Nuestra democracia no es militante, pero Felipe VI sí lo es

Nuestra democracia no es militante, pero Felipe VI sí lo es

La Constitución Española no es militante. No impide los ataques o las intrigas contra ella. No condena a la ilegalidad a las fuerzas políticas que la combaten. La Constitución Española se muestra, como tal, bastante inerme frente a sus posibles enemigos.

Otras Constituciones de nuestro entorno son mucho más exigentes y militan en su propia defensa. La española, no.

Cabe suponer que eso se debe que los diputados constituyentes tenían un cierto temor a prohibir dado que veníamos de un régimen dictatorial. Pero también a que el amplísimo consenso con el que la Constitución iba a ser alumbrada hacía pensar en 1978 que sería casi impensable que en el futuro se quisiese vulnerar o suplantar.

Eran otros tiempos, sin duda.

Tal vez la peor de las consecuencias de esa no militancia de la Constitución haya sido que quienes no están conformes con ella piensen que se la puede atacar de cualquier manera y que ese objetivo político les excusa, por ejemplo, del cumplimiento de la ley.

Confunden una Constitución abierta y liberal con una patente de corso para saltarse las leyes. Una idea absurda, pero que el proyecto de amnistía en curso amenaza con convalidar.

Si los que violaron la Constitución amparándose en sus votos acaban siendo amnistiados y terminan oyendo que nunca cometieron delito alguno, pasaremos de tener una Constitución no militante a no tener Constitución alguna. Pasaremos a que las leyes comunes no se puedan aplicar a cualquier político que asegure "estar haciendo política".

Ante esta situación, son muchos los ciudadanos que se alarman y que se preguntan cómo pueden defender ellos una Constitución a la que debemos largos años de libertad y progreso. Muchos ya han expresado con claridad su voluntad de defender la Constitución, la igualdad ante la ley y la libertad política.

Felipe VI nos regaló en su discurso navideño una magnífica defensa de la Constitución. El rey afirmó aquel día que esta no es sólo un documento político de la mayor importancia, sino algo que debe impregnar la vida nacional.

El rey, que no era sospechoso, se ha convertido en un rey militante en defensa de la Constitución. Que no es sólo un muro contra los intentos de destrucción o prostitución de la indivisible unidad nacional que se encuentra en su base, sino también un poderoso aliento político que nos ha de inspirar si queremos preservar la libertad, la convivencia y el progreso civil, económico y social.

El hecho de que la monarquía se haya convertido en una de las instituciones más prestigiosas de España, y, desde luego, en la institución política más admirada y respetada por una grandísima mayoría de españoles, es una innegable fortaleza del sistema político español.

Algo de enorme importancia cuando se escuchan con insistencia propuestas de derribo y, lo que a veces puede ser peor, afirmaciones enloquecidas de que España ya no tiene remedio y de que morirá con un sistema que ya ha caducado.

Como dice el rey, "España seguirá adelante. Con determinación, con esperanza, lo haremos juntos. Conscientes de nuestra realidad histórica y actual, de nuestra verdad como Nación. En ese camino estará siempre la Corona. No sólo porque es mi deber como rey, sino también porque es mi convicción".

Al hablar así, el rey no sólo cumple con su obligación, como deben hacerlo todas las instituciones del Estado, sino que expresa una convicción personal y nos invita a un compromiso moral con el espíritu de la Constitución, que el rey cifra en cuatro valores esenciales: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

Es fácil entender que las palabras del rey molesten a los muy afanados enemigos de esos valores. También a quienes no creen en otra libertad que la suya. A aquellos a los que la justicia les parece un abuso. A los que sólo creen en una igualdad orwelliana, en la que ellos serían más iguales que los demás. Y a los que consideran que el pluralismo político es un error, porque supone una merma de su poder.

Algunos han podido ver en las palabras del rey un reproche al Gobierno, pero no lo hay.

Por el contrario, lo que cabe deducir de las palabras de don Felipe es que la monarquía y las instituciones del Estado estarán siempre detrás del gobierno legítimo y lo apoyarán cuando tenga que plantarse ante las exigencias inasumibles de quienes no conocen otra forma de progreso que la ruina ajena.

Reivindicar el espíritu de la Constitución como una energía política esencial coloca al rey en una posición muy clara. Posición que él subraya al afirmar que lo hace porque expresa una convicción personal, algo más que el fiel cumplimiento de un papel institucional.

Ese espíritu es algo que se echa en falta en muchos españoles. En todos aquellos que han llegado a creer que la Constitución es sólo un hito histórico. Algo que podrá ser superado con el paso del tiempo.

Es verdad que la Constitución no debe tomarse como una escritura sagrada que no está abierta a la interpretación y a cambios que puedan adaptarla o mejorarla.

Pero eso es sólo verdad si nos referimos a su texto concreto, no a los valores que la han inspirado y que representaron para España un salto histórico que nos hizo pasar de un régimen basado en la victoria de media España contra la otra media a un régimen abierto en el que la convivencia pacífica de los españoles, la libertad política, la igualdad ante la ley y el pluralismo son valores decisivos.

Esos valores que el rey defiende son, no lo olvidemos, los que muchos quieren echar por tierra con motivos tan hipócritas como peligrosos.

Los que ambicionan un poder sin límites, por mucho que pretendan fundarlo en mayorías electorales que siempre pueden cambiar y que cambiarán necesariamente cuando se descubra el engaño, quieren abolir la Constitución. Quieren acallar a la Justicia. Quieren jibarizar todavía más al Parlamento.

Sólo pretenden robarnos la libertad y acabar con cualquier forma de igualdad y de progreso.

El rey ha dado un paso al frente como español preocupado. Porque llevamos ya un par de décadas retrocediendo en bienestar y en el terreno económico, que siempre padece con la falta de libertad y las arbitrariedades de los gobiernos.

Son muchos los que querrían una España menor, más dominable, a la pequeña medida de su ambición.

Pero el espíritu de la Constitución que el rey defiende nos compromete con lo contrario. Con el empeño en lograr una convivencia cada vez mejor y con la ambición de progresar en todos los ámbitos de la vida. En la cultura, la productividad, la riqueza y el bienestar en una España que aspira a estar legítimamente orgullosa de sí misma.

José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.

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