaparecer. Pues hombre...

¿Y el Gobierno? El Gobierno, bien, gracias. No cabe duda de que a él también le incumbe un mérito muy grande en todo lo que está pasando, líbreme Dios de negárselo. Sin embargo, y con esto vuelvo al principio, si hay que dar a cada cual lo suyo, es justo reconocer que los mimbres con que se ha tejido este leve, levísimo, cestillo de esperanza en el que España, como Moisés las del Nilo, surca las zozobrosas aguas del devenir (disculpen el exceso de imaginería bíblica; es la Semana Santa, que me repite), no los plantaron ellos, sino que los heredaron, y, con ellos, todos los frutos de una buena política antiterrorista, que fue la del PP. El partido gobernante se ha limitado ahora a tejer la barquichuela y pilotarla. Con extremada habilidad, eso también hay que reconocerlo.