¿Nubes de tormenta?

Las últimas noticias sobre la economía no son halagüeñas. Nada particularmente preocupante todavía, pero hay que convenir que los augurios están sesgados a la baja. A pesar de ello, Mario Draghi ha anunciado el final de la compra de activos por el BCE: de octubre a diciembre, la rebajará de 30.000 a 15.000 millones de euros y, a partir de enero, dejará de adquirirlos. Y aunque se espera moderación en el avance del PIB de la eurozona (1,8% para 2019 y 1,7% para 2020) y poca tensión en su inflación (un IPC del 1,7% entre 2018 y 2020), el BCE precisa soltar lastre para prepararse para cuando venga la próxima recesión. Por ello, era un movimiento esperado: tras casi tres años de intervención, el BCE acumula en su activo un total de 2,7 billones de euros de deuda de los distintos estados.

En suma, el final de la barra libre financiera se acerca. Parafraseando un político anglosajón, no es el final, ni probablemente el principio del final, pero si el final del principio… de la normalización financiera. Porque Draghi aprieta, pero no ahoga. En la misma conferencia de prensa, tranquilizaba a todos afirmando que el BCE iba a mantener en su balance, y por el tiempo que fuera necesario, el volumen de activos adquiridos. Es decir, a medida que vayan amortizándose, promete que reutilizará esos fondos comprando activos por el mismo importe, de manera que no se reduzca la deuda en su balance. También hacía votos para mantener los tipos de interés: en el 0% para los préstamos a la banca y en el -0,4% para los depósitos de ésta en el BCE. Y, finalmente, se comprometía a que, si las cosas empeoran, sus extraordinarias medidas podrían regresar.

¿Por qué tanta cautela? El BCE identifica tres nuevos riesgos, que van tomando cuerpo, y que ensombrecen el panorama de la economía mundial: la guerra comercial de Trump, la situación de los países emergentes y la creciente inestabilidad financiera. Aunque parte de ellos están vinculados (los problemas de las bolsas europeas y la incertidumbre de algunos emergentes, por ejemplo), otros tienen vida propia. Es el caso de los tipos de interés americanos, claramente al alza respondiendo a la fortaleza de su economía y al efecto expansivo de las reducciones fiscales de Trump, que anticipan crecientes déficits públicos que habrá que financiar apelando al ahorro mundial. Y esos tipos mayores, más la incertidumbre por el futuro de los intercambios comerciales, están empujando el dólar. ¿Resultados inmediatos? Fuga de capitales hacia los EEUU y devaluaciones en países como Argentina, Turquía, Sudáfrica o la India, que se habían endeudado excesivamente en dólares o/y mantienen elevados déficits exteriores.

Todo lo anterior explica el enfriamiento actual y el menor avance del comercio global, aspectos no menores para una economía extraordinariamente abierta al resto del mundo como es la de la Unión Europea. De hecho, su elevado crecimiento en el 2017, el más importante desde el 2007, tenía un marcado sesgo exterior, como también ha sucedido con España estos últimos años. ¿Hay que preocuparse? No parece que estemos, aún, en presencia de una nueva crisis. Los EEUU continúan creciendo con fuerza, y su impulso fiscal tiene un par de años de recorrido; China mantiene su pulso, aunque los temores a su endeudamiento continúan; y a la eurozona no le va mal.

Pero el ensombrecimiento del panorama refleja cómo los vientos de cola comienzan a mutar. El petróleo está ya en los 75 dólares desde hace meses, y nadie espera que caiga a los 45 de hace un par de años; el turismo continúa abandonándonos parcialmente, y regresando al sur y el este del Mediterráneo; y la política monetaria se endurece en los EEUU y anuncia su cambio de paso en el área del euro. Y ello no es asunto menor porque, para nosotros, la intervención del BCE ha sido excepcional: a finales de año, habrá adquirido un tercio de la deuda pública española en circulación (unos 350.000 millones de euros). Y aunque formalmente su pretensión no fuera financiarnos, lo cierto es que el Gobierno español lo ha podido hacer en unas condiciones excepcionalmente favorables: en 2018, y hasta finales de agosto, las obligaciones del Estado a 10 años (el activo de las Administraciones Públicas por excelencia) rentaban un modesto 1,42%, muy lejos, por ejemplo, del 2,89% de los EEUU.

En esta situación, veremos si la deuda (interna y externa) y el saldo exterior, los principales talones de Aquiles de nuestra economía, van a continuar la corrección de los últimos años. Temo que no. Los vientos de cola nos han ayudado. Y su desaparición la vamos a notar.

Josep Oliver Alonso

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