Nuestra Biblia

Leo en una encuesta que España es el país de Occidente donde menos se lee la Biblia. No sé si es exactamente así pero me temo que no anda muy descaminada. La conclusión me parece evidente: ésa es una de las grandes carencias tradicionales de la cultura española. ¿A qué se debe? Quizá a que muchos la han identificado -más o menos conscientemente- con el mundo judío y anglosajón.

No va esto en contra de la importantísima presencia de la Biblia en la historia de la literatura española, desde Alfonso X, la Políglota Complutense y la de Amberes , los problemas que causó a fray Luis de León, su huella en san Juan de la Cruz y los autos sacramentales... O en el arte español: los beatos mozárabes, los frescos de Taüll, la polifonía, los grandes pintores y los imagineros de los Siglos de Oro...

No se asuste el lector: no voy a cansarle con una ristra de referencias. Sí me divierte recordar un par de anécdotas pintorescas. Por ejemplo, la de George Borrow, «don Jorgito, el inglés», que viajó por España a mediados del siglo XIX difundiendo la Biblia, aprendió el caló y pudo escribir el libro que tituló así: «Embeó o Majaró Lucas Brotoboro Rodado André la Chipé Griega, Acana Chibado André o Romanó o Chipé Es Zincal de Sese». (Es decir: «El Evangelio de san Lucas, traducido al romaní o dialecto de los gitanos de España»).

También merece recuerdo el ciclópeo esfuerzo de un escritor catalán del XIX, José Carulla, que puso en verso «Génesis», «Éxodo», «El Libro de Tobías» y el «Libro de Judit». La Santa Sede premió su laboriosidad concediéndole la cruz «Pro Ecclesia et Pontifice». A José Pla le divertía este pareado: «Jeroboam, potente, / engendró a Eliecer alegremente». Jaime Campmany y Camilo José Cela solían citar esta joya: «El Niño Jesús / nació en un pesebre; / donde menos se piensa, / salta la liebre». Yo tengo debilidad por estos versos: «Con traje de tertulia / salió Judit del pueblo de Betulia». De aquí surgió la expresión popular, para algo muy largo y difícil: «La Biblia en verso».

Volvamos a la seriedad. Cualquiera de nosotros ha podido comprobar que, en muchos hogares españoles, no faltaban tres libros: la Biblia, «El Quijote» y un diccionario o enciclopedia; los tres, muchas veces, en ediciones de cierto lujo, muy ilustradas... y con claras señales de que nadie los había abierto nunca.

Esos mismos españoles son los que, cuando van a Florencia, no dejan de admirar el «David» de Miguel Ángel y, en Roma, reniegan de la multitud de japoneses que abarrota la Capilla Sixtina... pero ni se les ha pasado por las mientes algo tan «retrógrado» como leer la Biblia.

Todo esto se ha agravado, en los jóvenes españoles de hoy en día, con los dislates de la nueva pedagogía, que abomina del esfuerzo, del conocimiento histórico y de aprender algo de memoria.

Entre mis viejos libros del colegio, junto a una «Historia de España», conservo «La Biblia para los niños», con vistosas ilustraciones. ¿Leen hoy algo parecido los chicos españoles? Me temo que no. Entre otras cosas, así se evita que, al leer la historia de la torre de Babel, puedan acordarse de lo que ahora sucede en algunas autonomías...

Al redactor jefe de «Esprit», la prestigiosa revista francesa, le escuché lo que le pasó a un amigo suyo, catedrático de Bachillerato en París: llevó a sus alumnos de excursión a Chartres, para que admiraran la catedral, con sus maravillosas vidrieras. Al concluir la visita, preguntó su impresión a uno de los chicos, de origen africano. Contestó que le había gustado mucho pero no se había atrevido a preguntar quién era un personaje, clavado en un palo. El que contaba esto no inventaba nada ni era ningún fascista; simplemente, alertaba sobre los riesgos del multiculturalismo. Muchos acontecimientos posteriores no han hecho más que darle la razón.

Los niños y jóvenes españoles sí conocen lo que es la Cruz pero dudo mucho de que sepan quiénes eran, por ejemplo, Tobías, Betsabé, Jacob, Abraham, la reina de Saba, Job, Daniel, Ester, Judit, Aarón, Goliat, Elías, Putifar, Lot, Absalón, el rey Baltasar, Jeremías, Tamar y Amnón... Ni la televisión ni las redes sociales -sus habituales fuentes de información- les hablan de algo tan lejano e inútil, que no ayuda a dominar las nuevas tecnologías.

No es culpa de esos chicos: nuestra sociedad va por otros caminos. Aunque existen hoy en España muchas ediciones excelentes de la Biblia -de todos los formatos, para toda clase de lectores-, ni a ellos ni a sus padres se les ocurre ya leer algo que suponen tan rancio y aburrido como la Biblia.

A los aficionados al cine les pueden sonar las plagas de Egipto por la película «Los diez mandamientos». (No se imaginan que, cuando hablaba con el Faraón, ese apuesto Moisés encarnado por Charlton Heston había cumplido ochenta años). A los que les gusta la música gospel canturrean el vibrante «Joshua fit the battle of Jericó», aunque no sepan quién era Josué. Los seguidores de Boney M. conocerán «By the rivers of Babylone», sin saber que se trata del salmo 137. Y algunos habrán tarareado, con Judy Collins o Pete Seeger, «Turn, turn, turn», aunque no hayan oído hablar del maravilloso «Eclesiastés», donde leemos: «Todo tiene su momento , bajo el cielo. Hay un tiempo de nacer y un tiempo de morir, un tiempo de abrazarse y un tiempo de separarse...».

La ignorancia de la Biblia causa que los debates sobre religión tengan, entre nosotros, un nivel tan lamentable. Por eso mismo, han florecido en España tanto el «nacionalcatolicismo» como su reverso, el más rancio anticlericalismo.

Además de su significado religioso -que merece todo el respeto-, el Antiguo Testamento es una de las obras maestras de la literatura universal y ha ejercido una inmensa influencia. Un ejemplo concreto: las «Comedias bárbaras», de Valle-Inclán, tan gallegas, muestran, a la vez, una visión del mundo muy cercana a Shakespeare y a la Biblia.

Otro ejemplo. Muy pocos poemas eróticos poseen una sensualidad y una belleza comparables a la del Cantar de los Cantares», cuando elogia a la amada: «Tus dientes, un rebaño de ovejas recién esquiladas... tus labios, una cinta de grana... mitades de granada, tus mejillas... tu cuello, la torre de David... tus pechos, dos crías mellizas de gacela, paciendo entre azucenas». Y cuando proclama, muchos siglos antes de Quevedo: «El amor es más fuerte que la muerte».

Al margen de las creencias religiosas de cada uno, nadie puede discutir que la Biblia impregna toda la cultura y el arte de occidente. Es tan «nuestra» como «El Quijote», Velázquez, Miguel Ángel o Beethoven. El que se queda al margen de todo esto es un auténtico mutilado, no sabe lo que se pierde...

Andrés Amorós es catedrático de Literatura Española.

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