Normalización y postnacionalismo

Por Joseba Arregui (EL CORREO DIGITAL, 23/09/06):

No queda más remedio que utilizar esta palabra, aunque no guste y aunque se piense que se debiera hablar simplemente de reforma del Estatuto de Gernika. Pero referirse a la normalización puede servir para reflexionar sobre cuestiones que están ligadas al término, aunque conduzcan a vericuetos que no son precisamente los que tienen en mente quienes tanto y tan prolíficamente hablan de normalización. Si se ha elaborado un discurso sobre el eje del término normalización lo primero que es preciso hacer es preguntarse qué significa. La normalización se refiere a Euskadi, a la sociedad vasca. Y si hace falta normalización será porque no existe. Si no existe, la sociedad vasca se halla en situación de no normalidad que es preciso llevar a una situación de normalidad. De ahí la necesidad de la normalización, que supone una acción, una actividad con el fin de conseguir la normalidad para Euskadi.

¿En qué consiste la anormalidad de Euskadi? En busca de la respuesta a esta pregunta implícita en el discurso de la normalización empiezan a aparecer diferencias que ponen de manifiesto lo poco evidente que es el término en sí mismo. Me imagino que para ETA-Batasuna la anormalidad radica en la persistencia del conflicto histórico entre Euskadi y España, o los Estados español y francés. La anormalidad consiste para ellos, me imagino, en que ninguno de los dos Estados reconoce al pueblo vasco como sujeto político sin límites, con capacidad de autodeterminarse. Y la anormalidad estriba, en consecuencia, en el déficit democrático que vive la sociedad vasca en el marco jurídico-político actual.

El resto del nacionalismo comparte algunas de estas definiciones de anormalidad referida a la sociedad vasca, aunque muchas veces son asumidas sólo implícitamente. Pero comparten la idea del conflicto. La idea de la falta de reconocimiento del pueblo vasco como sujeto político con todos los derechos. El déficit democrático de la situación actual, de afirmarlo, lo hacen con la boca pequeña. Y, por el contrario, añaden un elemento distinto de anormalidad: el actual marco jurídico-político no ha sido capaz de integrar en él a la izquierda abertzale, a ETA-Batasuna y lo que representan, ha dejado fuera a parte de la ciudadanía vasca. Por eso es preciso un nuevo consenso, ampliar el consenso. Y por eso es necesario un nuevo marco: normalizar la falta de integración de los violentos y sus acompañantes en el sistema.

Los socialistas vascos defenderán que no ha sido el sistema, que no ha sido el marco jurídico-político actual el que ha dejado fuera a parte de la ciudadanía, sino que ha sido esta parte la que activamente se ha opuesto a ser integrada, apoyándose en la violencia y el terror. La falta de integración se debe a que es inaceptable para el conjunto de la ciudadanía vasca que se tenga que doblegar a las exigencias de los rupturistas, de los revolucionarios, de los violentos, de los terroristas para proceder a una integración completa.

Dicho esto, me imagino que también los socialistas vascos comparten la idea de que merece la pena un esfuerzo por tratar de ampliar el consenso. Eso sí, sin renuncias inasumibles para el Estado de Derecho y para la democracia. Y por ello no comparten en absoluto la idea de que la situación actual esté caracterizada por ningún déficit democrático.

El PP vasco entiende que la única anormalidad que existe en Euskadi es la pervivencia de la violencia y del terror, la pervivencia de ETA, la cultura de miedo, chantaje, extorsión, amenaza que se ha extendido sobre el eje de la violencia y del terror de ETA. Y que la única normalización que necesita la sociedad vasca es la desaparición de ETA. Una idea que, quizá dejando de lado el término única, es compartida por el socialismo vasco.

