Nosotros y ellos: contra los estereotipos

En una película de Almodóvar, una mujer que acaba de ser abandonada por su novio árabe asegura con rotundidad tener un problema “con el mundo árabe”, así en general. Tengo la impresión de que bastantes análisis en torno al terrorismo yihadista recurren a este tipo de generalizaciones y hablan, sin más matices, de “terror islamista frente a civilización occidental”, como si nosotros fuéramos una categoría compacta y ellos estuvieran representados por los terroristas. No quiero decir con esto que no haya una distinción radical entre los terroristas y nosotros, sino que tal vez estemos cometiendo el error de entendernos de una manera demasiado enfática y, por otro lado, dando a entender que con el terrorismo se expresa una comunidad entera (lo que para sí quisieran, sin duda, los terroristas).

Empecemos por nosotros mismos. Tras el éxtasis de la convocatoria y la fuerza unificadora del horror frente a la barbarie que se expresa en la manifestación del domingo pasado en París, podemos hacernos algunas preguntas que no eran políticamente correctas en medio de la indignación. El rassemblement que tanto adoran los franceses ocultaba por unos instantes que ni eran todos que los estaban ni estaban todos los que eran. Ausencias y presencias fracturaban notablemente el deseo totalizador de la convocatoria. De entrada, habría que mencionar la ausencia en la manifestación de los líderes del Frente Nacional, partido que hoy por hoy encabeza todas las encuestas de intención de voto (sin entrar a valorar aquí si hay en ello más veto o más autoexclusión). Y tampoco puede uno dejar de constatar que algunos mandatarios representaban a países donde no se respeta en absoluto la libertad de expresión y otros derechos con los que la mayoría de los manifestantes se identificaban. Unos eran Charlie y otros no tanto... En cuanto se ha disuelto la manifestación han comenzado a hacerse evidentes mayores diferencias entre nosotros, cuando se trata de hacer diagnósticos o mejorar nuestra seguridad, de lo que es una expresión el debate de ayer en el Parlamento Europeo sobre el control de los pasajeros de líneas aéreas.

Por otro lado, si analizamos el tipo de discursos que se van elaborando, cualquiera puede constatar que va ganando terreno un cierto reproche interno que pone en cuestión la consistencia de ese nosotros. Se extienden los lamentos hacia un multiculturalismo o relativismo cultural que habría fragilizado la conciencia de un nosotros occidental y generado una falta de confianza e incluso un cierto desprecio hacia nosotros mismos (Jean-Pierre Le Goff).

Algunos animan a perder el complejo de hablar abiertamente de islamismo y musulmanes, frente al discurso políticamente correcto que insiste en evitar la amalgama. En algunos periódicos conservadores de Francia ya empieza a ridiculizarse la jerga y la labor de los trabajadores sociales, cuestionando la eficacia de su intervención en los suburbios. A este paso, toda la culpa será de la Alianza de Civilizaciones, descalificada como buenismo relativista.

Sigamos por ellos. Aquí los lugares comunes tienen diferentes versiones. Hay quien considera a los musulmanes inasimilables para la convivencia democrática e incluso inevitablemente violentos. Los discursos más moderados insisten en que, siendo esto cierto en principio, hay excepciones. Aunque sea de manera poco consciente, no pocos hablan de ellos como si los jóvenes violentos fueran los portavoces de la frustración de los musulmanes, de los que se da a entender que constituyen una comunidad compacta, en la que todos comparten intereses y objetivos. Ahora bien, si se examinan las cosas más de cerca, ni hay una comunidad musulmana de este tipo, ni mucho menos se deja representar por unos jóvenes radicalizados, que más bien constituyen una ruptura con el islam de sus padres y con la cultura de las sociedades musulmanas. De hecho, suelen ser sus padres los que avisan a la policía de que se han ido a Siria.

Los yihadistas inventan un islam que oponen a Occidente, vienen de la periferia del mundo musulmán (Europa principalmente), se mueven dentro de una cultura occidental de la comunicación y de la puesta en escena de la violencia, no están insertos en las comunidades religiosas locales sino que alimentan su radicalización en las redes sociales globales. El hecho de que entre los más radicales haya una alta proporción de conversos —un 22% de los que se enrolan en el combate del Estado Islámico, según la policía francesa— pone de manifiesto que se trata más bien de una franja marginal de la juventud y no del corazón de la población musulmana.

Pese a los discursos catastrofistas, los musulmanes franceses están más integrados de lo que parece, como ha advertido Olivier Roy. Algo querrá decir el hecho de que haya musulmanes entre las víctimas (como en el reciente atentado de París o en el de Toulouse en 2012). Hay más musulmanes en el Ejército y la policía de Francia que en Al Qaeda. A pesar de Houellebecq, los musulmanes no comparten ninguna aspiración política en bloque, no son un lobby, y están presentes en todos los partidos del espectro político francés. Suele ser el Estado el que se dirige a ellos como una comunidad, mientras que la realidad es que han experimentado el típico proceso de individualización, tan propio del esquema republicano.

¿Quiénes son entonces estos jóvenes terroristas? La mayor parte de ellos tienen un pasado delincuente y han encontrado en la religión un relato para dar un sentido a su malestar, a su falta de oportunidades y a su exclusión social. El joven yihadista recrea una identidad a partir de una versión mítica de las sociedades musulmanas, cuya lengua muchas veces no habla, ni comparte sus usos y costumbres.

Sería un fracaso de nuestra forma de vida que creyéramos más a lo que dicen de sí mismos que a lo que son. Y habrían conseguido plenamente su objetivo si consiguieran que nos concibiéramos a nosotros mismos como ellos se piensan: como una comunidad cerrada donde cada uno se ajusta perfectamente al estereotipo previsto. Las victorias o derrotas se resuelven previamente en los modos de pensar.

Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco.

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