¿Nos ha fallado realmente el euro?

Mucha gente está enfadada con el euro. No tanto con la moneda en sí, sino con la estructura política-monetaria que la sostiene. Miramos a nuestro alrededor y sólo observamos recesión y un futuro dudoso. Y echamos la culpa al sistema euro. Las críticas no se dirigen contra mandatarios locales, sino contra entidades supranacionales como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Esa estructura elitista y alejada nos está matando, dicen los críticos.

¿Tiene sentido ese argumento? Es probable que se esté siendo injusto con el euro y lo que ha conllevado. Ni el euro por sí causó los problemas ni se niega a echarnos una mano. Repasemos el porqué de la situación actual. Los problemas que afligen a la Eurozona se apoyan en tres patas fundamentales: crisis bancaria, pinchazo de la burbuja inmobiliaria y crisis fiscal. Todo empezó con la caída de los grandes bancos de inversión internacionales a partir del verano de 2007, generada por acumulación masiva de activos muy tóxicos ligados a hipotecas basura americanas. Los mercados financieros se paralizaron y hundieron, dando lugar a un parón económico y rescates públicos masivos. Las cuentas de estados con una situación fiscal ya de por sí complicada se deterioraron definitivamente ante la caída de los ingresos por impuestos y la subida del gasto público. Se dieron restricciones de crédito y liquidación de posiciones, empeorando aún más las perspectivas económicas y de mercado.

¿Tuvo la culpa de todo eso el euro? Claro que no. Wall Street y la City hubieran hecho lo mismo con o sin él. Las hipotecas concedidas, por poner un ejemplo, a gente de Alabama sin empleo ni ahorros y que se empaquetaron en productos a los que las agencias de rating otorgaron AAA+ no tuvieron nada que ver con el euro. Las reglas de capital bancario del Comité de Basilea que permitió a los bancos acumular esos productos en sus balances de forma casi totalmente apalancada no tuvieron nada que ver con el euro.

Los reguladores también permitieron a los bancos acumular bonos soberanos de forma gratis total, con una carga obligatoria de capital de cero. Es decir, apalancamiento infinito. Hoy en día muchos bancos tienen muchos activos de ese tipo en gran medida porque ese incentivo era jugosamente tentador. ¿Culpa de la moneda única? Difícilmente, dado que es una política que data de 1988, cuando por supuesto aún pagábamos las cosas en pesetas.

La acumulación de activos problemáticos (tanto hipotecarios como de deuda pública) que ha dejado a gran parte de la banca mundial esencialmente insolvente vino motivada por factores ajenos al euro. La política de compensación en los bancos, los fallidos modelos matemáticos de riesgo, las extrañas opiniones de las agencias de rating, el fraude en la concesión de hipotecas en EEUU, o las decisiones de Basilea son independientes de la existencia de una cosa llamada euro o BCE. Ya existían antes, siguen existiendo, y podrán seguir haciéndolo. Nadie en Bruselas obligó a los bancos a comportarse de forma problemática.

¿Y la burbuja inmobiliaria en países como España o Irlanda? ¿Fue culpa del euro? ¿Sin el euro no hubiese habido especulación en el ladrillo? ¿Y la situación fiscal de los países? ¿Es culpa del euro que en Grecia muchos ciudadanos no paguen impuestos? ¿O que Italia no pueda dejar de pedir prestado?

Y una vez desencadenada la pesadilla, muchos señalan a los líderes del proyecto europeo por no actuar decisivamente. ¿Por qué no es más grande el Fondo de Rescate? ¿Por qué no se emiten eurobonos? ¿Por qué no interviene mucho más agresivamente el BCE en los mercados de deuda pública? Estos argumentos pueden tener mucho sentido, pero eso no implica que el engranaje euro no esté ayudando. Se ha dado y se sigue dando mucho dinero a países con problemas. Se está financiando intensamente a los bancos cuando nadie más lo quiere hacer, y en condiciones muy generosas. Y se están comprando bonos estatales de forma probablemente más amistosa de lo que el mandato original del BCE recomienda.

Para muchos, la supuesta pasividad del BCE nos condena a la miseria infinita. Pero al renunciar a participar en «financiación monetaria» y a convertirse en comprador de último recurso de las emisiones de deuda estatales la entidad de Fránkfort, está sencillamente cumpliendo la ley de la UE y ciñiéndose a su mandato. No hay (¡espero!) una conspiración diabólica para acabar con todo. Se trata simple y llanamente de no saltarse la ley y de no poner en peligro la razón principal de ser del BCE: la estabilidad de precios en la zona. ¿Tan horrible es intentar mantener la independencia política de una institución que, por cierto, ha hecho un trabajo bastante bueno todos estos años?

Y no olvidemos un tema crucial. Las peticiones a los líderes europeos de utiilzación de métodos de actuación heterodoxos para rescatar a la periferia se suelen apoyar en el argumento de la solidaridad. Los países con una situación económica y fiscal más sólida deberían hacer un sacrificio en favor de sus socios más desafortunados y con cuentas menos saneadas. ¿Pero no se le está pidiendo demasiado a los que, por buena gestión o por buena fortuna, no se han metido en problemas? Si Alemania accede a la garantía ilimitada del BCE a la deuda de los miembros sureños de Eurozona, estaría asumiendo el riesgo de elevada inflación y pérdida de su propia credibilidad en los mercados. El euro podría convertirse en una divisa muy depreciada, encareciendo de forma estructural los costes de financiación de todos los países (los ricos también) y generando pérdidas de poder adquisitivo a la población. Los norteños podrían preguntarse si la solidaridad no debería ir en la otra dirección: que los estados mediterráneos se concentren en las reformas necesarias para no tener que utilizar la bomba atómica del BCE que desencadene el invierno nuclear de la pérdida de credibilidad y estabilidad monetaria.

Es perfectamente entendible que países en situaciones graves soliciten ayuda, sobre todo en el caso de España que no tiene excesiva deuda y que ha acometido reformas. Pero también entendamos la reticencia de Alemania a dejar de ser Alemania y sacrificar un sistema aprobado por todos aquellos que querían ser como Alemania. Si al final lo hace se le agradecerá el gesto, pero no condenemos a aquellos que se resisten a traicionar algunos de los principios esenciales sobre los que se construyó el proyecto de moneda común.

La moneda única nos ha dado mucho. Nos ha permitido comerciar con socios vecinos muy relevantes sin riesgo alguno de divisa. Nos ha dado la estabilidad de precios y la credibilidad internacional de un banco central riguroso (los que se quejan en España o Italia de los retornos actuales demandados por el mercado tendrían que pensar en lo que se pediría por bonos emitidos en moneda local por gestores monetarios locales). El sistema euro no es perfecto y ciertas políticas restrictivas podrían suponer el fin de ese sistema, pero parece poco justo declararle culpable de los crímenes de los que se le acusa tan asiduamente.

Por Pablo Triana, profesor en ESADE.

1 comentario


  1. Pablo, casi bien. Pero falla el final. No es una cuestión baladí que el sistema euro no sea perfecto, ni que las politicas contractivas puedan suponer el fin del sistema. ¿Acaso no son creibles USA, Japon e Inglaterra, por ejemplo, por que sus bancos centrales gocen de un mandato que les permita monetizar deuda? ¿Acaso el problema de la eurozona es la inflación?

    De la zona euro no ha sido Alemania, precisamente, el país menos beneficiado.

    Seguro que seguiremos hablando de estas cosas.

    JFU

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