No parece tarea fácil normalizar una sociedad en la que el hecho mismo al que se refiere el término es tan controvertido. Para unos, los nacionalistas, la normalización está vinculada al reconocimiento del pueblo vasco como nación, con graduación en las consecuencias políticas que de ello se tengan que extraer. Para otros, la anormalidad fundamental es la existencia de ETA, la existencia de la violencia y del terror, existiendo graduación en la disposición a intentar una ampliación del consenso, pero sin poner en peligro nunca el ya existente, el alcanzado en el año 80, y el rechazado violentamente por ETA-Batasuna.

Como esta división en la interpretación de lo que pudiera significar el término normalización reproduce la división permanente de la sociedad vasca, quizá no sería ocioso buscar una vía distinta de aproximación. Y esta vía podría comenzar por recordar que la división es uno de los elementos que más y mejor caracterizan la Historia vasca. La dificultad que los vascos han tenido para pensarse e imaginarse como una unidad. También se podría recordar que otra de las características de la Historia vasca es su imbricación permanente en ámbitos sociales, culturales y políticos más amplios que el propio País Vasco: éste nunca ha sido un espacio política, social y culturalmente unido, y sí un espacio abierto tanto en la dirección de la participación de muchos vascos en el ámbito político, social y cultural español, como de la participación de España y los españoles en el espacio político, social y cultural vasco.

A ello se le puede añadir el recuerdo que conduce a los dos momentos históricos en los que el pueblo vasco, la sociedad vasca, Euskadi ha existido como sujeto político uno, los dos momentos estatutarios, el del 36 y el del 80. Y este recuerdo obliga a tener presentes las condiciones de su misma posibilidad: construcción de las tendencias a la división de la sociedad vasca como reconocimiento de la pluralidad y complejidad vasca, reconocimiento que exige un pacto y un acuerdo interno entre vascos, pacto que implica continuar y desarrollar la historia de participación, colaboración e imbricación en el ámbito político, social y cultural español.

Y con estas memorias podríamos construir una imagen de lo que debiera ser lo normal para la sociedad vasca: la construcción precisamente de la pluralidad y complejidad de los sentimientos de pertenencia de los vascos como valor identificatorio, con su consecuencia de que es imposible una definición política excluyente, no participatoria, cerrada de Euskadi, que es imposible una definición de la sociedad vasca como sujeto político que no implique integración estructural en sujetos políticos más amplios, en el sujeto constitucional español.

Ésta es la normalidad que se debe reclamar para la sociedad vasca, una normalidad que hace justicia a lo mejor de su historia, una normalidad que extrae las lecciones oportunas de lo peor de su historia. Una normalidad que nos pone ante los ojos cuál es el mayor riesgo que corre: caer en manos de proyectos que sólo son capaces de pensar la sociedad vasca desde la división y la exclusión, que implican la división de la sociedad vasca, la exclusión de ella de todos aquellos que no se avienen a la homogeneización en una determinada definición de identidad vasca, que no aceptan la homogeneización obligatoria del sentimiento de pertenencia.

Es lo que expresaba la intuición del postnacionalismo formulada por Mario Onaindia. Cuando Mario hablaba de la necesidad de hacer política en Euskadi en situación postnacionalista no estaba negando ningún nacionalismo. Lo único que hacía era afirmar que a partir del reconocimiento de Euskadi o Euskal Herria, como lo hace el Estatuto de Gernika y por lo tanto el marco constitucional español, a partir de la dotación de un carácter político a dicho reconocimiento con instituciones propias, con competencias normativas y de gestión muy amplias y con el Concierto Económico, nadie podía ser más nacionalista que nadie en Euskadi, ni nadie menos, pues las condiciones óptimas en democracia para el desarrollo de la identidad plural compleja de los ciudadanos vascos estaban ya establecidas en el marco de la Constitución y el Estatuto.

La única forma de negarse a esta política postnacionalista propuesta por Mario es negando la pluralidad y la complejidad de la identidad vasca, bien a partir de propuestas que buscando la homogeneidad y el cierre en sí mismo del sujeto político vasco dividen profundamente a la sociedad, o bien lo hacen reduciendo el significado político del Estatuto de Gernika a mera descentralización administrativa.