¿Nos bajamos todos el salario?

Afirmaba Karl Marx, en uno de los arrebatos de misticismo que le caracterizaban, que si la teoría no coincide con la realidad peor para la propia realidad. Es sabido que el fundador del marxismo no admitía opiniones contrarias a las que sostenía y como científico —materialismo científico, como llamó a su teoría— creía firmemente en su fracasado monumento intelectual.

La realidad como la historia son susceptibles de interpretaciones diversas y solo el tiempo pone a cada una en su sitio. Es sabido que las políticas económicas monetaria y fiscal de Europa y Estados Unidos difieren en su enfoque. En nuestro caso estamos sujetos a la disciplina europea - es decir de Alemania- y, por tanto, el gobierno nacional y las comunidades autonómicas han comenzado - a la fuerza, todo hay que decirlo- a tomar medidas dolorosas ante una crisis que, negada en sus comienzos, evidencia el grave error que supuso ignorar un diagnóstico certero. La cruda realidad - muy a pesar de Marx- y aunque nos cueste admitirla, se impone.

Determinadas medidas que el Gobierno está tomando no son discutibles, más bien son absolutamente necesarias: suprimir el gasto no productivo fruto de la megalomanía e inconsciencia de unos pocos y, en general, de los que administran lo que no es suyo (este aparente e insignificante matiz habría que tenerlo en cuenta y prever algunas medidas que eviten tanta desmesura). Otras son más discutibles como el incremento de los impuestos - cuando dijo que no lo haría- y algunas, como la disminución de 600 millones para investigación (que son una inversión y no gasto como algunos lo consideran equivocadamente) es una grave equivocación.

Pero ahí termina todo para preguntarse, ¿cuál es el siguiente acto? Porque la reforma laboral por mor que necesaria y urgente- las relaciones de nuestros sindicatos, que deberían vivir de las cuotas de sus asociados, y los empresarios son dignos de un estudio de paleontología- por sí sola no va a crear empleo, no nos engañemos. Estas medidas van a acarrear un descenso del consumo, más cierre de empresas y un tasa mayor de paro si, al mismo tiempo, no se adoptan medidas de calado que impulsen la actividad económica. Y salvo el pago a esa enorme multitud de pequeñas empresas con quienes los gobiernos autónomos y ayuntamientos mantienen una deuda vergonzante y el gobierno se ha comprometido a abonar, no observo nada en el horizonte que me permita ser menos pesimista. Palpo, por el contrario, el corazón de un organismo cansado que consume sus escasas reservas sin la capacidad de un impulso serio que le saque de su lamentable letargo.

Nuestra economía adolece de una falta de productividad que la hace especialmente vulnerable en un entorno competitivo, de mercados maduros y salarios elevados (respecto a esa escasa productividad). Si no existen medios que a corto plazo puedan mejorarla, quizá una medida eficaz sea la de bajar los salarios de todas las personas —por ejemplo el 10% y empezando por nuestros parlamentarios, ejecutivos, empleados de todas las empresas, públicas y privadas— dejando a salvo únicamente los salarios más bajos. A cambio, las empresas se podrían comprometer a crear el empleo equivalente al monto del descenso global que supone ese 10% de los salarios. Todavía no nos hemos enterado que el deterioro de nuestra economía no ha tocado fondo, las cosas pueden ir a peor -personalmente pienso que sucederá- y que no podemos seguir pensando que vamos a vivir como hasta ahora, al menos en bastantes años. Sencillamente hemos de hacernos a la idea de que nuestro nivel de vida tiene que bajar y de hecho ya lo ha hecho en los millones de personas a los que ha afectado la reforma del IRPF.. Esta medida sería el equivalente a devaluar nuestra moneda un 10%, algo que se podía hacer cuando el euro no existía y que ahora es imposible. Aceptar que somos más pobres y en conjunto viviremos algo peor (algunos, a pesar de todo, seguirán despilfarrando impunemente) no es ningún desdoro, es aceptar la realidad y cuanto antes lo hagamos mejor. Pero por encima de todo será el termómetro que mida el grado de solidaridad que nuestra sociedad tiene con los millones de personas que están en el paro. ¿Nadie está dispuesto a renunciar a algo de lo que tiene para que los que no poseen puedan obtener un poco?

Y a nuestros pobres sindicatos solo se les ocurre organizar una huelga general para empobrecer todavía más al país. Es ahora cuando deberían demostrar su capacidad creativa proponiendo soluciones plausibles, acuerdos imaginativos que, junto a enfoques redistributivos, conlleven un relanzamiento de la economía. A veces entran ganas de cambiarse de país.

Francisco Errasti es profesor de Economía de la Universidad de Navarra.

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