¿Nos gusta engañarnos a nosotros mismos?

"Estoy en una edad -me confesó recientemente un amigo argentino-, en que comienzo a tener opiniones que no comparto". No tardé en descubrir que ese era también mi caso. Los años me estaban forzando a una incómoda convivencia con algunas de mis opiniones más queridas. Uno lleva adheridas, parece que de forma inevitable, muchas más opiniones que argumentos, lo cual parece ser de gran utilidad en estos festivales del pensar-sintiendo que son las campañas electorales. El pensar sintiendo es el pensar propiamente democrático, porque para la emoción todo el mundo vale.... Y, por lo tanto, todo el mundo vale también para la decepción (que, en lo relativo a las cosas humanas, suele ser un simple síntoma de ignorancia).

Ahora bien, se puede pensar-sintiendo poniendo el acento en el pensar o en el sentir y el resultado no es el mismo. En esta campaña parece que todos nos hemos puesto de acuerdo para que lo que prime sea el sentir. Quiero creer, ya que en política las percepciones subjetivas de la realidad son datos objetivos de la realidad, que dentro de unas décadas se describirá este presente minado que atravesamos como "aquellos años que a punto estuvimos de volvernos tontos". Para que el "a punto" se quede en eso, deberíamos atrevernos a ampliar el objetivo con el que vemos la vida política, a alejarnos un poco de lo inmediato, a abrir de par en par las ventanas de nuestras opiniones, para que se oreen. Palacio Valdés cuenta en su Testamento literario que "un perro se introdujo en un rebaño de ovejas y las fue oliendo una por una. 'Huele mal!', decía, y se iba a otra. 'Huele mal!', repetía. Hasta que una de ellas le dijo: 'Cómo te hemos de oler bien si a todas nos hueles el trasero?'". Curiosamente, quienes más tiempo dedican a oler traseros suelen ser también los más empeñados en eructarnos su desgana de ser españoles. Teniendo unos índices de bienestar envidiables (comenzando por la esperanza de vida), si resucitara Valera seguiría sosteniendo que en cuestión de quejas es donde somos verdaderamente una potencia mundial.

¿Nos gusta engañarnos a nosotros mismos?Es cierto que hay escuelas en España que, en vez de enorgullecerse de la comprensión lectora de sus alumnos, se jactan de los libros que prohíben leer. Por cierto, ¿qué habrán leído en su infancia esos censores?

Es cierto que el mismo día en que un grupo contundente de universitarios convertía la Universidad Autónoma de Barcelona en partibus infidelium, al intentar impedir que Cayetana Álvarez de Toledo hiciera uso del que debiera ser el privilegio de la democracia, la palabra, John Carlin publicaba en La Vanguardia que en estas próximas elecciones "se enfrentan la España de hábitos absolutistas y la de pensamiento abierto". Poco después, una insigne representa de ese «pensamiento abierto» que ensalza Carlin, Laura Borràs, candidata de Junts per Catalunya, declaró, refiriéndose a la candidata del PP: "Cuando buscas problemas, los encuentras". Ciertamente, es una gran verdad.

Es cierto que Tezanos atribuye el gran porcentaje de indecisos a la "volatilidad" de la opinión pública y a la gran trascendencia de estas elecciones «coyunturales». La trascendencia de la coyuntura hace a la opinión pública volátil. ¿Es eso lo que hay que deducir de ese 40% de encuestados que se niega a responder a la intención de voto? ¿Qué inseguridad los empuja a ocultar su sentimiento?

Es cierta nuestra desazón por una España que no nos atrevemos a calificar de bien hecha y a la que la andamos viviseccionando de forma tan sesgada que hasta parece de buen tono humanista reivindicar al conde don Julián. Es cierto que no hay español que no se crea superior a sus políticos. Y es muy cierto que un país que se crea superior a sus políticos no se quiere bien a sí mismo. ¿Qué significado dar a la ausencia de fiestas políticas comunes, es decir de una común política emocional?

Es cierto que Villarejo.

