Notre Dame como catarsis

No podías decir que habías estado en la Ciudad de la Luz hasta que la habías visto atravesar sus rosetones. Y es que ella, vieja como ninguna, no tenía rival en París, ni siquiera en Europa. En la ciudad que fue cuna de la laicidad, su catedral se imponía sobre cualquier otro atractivo. Ni la sonrisa enigmática de la Mona Lisa, custodiada entre muros de cristal a escaso kilómetro y medio, dentro del Louvre; ni la vistosidad industrial de la obra de Gustave Eiffel; ni la suntuosidad de Versalles o el Domo des Invalides, donde yace Napoleón, eran rival suficiente. Frente a todos ellos se erigía la catedral como lugar más visitado, buscando siquiera imaginar algunos de los hitos de los que sus bóvedas han sido testigo.

Acogió la coronación de reyes propios y ajenos. Ha visto levantarse imperios y caer regímenes. Se salvó la guillotina y destrucción revolucionaria. Y ante todo, fue una de esas pocas cosas que se le resistieron a Hitler cuando Europa yacía casi derrotada a sus pies el siglo pasado.

Notre Dame es un símbolo para parisinos, franceses y europeos, ejemplo de resistencia ante el tiempo, la violencia o las ideologías y un referente del desarrollo cultural de tan rico continente. Y sin embargo, sucumbió a la más primaria de las inclemencias, el fuego.

París creció y se desarrolló siempre en torno a su catedral y la Île de la Cité, pero esta vez su catedral no ejercía de actor secundario o mero escenario como tantas otras veces, sino que lo hacía de protagonista de una verdadera tragedia. Ni siquiera el pesimismo de Houellebecq podría haber narrado el dramatismo social vivido en los alrededores de la catedral. En ambos casos, el incendio de Notre Dame y las novelas del autor francés, se alerta de una alarmante decadencia de la cultura europea.

El presidente Macron ligaba, de forma acertada, la reconstrucción y el futuro de Notre Dame al destino de los franceses. Y es que el futuro de la sociedad europea en su conjunto depende del frágil equilibrio ahora roto entre modernidad y globalización y tradición cultural.

La postergación durante años de las obras de restauración de todo un símbolo como Notre Dame por falta de unos medios económicos que ahora desbordan son un ejemplo de esa ruptura y dejadez occidental. Sin ese equilibrio, el desamparo social queda a los pies de nostálgicos como Houellebecq o de reaccionarios en exceso cada vez más presentes en el panorama europeo. La libertad alcanzada al amparo de símbolos como la catedral parisina no puede quedar a merced de la involución. Esperemos que la imagen de ella en llamas sea la catarsis necesaria. Nuestro patrimonio lo merece y nuestro futuro, también.

Diego Urteaga Guijarro es politólogo y presidente de Valor Europa.

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