Nosotros los sediciosos

Resulta que quienes estábamos en nuestras casas contemplando impotentes y asombrados el alzamiento independentista catalán éramos los verdaderos sediciosos. Ellos eran los buenos ciudadanos que respetaban la Constitución y los juramentos y promesas hechos públicamente para cumplirla y hacerla cumplir. Pero además, mientras muchos escritores se han quedado sin poder cobrar su pensión por las incompatibilidades con los derechos de autor (¡qué se puede esperar de un país que persigue a sus creadores!), ahora a los sublevados se les quiere -y sin duda lo lograrán- también perdonar la pena de malversación, que es, ni más ni menos, la manera de echar tierra a una gravísima corrupción.

Los ministros y el propio presidente nos han mentido reiteradamente a los españoles afirmando maliciosamente que, en el resto de Europa, el delito de sedición era mucho más permisivo y, por tanto, más justo. Ya acabamos de ver cómo en EEUU uno de los asaltantes del Capitolio, el líder de Oath Keepers, ha sido condenado por sedición y afronta una condena de 60 años. Kafka escribió que la mentira podría, fácilmente, convertirse en el orden del mundo. En España, durante estos últimos años, ya lo es. España ya no es una península, sino un atolón de mentiras, indignidades, ilegalidades, corrupciones, traiciones y atropellos a la democracia. Y el asomo del autoritarismo es cada vez mayor y peligroso.

Nosotros los sediciososGracias a nuestro polígamo ideológico, el presidente, hoy en cualquier calle de nuestro país te puedes cruzar con los asesinos etarras de militantes socialistas compañeros suyos, violadores-pederastas-agresores de mujeres, felizmente excarcelados gracias a la ministra Montero, corruptos, malversadores, sediciosos y demás. Y lo peor es que todos volverían o volverán a hacerlo, caso que estos delitos sean abolidos. Uno de los peores ataques contra la democracia es promover el caos. Y este Gobierno se ha mostrado maestro en su creación: ataques contra las instituciones; contra el poder judicial; contra la libertad de expresión, queriendo prohibir las informaciones desfavorables al régimen y obligar a incluir los resúmenes del Consejo de Ministros como en tiempos de Franco; los insultos al vicepresidente del Eurobanco, un español; la aprobación de leyes vía callejones inmundos; el Ministerio de Igualdad que, como a los rebaños, pretende abducirnos con sus locas clasificaciones genéricas; el Ministerio de Cultura infamando a artistas como Picasso, un símbolo de la izquierda por cierto; el Ministerio de Educación que ha sublevado hasta a la RAE y a todo el profesorado por la EBAU, y suma y sigue. Los profesores de Filosofía se han manifestado con pancartas muy significativas: «Pienso, luego estorbo» o «Sánchez, atrévete a pensar». Un autócrata necesita instituciones débiles. Primero las hunde y, luego, dirá que acude a salvarlas. Así va hiriendo de muerte al tejido democrático.

De Maistre y Orwell hablaron del lenguaje y la inhumanidad cuando la palabra pierde su significado humano, cuando está sometida a la presión de la bestialidad política, la mentira y el engaño. A La comedia humana de Balzac se la calificó como la comedia humana de la bestialidad. Es decir, la historia de terribles individuos ajenos a cualquier sentido común. ¿Quién se animará a escribir nuestra hispánica réplica actual? ¿Alguno de nuestros remilgados escritores atemorizados por si no cumplen la omertá para poder recibir algún premio? Como Quevedo en la Epístola satírica al Conde Duque (hoy, sin lugar a dudas, Sánchez): «¿No ha de haber un espíritu valiente?». Simone Weil, que pasó por nuestra última Guerra Civil, acusó a la intelectualidad francesa de no haberse manifestado en contra de la ocupación nazi y adherirse, activa o pasivamente, al régimen de Pétain. Otro francés más viejo, Descartes, afirmó: «Vive bien quien se esconde bien».