Es cierto que molesta que un centro educativo se llame Ramiro de Mazetu; que es sorprendente que Carmen Calvo sea elegida mujer del año; que en Cataluña pueden expedientar a un policía por defender dos datos objetivos: (1) que la república no existe, (2) idiota; es cierto que, como se ha atrevido a decir Iceta, hoy el origen social en Cataluña pesa más en los resultados escolares de un alumno que lo que pesaba hace veinte años; es cierto que ERC puede fichar a un gitano para incluirlo en las listas del alcaldable Maragall y cuando el hombre, Sicus Carbonell, dice lo que piensa sobre la homosexualidad, se lo extirpan con urgencia, por cierto, en el día internacional del pueblo gitano, y es cierto que esto dice más de cómo se elaboran las listas que de ERC o de los gitanos.

Es cierto que Sánchez, el emperador de los sudokus, advierte «que hay un riesgo evidente de que la derecha sume». Es cierto que para Juan Ramón Rallo «el programa económico de Vox es con mucha diferencia el programa más liberal del panorama nacional», con lo cual Vox resulta ser un partido innovador: ha creado el nacional-liberalismo.

Es cierto que "la violencia de género" es un concepto ideológicamente minado y que por eso la lógica del prejuicio a favor de la víctima nos ha estallado al enfrentarnos a la eutanasia. Hay demasiada gente que parece incapaz de detenerse a pensar las consecuencias de sus buenas intenciones. Quizás debieran leer a Donoso, que advierte que el entusiasmo (¡ese opio del pueblo!) es en política la antesala del nihilismo. Es cierto que cuesta poco ser compasivo cuando la compasión nos sale gratis y que hoy estamos siempre preparados para sustituir lo que funciona bien por lo que suena bien.

Es cierto que hasta el mismísimo Periódico de Cataluña se alarma porque «estamos ante una campaña electoral en la que la frivolidad tiñe demasiadas propuestas de los partidos». Es cierto que, por mucho que se empeñen algunos, no se puede sustituir con clases de democracia en las escuelas la mengua de ejemplos de responsabilidad política durante las campañas electorales.

Todo esto es cierto, pero todo esto junto está muy lejos de reflejar el todo que somos. Así que cuando nos vengan renegando de "este país", compadezcamos la miopía y las narices del paisano y sigamos nuestro camino.

Capaces de fotografiar agujeros negros situados a 55 millones de años luz de distancia, no sabemos bien cómo dotarnos de un amor propio comunitario. Las cosas humanas siguen siendo singulares, como ya viera Aristóteles. Por eso somos más contemporáneos de Sócrates que de Newton. Si la fotografía del agujero negro confirma las ecuaciones de Einstein, en las cosas humanas seguimos comprobando que la manera en la que observamos nuestra realidad es un dato objetivo de nuestra realidad.

Cualquier observador imparcial, constatando con una ojeada que España está muy por encima de nuestras quejas, podría preguntarnos si compartimos realmente nuestras jeremiadas. Yo le contestaría que no, que en cuanto damos el salto del "es cierto que esto es así", al "es cierto que todo es así", comenzamos a engañarnos a nosotros mismos. Como vivimos tan de cerca del trasero de lo inmediato, tendemos a olvidar que, como decía Nicolás Ramiro Rico y repetía Carl Schmitt, "el supuesto primordial de España como problema es una Europa aproblemática". No me molestan los exabruptos que se oyen en declaraciones y mítines sino la sensación de que con ellos simplemente nos dedicamos a perder un tiempo que no nos sobra.

Ni tan siquiera nuestra flojera a la hora de reforzar lo que nos une para hacer más llevaderas nuestras divergencias es exclusivamente nuestra. Echemos una mirada a Europa: ¿cuántos son los países sin problemas con sus fronteras interiores? ¿En qué país europeo no se creen los electores superiores a sus políticos? ¿Acaso la fidelidad del votante no se ha vuelto condicional al mismo tiempo que pide a las instituciones una fidelidad incondicional? ¿Reconocemos la flema británica en el brexit?

Acabo cediéndole la palabra a Nietzsche: "Quien no quiere ver lo elevado de un hombre, fija su vista de un modo tanto más penetrante en aquello que en él hay de bajo y superficial -y con ello se delata".

Gregorio Luri es profesor de filosofía.

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