Si una nota caracteriza la crisis económica que sufrimos, y me refiero a la nuestra en particular y no a la crisis financiera internacional por más que esta última haya influido en aquella, es la de que nadie nos va a sacar de ella y, si no lo hacemos nosotros mismos, nunca la superaremos. Durante la Dictadura se pensaba que cualquier cosa se podía solventar desde el Gobierno y que nada estaba al alcance de los simples ciudadanos más allá de la solución de sus asuntos particulares; ¿recuerdan la «lucecita de El Pardo»? Se remachaba y consolidaba así lo que Víctor Pérez Díaz ha llamado «la tradición cortesana» por oposición a la «tradición ciudadana» que caracteriza a aquellas sociedades en las que el ciudadano se siente responsable de sus asuntos, tanto los particulares como los generales, y actúa en consecuencia adoptando las medidas necesarias para defender sus ideas y valores y para preservar sus intereses. Con la llegada de la Democracia, hemos cultivado la cultura de la reclamación y de la protesta; algo es algo, pero tampoco con ella hemos creado una verdadera cultura de la responsabilidad.
También Europa ha contribuido al mantenimiento de esa situación cuando ha venido a colaborar en la salida de crisis económicas anteriores al favorecer las exportaciones españolas el crecimiento de la demanda de los países europeos más desarrollados (que eran también nuestros mejores mercados); cuando empezaban su recuperación, daban lugar a la nuestra, aunque con un cierto décalagetemporal. La globalización, sin embargo, ha modificado tanto el marco de las relaciones económicas que hace que sea difícil repetir la mecánica descrita. Europa (y en general el mundo desarrollado) va a ser la gran perjudicada por la crisis, en favor de las economías emergentes, y los países europeos apenas tendrán fuerza para salir ellos mismos y por sí mismos, como ponen de manifiesto las previsiones de crecimiento para los próximos años del Fondo Monetario Internacional. Por lo que se refiere al Gobierno, al no contar con instrumentos singularmente útiles en crisis anteriores, como la capacidad de devaluar la moneda, tiene enormes dificultades para contribuir a la recuperación; las tiene incluso para controlar el gasto del propio sector público.
Constantemente nos repetimos que somos una democracia consolidada, adulta y madura; ahora nos toca demostrarlo. Es hora de que asumamos nuestras responsabilidades y nos dispongamos a «sacarnos» de la crisis o al menos a poner en ello lo que esté de nuestra parte; el limitarnos a reclamar a otros que nos saquen no solo es inútil, también es contraproducente, pues al hacerlo demoramos nuestra propia respuesta y con ello posponemos y dificultamos la recuperación.
Esta necesidad y esta convicción están calando en la sociedad española, y así observamos por doquier distintos grupos y sectores que generan iniciativas de concienciación y sensibilización social, lo que indica que empiezan a ocuparse y a pre-ocuparse por los intereses generales. Uno de ellos, singular por el relieve social de muchos de sus participantes, es el denominado «Transforma España», que ha reunido a expertos fundamentalmente económicos, pero también de otros campos, junto a líderes y responsables empresariales para elaborar, en base a las conversaciones mantenidas con ellos, un documento de análisis, diagnóstico y vías de solución que en estos días está haciendo su presentación en sociedad.
La primera sorpresa ha sido la respuesta, prácticamente unánime, de aceptar la invitación; creo que por primera vez el empresariado español, que ha demostrado su extraordinaria calidad trascendiendo nuestras fronteras, se quiere ocupar, mejor, se tiene que ocupar no solamente de sus negocios sino también de la realidad circundante, del marco productivo y de sus condicionantes. Podría pensarse que la sociedad civil española, tanto tiempo adormecida, está saliendo de su letargo y entiende que para el buen fin de sus propósitos, que son los de todos nosotros (en definitiva, son ellos los que crean empleo), es necesario tener un adecuado marco en el que desarrollar su actividad. También ha sido una sorpresa la gran coincidencia en los análisis, tanto en el diagnóstico como en la terapia. «Last but not least», el documento constata por una parte la extraordinaria gravedad de la situación, gravedad sin precedentes y sin paliativos y gravedad mayor de lo que se suele oír en boca de nuestros políticos, pero también es de destacar que es un documento impregnado de esperanza y confianza en nosotros mismos, en los españoles: con mucho esfuerzo, con mucho trabajo, podemos salir de la situación actual y adentrarnos, sin duda, en un futuro mejor.
El documento considera que la causa última y más profunda de nuestra crisis económica radica en nuestra falta de competitividad; no exportamos lo suficiente, y por tanto no generamos fondos para hacer frente a nuestra deuda externa, una de las más grandes del mundo en relación con el PIB. Como se puede comprender fácilmente, el que en esta situación haya sobrevenido una crisis financiera internacional no ha hecho sino aumentar nuestras dificultades. Para incrementar nuestras exportaciones tenemos que o bien incrementar el valor añadido de nuestros productos o bien disminuir su precio; probablemente, hay que actuar en los dos factores. Por lo que se refiere al precio, hay que tener en cuenta que en él se incluye el denominado «paquete social» (impuestos y cargas sociales), es decir, el coste del sector público (en el que se incluyen deficiencias, derroches y corrupciones); parece lógico que el recorte se haga primero en estos elementos exógenos que podemos denominar superfluos antes que en los gastos derivados del mantenimiento del Estado de bienestar. Por lo que se refiere al valor añadido, elementos esenciales para su mejora son la innovación, el emprendimiento y el incremento de la sofisticación y del contenido tecnológico de nuestros productos; para ello es absolutamente imprescindible incorporar el potencial de talento que tiene la sociedad española, especialmente nuestra juventud. Pero, para que eso sea posible, es necesario dar un giro copernicano a nuestro sistema educativo, que debe volcarse hacia la búsqueda y consecución de la excelencia, por lo que criterios como exigencia y selección deben ser considerados prioritarios. A la educación se le ha encomendado la tarea de la socialización, es decir, de incorporar a nuestros niños y jóvenes al sistema en que vivimos, y por ello debe ser universal, lo cual es muy positivo, pero debe tener un límite temporal (que demagógicamente se ha ido elevando), pues de otro modo inevitablemente se resiente la calidad: es muy bueno que toda la población de un país esté alfabetizada, pero es perjudicial que queramos que todos nuestros jóvenes sean titulados universitarios. Este giro copernicano en el sistema educativo. Para asegurar la integración de su potencial en el país, se deberá coordinar con actuaciones orientadas a aumentar el apoyo y la efectividad de la innovación y del emprendimiento.
En definitiva, es necesario, es imprescindible, volver a una cultura del esfuerzo, cultura que debe alcanzar a todos; en España hay gente que trabaja mucho y bien, más y mejor que en los países de nuestro entorno, pero tenemos un porcentaje excesivamente alto de ciudadanos que, inmersos en la cultura de lo fácil, han entendido que es mejor vivir de los demás que aportar ellos su grano de arena a la comunidad; no me refiero a millones de parados que desdichadamente no encuentran trabajo, sino a aquellos que entienden que es mejor vivir de la subvención y del fraude que vivir trabajando.
Ojalá esta y otras iniciativas se conjuguen y complementen, incorporen a más grupos y sectores sociales y, llegando a la calle, prendan en nuestro cuerpo social robusteciendo la sociedad civil, y podamos así volver a tomar la senda de la recuperación y del crecimiento. Nuestros hijos y nuestros nietos nos lo agradecerían.
Eduardo Serra, ex ministro de Defensa y presidente de la Fundación Everis.