Una democracia tiene derecho a suicidarse, e incluso a elegir la manera, no sería la primera vez. Un país entero tiene derecho a suicidarse, tampoco esta sería la primera vez (en España, ninguna novedad). Pero este suicidio asistido, al que se nos está conduciendo obligatoriamente, debe ser ya respondido con contundencia. Evidentemente, contundencia absolutamente democrática. El año que viene hay dos grandes oportunidades. Sea como fuere, nuestro pueblo será merecedor del destino elegido. En la tierra baldía cultivada por este Gobierno, ya no hay más que dos opciones. Solo dos y ni una más. O Sánchez cabalgando hacia el abismo o la moderación, el temple y el orden de Feijóo. La abstención es un tercer recurso inútil. Ya acaba de quedar claro, en la votación de los Presupuestos, que Sánchez es el líder de todas las jaurías enemigas de la Constitución, la democracia, la monarquía parlamentaria y el Estado de derecho. Es decir: Podemos, ERC, PNV, Bildu, PDeCat y demás comparsas. Feijóo tiene que integrar a todo el centroderecha, evangelizando a aquellos que se han descarriado hacia su extremo; pero también al centroizquierda (abandonado por Sánchez, tras su coronación como par de todos los populismos izquierdistas). Feijóo tiene que cuidar mucho esta mesnada respetando su propia personalidad. El fin primordial ahora es derrotar a Sánchez y ayudar a reinstaurar el orden constitucional y un Partido Socialista crédulo. Derrotarlo en las urnas. No hay otro líder más allá de Sánchez, en la política española actual, que Feijóo, quien debe hacer como aquellos caballeros medievales hispanos que guerreaban contra reyezuelos africanos, teniendo en sus filas no solo a cristianos sino también a musulmanes.

En las intervenciones de Sánchez en el Senado se nota un tono despectivo hacia nosotros los gallegos. Y no solo en Sánchez. También columnistas de distinto pelaje, incluidos algunos cercanos, le han criticado a Feijóo los pocos méritos que, para ellos, significa haber ganado, nada menos que cuatro elecciones, en una comunidad de «segunda». Aquellos, aun rechazando este Gobierno, piensan que en Cataluña y en el País Vasco incluso el mal tiene mayor prestigio que en el resto de España. Se olvidan de que en Galicia el independentismo es hoy en día el primer partido de la oposición. El independentismo gallego pacífico, por ahora, e intelectualmente bien preparado, no es de «segunda». Feijóo los contuvo, ya veremos en el futuro. Además, como ahora la sedición es low cost, eso anima a cualquiera a practicarla. Es curioso que quienes acusan a la política española de violenta, que sí lo es, se metan con Feijóo por no serlo.

Con Sánchez vamos a la disolución de nuestro país. Si volviera a ganar las elecciones generales, siempre con estos aliados, habría referéndums por doquier. Y no solo en Cataluña, en el País Vasco, Navarra, Galicia y también seguramente en Cantabria o Murcia. ¿Por qué no? Y con una temporalidad mínima y repetible hasta que el resultado les fuera favorable. Otegi y Aragonés nunca se conformarán con otra solución que no sea la independencia. Con Sánchez es este el camino, incluso aunque él tuviera mayoría absoluta. Él es el Bolívar de los pueblos ibéricos. Caso de que gane Feijóo, el trabajo que le queda es ingente. Reconstruir lo destrozado no es poco, y hay cosas cuya vuelta atrás es ya irreversible. Restaurar el orden constitucional a punto de subvertirse y readaptarlo al siglo XXI. Y, por supuesto, hay que modificar la ley electoral, mal de todos los males.

Vivimos un momento muy delicado. Las peleas en el Congreso y en el Senado son degradantes y un nefasto ejemplo para la gente joven. La razón está siendo sustituida por las emociones. Y como dijo el psicólogo Howard S. Liddell, las emociones son más peligrosas que la fusión nuclear. Este Gobierno se ha convertido en el gran provocador. Trata incluso de inmiscuirse en nuestras vidas. El deterioro social es inmenso, mientras los fondos europeos sirven para crear el clientelismo. Feijóo, que nos pareció a muchos que se equivocaba, al final acertó al no dejarse engañar en la renovación del poder judicial por un Gobierno que no admite los consensos constitucionales, algo fundamental en estos más de 40 años de historia. Por la mañana, pactando con los golpistas asuntos de una gran gravedad, y por la tarde emboscando al primer partido de la oposición. La derogación del delito de sedición es darle motivos a los independentistas catalanes para acusar al Supremo de haber usado arbitrariamente y de forma injusta el Código Penal aplicando condenas por un referéndum que, ahora, no fue delito. Y para mayor desvergüenza, nuestro propio Gobierno defiende en Estrasburgo la tesis de que las penas fueron desproporcionadas, es decir, acusando a sus propios jueces. Se ha perpetrado una amnistía y no precisamente encubierta.

Nuestra democracia tiene el derecho a suicidarse pero, a lo largo del año que viene, tiene dos oportunidades para evitarlo. Las dos próximas elecciones locales y generales tienen que ser un plebiscito contra Sánchez.

César Antonio Molina es escritor y fue ministro de Cultura, Sus últimos libros son: 'Las democracias suicidas' (Fórcola) y 'Qué bello será vivir sin cultura' (Destino).

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